Luis Fonsi y la alargada sombra de «Despacito» conquistan el Liceu

El cantante puertorriqueño exhibió su doble faceta de badalista romántico y agitador de ritmos latinos

Luis Fonsi, el lunes durante su actuación en el Liceu ORIOL CAMPUZANO

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Más de un año después del arranque de la gira «Love And Dance», se podría pensar que el fenómeno «Despacito» habría perdido empuje y la popularidad de Luis Fonsi se habría estabilizado , pero el lunes, en cuanto el cantante amagó con abandonar el escenario sin haber soltado su gran bomba latina, el griterío se apoderó de la platea del Gran Teatre del Liceu.

A esas alturas y después de hora y media de concierto, el puertorriqueño ya había acunado baladas inflamadas, le había tomado la medida a los ritmos caribeños, y había compartido escenario con Antonio Orozco («Ya lo sabes»), Abraham Mateo («Se supone») y Aitana de OT («Échame la culpa»), pero aún faltaba algo. Faltaba, claro, «Despacito», y así se lo hizo saber a gritos el Liceu a un artista que, si el año pasado interpretaba la canción por partida doble para dejar a sus seguidores doblemente saciados, ahora la sitúa como apoteósico clímax final en una versión generosamente extendida.

Un fin de fiesta imbatible para una noche en la que el Liceu, protagonista de una aparatosa superproducción con pantallas, mensajes motivacionales y un cuerpo de baile algo robótico, vivió de primera mano ese constante ir y venir «entre lo rítmico y lo romántico» en que se ha convertido la carrera de Fonsi. El propio artista avisó que la noche tendría algo de montaña rusa, máxima que se cumplió de manera casi milimétrica mientras en el repertorio se alternaban baladones generosos en azúcar como «Nada es para siempre» y arreones latinos como «Apaga la luz».

Esa misma dinámica se trasladó al patio de butacas: desde que Fonsi abrió la veda e invitó al público a romper la solemnidad del recinto, aquello fue como una gincana de gente brincando para bailar cuando subían las revoluciones y espachurrándose en el asiento cuando tocaba exhibir músculo romántico. Un guión un tanto ciclotímico y bipolar apuntalado por una voz que se maneja con soltura en ambos registros y por una banda que se encargó de endurecer los contornos y arrimar sus romances latinos al pop de los ochenta -por ahí se coló un pedazo del «Message In A Bottle» de Police-.

Está por ver por dónde irán los tiros en ese nuevo disco que no acaba de llegar, pero sobre el escenario el baladista clásico sigue imponiéndose, por lo menos en minutaje, al agitador de los ritmos urbanos latinos. Un duelo desigual que, sin embargo, parece escorarase cada vez más hacia terrenos más lúbricos y bailables: no había más que ver el efecto que generaban «Calypso», «Party Animal» o esa «Échame la culpa» en la que Aitana se disfrazó de Demi Lovato para convenir que al público le tira más el Luis Fonsi rítmico que el romántico. Y por si quedaba alguna duda, ahí estaba el Liceu reclamando a gritos «Despacito» y marcándole entre vítores el camino a seguir.

Luis Fonsi y la alargada sombra de «Despacito» conquistan el Liceu

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