Música
Lole y Manuel, subirse a la luna para ver el romero
En un lista de Spotify, cuando Manuel Molina hubiera cumplido 73 años, reunimos parte de los mejor del dúo que revolucionó el flamenco
El escritor Juan Gómez-Jurado recordó en las páginas de ABC un dicho francés que relaciona pasión y expectativas: «El mejor momento del sexo es cuando se están subiendo las escaleras camino del dormitorio». Quizá sin la traducción tiene más fuerza. Lole y Manuel, de Triana, explicaron aquello, como tantas otras cosas, con tres versos claros: «Que es que en amores/las caricias soñadas/son las mejores» . Nada más que lo sutil. La belleza de lo ideal. Eso es lo que prima en el universo que creó esta pareja de origen incierto. Encontrar el punto de partida de sus letras resulta difícil, pues su autoría transita siempre por una nebulosa. Como confesó Manuel Molina unos meses antes de su muerte, 'Un cuento para mi niño', aquella canción de la mariposilla, surgió de noche. Junto al poeta Juan Manuel Flores compartió madrugada y delirio. Entre el humo, brotó el jardín, el insecto de ala blanca, presumidillo y coqueta, los claveles, las rosas… Fue surgiendo como una parcela de aire imaginado desde un balcón, a pachas, intercambiándose piropos, soñando con un lugar mejor, pensando en los hijos. Al despertar, Juan Manuel le preguntó quién había compuesto el poema. Manuel, con una sonrisa de nácar tras las barbas, le respondió: «No lo sé, pero me gustaría haberlo escrito yo». Y así, todo. Los textos que pueblan su discografía, por tanto, pertenecen al terreno de lo quimérico. No son de nadie y llegan a todos. Se basan en el sueño y el subconsciente. En el deseo, en definitiva, que nace de lo recóndito. Con mucho corazón y muy pocos papeles.
Juan Manuel Flores, para entendernos, uno de los máximos representantes de ese concepto de bohemia tan extendido, no registró lo suyo. Nunca quiso publicar. Rechazó contratos con la CBS, algo similar a lo que hizo con el mánager de Camarón. Se dejó media obra por los bares, en servilletas , en cuadernos, donde le cogiera. La otra mitad, por fortuna, permanece en los libros o está en los álbumes de unos pocos artistas, como Remedios Amaya y, sobre todo, Lole. La voz a través de la cual mejor se expresó.
Lole y Manuel, en los 70, protagonizaron una especie de revolución natural con una garganta morena y una guitarra sin demasiados acordes . Renovaron los repertorios, la puesta en escena. Ganaron mucho dinero en los festivales de música, entonces incipientes, y se lo gastaron con sumo placer. Muchos los recuerdan viviendo en el Hotel Alfonso XIII, en Sevilla, y utilizando un coche de caballos como medio de transporte. Manuel Molina ya lo avisó con otra sentencia: «Dinero, yo no quiero dinero/yo quiero cantarle al aire/como cantan los jilgueros». Se lo tomó en serio.
Su revolución, a diferencia de las de Camarón de la Isla, Enrique Morente, El Lebrijano y Paco de Lucía, no evoluciona de lo tradicional a lo más vanguardista. Eran medio hippies convencidos desde el principio. Lole, por su madre, La Negra, que nació en Orán, cantaba en árabe desde niña. A Manuel le gustaba Janis Joplin . Grabó con Smash, un grupo de rock , siendo un gitano del barrio del Tardón que lo que hacía era tocar flamenco y cantarle al viento. Se juntaron con melenudos, fueron partícipes del rock andaluz. Por eso no caminaron hacia revolución, sino que partieron de ella con mucha sencillez, a la contra de lo que suele suceder, como los salmones. Al final, consiguieron lo más difícil: agitarlo todo, en resumen, con una voz y una guitarra. Ya está. Qué sencillo e imposible. Qué tradicional y qué nuevo el día que inauguraron en el 1975 con su primer disco en conjunto. Qué fecha tan perfecta, también. Y qué título, que lleva en sí ese abrir de pronto las ventanas y dejar que corra por el cante el aire: ' Nuevo día , el origen de una leyenda'.
Manuel Molina, que este 21 de julio hubiera cumplido 73 años, y Lole Montoya no necesitaron ni media decena de discos para esculpir su oda al escapismo. Un vasto paisaje de interior que tomó hondura primero, tintes de misterio después, en 'Pasaje del agua', donde Quentin Tarantino echó mano sin avisar del 'Tu mirá' para su película 'Kill Bill: Volumen 2'. Y un sinfín de matices que a cualquiera ayudan a pintar mejor la realidad. 'Romero verde', el disco sin nombre al que todos llaman por esa bulería, fue una confirmación. 'Casta', más belleza, esta vez de piano y lágrima. Le cantaron a su hija, Alba, y al río de su ciudad. A Manuel de Falla y al mundo que les habría gustado. Esa es la idea: subirse a la luna para ver el romero , cruzar callejones de agua, cabalgar desnudos, siempre por primera vez. También vender la guitarra, el perro y los poemas para hacer un huertecillo y ganar con él lo suficiente como para recuperar al perro, la guitarra y los versillos. El círculo de la libertad no deja de rotar. Navegaron por las nubes con barcos de papel, como Luis de la Pica. Bebieron de los besos del otro. Crearon una estampa sustanciosa, rebosante de contenido. Vivieron por las callejuelas de la música, sin esperar nada, presentándose al señor de los espacios infinitos y esquivando los muertos verticales. Riendo, cantando. Descalzos por los adoquines en los que nacieron para hacerse radicalmente universales. Puede no gustarle Lole y Manuel, pero lo único que se me ocurre pensar, para mi alivio, es que ni el jamón ni el vino nos ponen de acuerdo. Ellos fueron y seguirán siendo eso: una exquisitez que jamás dejará de ganar nuevos adeptos. Por lo que tiene de frágil. Por lo romántico. Por eso que encierra que a todos también nos gustaría.