Julián Mayorga, el mejor disco del año que no verás en las listas
El músico colombiano afincado en España publica el extraordinario «Cuando tengo fiebre veo la cabeza de un leopardo magnífico»
Poesía surrealista, sintetizadores e instrumentos analógicos que se derriten y se retuercen sobre sí mismos, protesta, lisergia, folklore, transgresión y coqueteo con el feísmo son sólo algunos de los elementos que flotan en la obra de Julián Mayorga , un músico colombiano afincado en España desde hace más de un lustro, que presenta su nuevo elepé «Cuando tengo fiebre veo la cabeza de un leopardo magnífico» . Un más que posible candidato a tomar posición en las listas más inquietas de lo mejor del año.
Su música genera unas sensaciones muy especiales, ¿cuánto hay de huida calculada del convencionalismo y de lo previsible, y cuánto de espontaneidad, de instinto natural?
Yo soy más bien de tumbos y tropezones. Hay una entrevista famosa de Bruce Lee en la que dice que él se entrena para hacer cosas no-naturales de forma natural. Yo resueno mogollón con esa idea de entrenarse la sensibilidad o el instinto para ir por esos lugares no-naturales o especiales. Y se que en el tropezón también aparecen cosas muy interesantes con las que a mí me interesa mucho dialogar. De todas formas uno siempre está haciendo malabares entre una vaina y otra: ni tan cerca que queme al santo, ni tan lejos que no lo alumbre. Digamos que el cálculo está en entrenarme el espíritu pa' que naturalmente tire por esos parajes más peculiares o, que a simple vista de ojo, se parecen más inhóspitos.
¿Cómo fueron los procesos de composición y grabación del disco? Imagino que ha sido a lo largo de este año tan loco, ¿verdad?
En realidad el disco llevo haciéndolo un par de años. Ha sido un proceso largo porque entre medias publiqué dos discos con otros proyectos (Flash Amazonas, Islas Atlánticas), me robaron el ordenador y me petó un disco duro con maquetas. Ahora hago respaldos cada tres minutos. Yo tenía los temas más o menos claros y medio arreglados y ahí conocí a mi compadre Javi Álvarez (Duo Cobra, Fluzo), con quien terminamos co-produciendo el disco. Fue muy chévere trabajar con él, yo estoy muy acostumbrado a hacer mis discos sólo, y abrir el proyecto a su sensibilidad, que yo admiro mucho, fue muy clave para lo que terminó resultando. Acabamos de grabar justo antes del primer confinamiento.
Suele decir que su música está muy asentada en la tradición, aunque no lo parezca a priori. ¿Cree que en el público en general hay una idea equivocada acerca de la «inmutabilidad» de la tradición?
Yo creo que este mundo loco en el que vivimos nos demanda novedad todo el tiempo y que esa neurosis nos hace entender lo «tradicional» como una vaina congelada en el tiempo, como una foto en sepia y nos da una falsa sensación del tiempo, como si sólo tuviera dos dimensiones: adelante y atrás. Lo increíble de las músicas (y otras prácticas) tradicionales es que están vivas y están atrás, adelante, al frente y alrededor, todo a la vez, y en constante diálogo. Es un telar complicadísimo donde convivimos nosotros los que estamos ahora, nuestros muertos y las gentes que están por venir. Lo que pasa es que esa forma de entendernos no tiene tanta cabida en este sistema de rueditas de hámster.
¿Qué instrumentos y aparatos son los dominantes en este disco?
Principalmente voz, guitarra, bajo eléctrico y ordenador. Luego hay muchos samples de percusión, sintetizadores y algunos instrumentos de percusión que he ido trayendo de Colombia, como chuchos, tamboras, maracas, etc...
¿Qué artistas consideraría sus referentes, más en cuanto a modus operandi que en lo puramente estilístico?
Me gustaría nombrar un montón larguísimo de músicas y músicos que siento que tiran luz sobre el camino que yo quiero o estoy andando. Se me ocurren así de golpe Tom Zé y Los Residents, porque yo tengo una fascinación y profunda envidia de la fiereza con la que se enfrentan a la música, al sonido; como si no tuvieran miedo de hacer una música imposible.
Algunos músicos a los que suele denominarse como experimentales, en sus entrevistas dicen que de experimentación nada, que saben en todo momento hacia dónde se dirigen. En su caso no es así, ¿verdad?
No, mano, no es mi caso para nada. Yo voy a oscuras, de espaldas y cuesta arriba. Yo tengo muchísima confianza en la música como material y en lo que tiene para proponerme. Yo creo que el material va planteándole a uno posibilidades e imposibilidades y eso es lo que a mí me interesa abordar. Pa' mí hacer música es como estar nadando en mar abierto, y yo –como soy un montañero– no sé nadar. A mí no se me ocurre pensar que yo pueda controlar ese medio, ni tampoco me interesa. Lo que yo quiero es charlar y ver qué pasa, sorprenderme. Mi meta es tener cada vez menos el control.
¿La fusión calculada, cerebral, es posible? Algunos músicos dicen que si no sale totalmente natural, que si no la llevas dentro y en lugar de salir de forma instintiva, y sale de forma calculada, no funciona.
Yo le huyo al término fusión porque me parece sospechoso que se use sólo para hablar de las mal llamadas músicas del mundo. Es que en ese sentido aparece una idea de lo natural o lo instintivo como contrario a lo cerebral o mental, ¿no? De todas formas creo que es una falsa dicotomía. El corazón y el cerebro son amigos.
¿La obra de Zappa ha tenido alguna influencia en usted? Creo que el concepto de «feísmo« » que alguna vez ha mencionado puede tener su conexión con él…
Pues no mucho. La verdad es que conozco muy poquito su música. Nunca sé por dónde meterle el diente y me hace falta guía. Lo que creo es que hay un espíritu en su obra similar a los que hacía referencia antes cuando te nombraba a Tom Zé y The Residents, y creo que ahí hay una resonancia.
La simbología y las alusiones psicotrópicas parecen estar presentes en su obra, ¿o quizá es una percepción perezosa y superficial de lo que en realidad mueve su arte?
Esto me lo dicen un montón. No, no me parece que sea perezoso o superficial, y creo que entiendo por qué hay esa percepción. La verdad es que mi experiencia con lo psicotrópico es nula, o meramente literaria. Creo que lo que pasa es que mi imaginario es muy animista y que yo recurro mucho a un lenguaje que está más asociado con lo mitológico, y que trata de conversar con las cosas. Creo que en esa animación de la realidad inanimada se van uniendo los referentes.
¿Qué grado de crítica o denuncia social diría que hay en sus letras?
A mí me gusta mucho, porque les escandaliza, decirle a mis compañeros músicos que para mí la música es secundaria, que primero está la política. Aparte de las letras que explícitamente abordan temas políticos o sociales, creo que hay un acto político que atraviesa las propias músicas, los sonidos, la forma de producir, la forma de cantar, de encarar la idea de belleza o de subvertir las expectativas que haya alrededor del formato canción, o del formato disco. A mí me interesa mucho esa forma de hacer política, creo que es más estable y de más largo vuelo, porque uno está plantándole cara a los mandatos estéticos, a la policía silenciosa de la belleza que está aplanando la visión del mundo.
De artistas españoles, ¿quiénes le interesan más? Se me ocurre por ejemplo que quizá Vainica Doble le pueda gustar bastante…
¡Me gustan, sí! Me gusta mucho Severine Beata, con quien tuve el placer de colaborar en este disco. Me gustan Fluzo, Roldán, Javier Díez Ena, Estrella Fugaz, Le Parody, Ainara Legardón, Eliseo Parra. Hay muchas cosas muy chéveres pasando. Gente que además voy conociendo y es gente re bonita, gente decente. Luego me interesan también las músicas tradicionales, que son muy interesantes y que me arrojan muchas conexiones con las músicas de mi zona, de mi pueblo. Sole Parody me ha hecho una (no tan) pequeña introducción al flamenco, también. Yo soy bien lento para escuchar, así que ahí voy de a poquitos.
¿Qué han aportado a su carrera los más de cinco años que lleva en España?
Un montón de cosas. Las que más celebro ahora mismo es la posibilidad de pagar la renta haciendo música, que yo veía muy difícil de lograr en Colombia. Estar acá también me ha dado una sed fuertísima por la música que me conecta con mi país, con mi infancia, con mi familia.
¿Qué es lo que le parece más interesante de la escena musical española? ¿Y qué es lo que más le aburre?
El postureo y las estrellas del pop-rock, lo más aburrido. Otra cosa que me parece aburridísima es que estén mirando tanto para el norte, que los referentes sean las músicas anglo. Y es que cuando se mira hacia adentro –que también hay varios ejemplos muy chéveres acá– la música gana una dimensión tímbrica, armónica y melódica muy interesante. Gana también la conversa entre las gentes: con los referentes locales aparecen también interlocutores locales, historias locales, formas de hacer, sentir y mirar locales.
Le leí decir que España te parece un poco «aséptica». ¿Podría explicarlo?
No lo decía en general, creo que me refería en concreto a los funerales. He estado en un par y me parecieron muy tristes, justamente porque los encontraba muy asépticos: no había niños, no había comida, no había llanto, canto, ni alcohol. Me pareció una forma muy triste de irse y de despedirse del que se va. Era una tristeza seca, plana, como de hospital. Yo recuerdo los funerales de mi familia muy bonitos, muy sentidos, llenos de niños, de mística, de agüero, con mucha bulla, con mucho viejo rezando, riéndose. Aquí me pareció más como un trámite, como una vaina genérica, como si estuviéramos haciendo fila para sacarnos el DNI, ¿me entiendes? Es un mal de ciudad, yo creo, del cosmopolitismo, el cinismo del mundo moderno que se va agudizando y le va robando la sustancia a la vida, y a la muerte.
¿Tiene planes de conciertos? Lo de la gente sentada, ¿qué tal se lleva? Y el aspecto audiovisual, ¿será importante para presentar este disco?
Tenemos planes de presentar el disco acá en Madrid, y sí que tenemos algunos conciertos a la vista, pero ahora mismo es muy difícil hacer planes. Lo de la gente sentada es difícil y a mí me hace pensar mucho en cuál es la naturaleza de mis conciertos. Para mí la respuesta más bonita en un concierto es que la gente baile, que la gente se ría, que se la pase bien. De repente las sillas y las mascarillas hacen muy difícil entender qué está pasando, hay un pequeño cortocircuito ahí. Un concierto es una conversación y yo no sé bien qué me están diciendo del otro lado. Sí, lo audiovisual juega un papel importante en todo lo que yo hago; llevamos unas visuales, vestuario y escenografía que hemos estado trabajando con la artista Marta Orozco Villarrubia, con quien tenemos un colectivo llamado Poetas menores.
¿Augura muchos años de dominio reguetonero por delante? ¿O detecta cierto agotamiento del género?
La verdad es que yo no noto ningún agotamiento. Al contrario, tengo la impresión de que el género se desborda más allá de sí mismo y va tocando a otras músicas, cada vez más y más insistentemente, en más lugares, hablando de más cosas, abordando otros temas. A veces se habla del reguetón como si fuera una moda pasajera, pero la vaina lleva más veinte años tronando y en ese tiempo lo único que ha hecho es expandirse.