Lleno de Loquillo en la vuelta de la música al WiZink Center

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Concierto de Loquillo con medidas de seguridad extraordinarias Guillermo Navarro / Vídeo: Loquillo protagoniza el primer concierto tras el confinamiento - EP

Arcadio A. Falcón

El WiZink semivacío pero hambriento -la regulación no permitía más de 1.800 personas-. La gente de diez; mucho mejor (como siempre) que sus «líderes». Loquillo, ¿nervioso?, y con la voz algo débil. El sonido mejorable y el ambiente extraño toda la noche... aunque nada de eso era realmente importante. El concierto de ayer de Loquillo fue un símbolo; un instante recogido en una polaroid de un mundo que pelea por levantarse. Ni el recelo en las miradas, el gel desinfectante y medidas que, de no haber virus, invitarían a un alzamiento popular son capaces de distraer al fiel público madrileño que, aunque diezmado por el enemigo, acude con la dignidad intacta al altar del rock.

Puntual como un británico, Loquillo salió a escena con tupé canoso y su característica vestimenta negra, quizá en un tributo eterno al Hombre de Negro. La banda comenzó con los primeros acordes de «En las calles de Madrid», un buen rock marca de la casa. Siguió «A tono bravo» que nos dejó un fantástico solo de piano de Lucas Albaladejo al más puro estilo Jelly Roll Morton. En «Territorios Libres» y «Hombre de Negro» la banda mantiene la energía por las nubes desatando a un público que tenía muchas emociones contenidas.

Tras un bonito recuerdo del cantante a las personas fallecidas durante la pandemia (haciendo mención especial a David Gistau), Loquillo nos dejó dos temazos encadenados como son «El Rompeolas» y «Tu Rock and Roll actitud» , el primero con error garrafal de la banda incluido, que empezó la canción a toda velocidad para después dar un frenazo que ni F. Alonso defendiendo título en Interlagos.

Loquillo es quizá el artista nacional que mejor ha canalizado el rock sofisticado que surgió en los años 60 y 70 en esa América que hoy arde. Es una música que le da una vuelta de tuerca más a las estructuras primigenias y permite más flexibilidad, sobre todo al cantante. Aunque la voz de Loco no tuvo su mejor día , es un cantante con muchísima clase y recursos, capaz de salir de cualquier embrollo. Sujetada por una gran sección de ritmo (Los Trogloditas son sin duda una de las bandas más serias del país), el catalán dejó una hora y media muy sólida de música.

Algo que quizá pasó desapercibido (y es importante) es el hecho de que hubiera tres guitarristas en la banda. ¿Para qué? ¿Cuál es la función del tercero? Hay dos de ellos que claramente están chocando durante todo el concierto y si no supone un problema mayor es porque hablamos de músicos brillantes. Una nota también para jóvenes compositores. Loquillo y sus canciones son una masterclass constante : Tres acordes (cuatro si me apuran), una melodía, un estribillo corto y conciso y un buen batería. Eso es el 75% (por decir algo) de la fama mundial.

En la segunda mitad del concierto algo tuvo que pasar con los auriculares de los músicos porque los coros fueron lamentables, desafinados como orquesta de gatos de callejón. Claramente fue un problema técnico ya que estuvieron sobresalientes en todo lo demás, así que no haremos sangre; hubo más momentos en los que se notó una falta de coordinación y se veía que la banda no estaba cómoda del todo.

«El último clásico» , que da nombre a su último trabajo, fue una de las mejores canciones de la noche. Con una batería made in Loquillo y unas guitarras muy corpulentas, es una bonita reflexión sobre el papel del veterano músico en el show business.

Con la armónica y el shuffle de «Quiero un camión», el público en pista, que ya intuía el final, se desmelenó y olvidó las restricciones sanitarias. Loquillo cerró el retorno del WiZink con «Cadillac solitario», canción fetiche de los abandonados y que a mí siempre me lleva a alguna despedida en alguna ciudad.

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