Judith Jáuregui: «La música nos permite viajar adonde queramos»
La pianista donostiarra acaba de publicar su nuevo trabajo discográfico, dedicado a Clara y Robert Schumann
Al otro lado del teléfono suena una voz cantarina, de acentos optimistas. «Mi marido y yo estamos bien, en Madrid –explica ante la pregunta, obligada más que nunca estos días, de cómo se encuentra–. Y mi familia en San Sebastián también se encuentra bien». No hay motivos entonces para que la pianista Judith Jáuregui (San Sebastián, 1985) no muestre su optimismo; menos aun cuando acaba de editarse su nuevo trabajo discográfico , «El alma romántica» , dedicado a Clara y Robert Schumann, y en el que está acompañada por la Orquestra Simfònica Camera Musicae, bajo la batuta de Tomás Grau.
«Decir que lo he pasado bien en la cuarentena sería una frivolidad –aclara–. Ha habido momentos complicados, y lo que se ha vivido ha sido muy dramático. Es imposible no sentir empatía con los que sufren; pero a nivel personal he disfrutado de alguna manera de un tiempo de paz y de tranquilidad . He tenido tiempo para hacer cosas que no había podido hacer hasta ahora.
—Solo valoramos el tiempo cuando no lo tenemos...
—Exacto. Soy consciente también de que soy una privilegiada; por estar bien de salud, igual que los míos, por poder llenar la nevera... Esto es lo básico, y a partir de ahí he querido dedicar un tiempo para mí, para la introspección, para pensar, para escribir –que me encanta–, para leer, para meditar... Eso no quita para que haya tenido momentos de agobio, de preocupación por el futuro, de incertidumbre. Pero, en general, yo he querido vivir esta situación desde la aceptación.
—¿Es consciente de lo que ha provocado en usted a nivel personal?
—Es pronto para decirlo... Lo que sí puedo decir es que personalmente me ha venido bien este tiempo de paz. Yo vengo de unos años muy intensos, y parar, reflexionar y bajar el ritmo diario me ha venido bien. Pero sería frívolo decir que me ha cambiado como persona, igual que me parece frívolo decir que nos ha cambiado como sociedad. Aún es pronto. Ojalá esto nos ayude a despertar la conciencia, que parece que ahí sí nos ha tocado esta pandemia. Esta situación nos puede enseñar muchas cosas si logramos que la memoria no sea tan corta como otras veces. Entonces sí podremos sacar algo de esto.
—El arte, la música, es en estos tiempos materialistas «algo inútil», intangible... ¿Se ha llegado a plantear el papel que tienen los artistas en esta sociedad?
—Más que planteármelo, he reafirmado lo que ya pensaba. Que soy una privilegiada: la música nos ha unido en muchos momentos de esta cuarentena, porque la música nos da la posibilidad de viajar adonde queramos. Mire, uno de los conciertos más especiales de mi carrera fue el que ofrecí en una residencia de ancianos; fue increíble ver la reacción de esas personas –que estaban ya confinadas para el resto de sus vidas–. Yo les explicaba las piezas –ahora vamos al mundo exótico de Debussy, luego veremos Granada a través de su mirada, y después viajaremos con Albéniz a Aragón–, y ver cómo viajaban los ojos de aquellas personas, muchas de las cuales no podían expresarse más que a través de su mirada, fue algo que todavía me emociona. Por eso es tan importante la música. Porque nos permite evadirnos de una realidad que no está bien; nos permite viajar, imaginar, nos conecta con los demás y con nosotros mismos. El silencio, que también es música, nos ha venido muy bien en este período de confinamiento. He reafirmado la suerte que tengo de poder dedicarme a ella. En estos días he hecho varios conciertos, pero hice uno muy especial, el de Música en Segura. En mi estudio –que es el lugar en el que yo trabajo, no en el que vuelo–, sin público, solo con tres cámaras; pues no sé explicar la conexión que sentí con el público que estaba al otro lado de las pantallas, varios centenares de personas... Fue un momento muy intenso, y eso era el poder de la música.
—¿Y cómo se puede tocar con ese nudo en el estómago?
—Cuando hablo de emoción hablo de la magia del silencio, de la conexión energética con el público que se consigue en un auditorio. Ese día también la sentí. La emoción de la propia partitura te lleva a muchos lugares, pero hay que dejarse llevar, y para eso has de tener un nivel de control y de dominio técnico que te permita después no tener que pensar, y ser simplemente el mensajero. Yo interpreto, soy una transmisora de lo que otros escribieron. Una vez que he trabajado, interiorizado y madurado la partitura, solo queda fluir y olvidarse de lo externo, de que hay un público. Y, simplemente, sentir su energía. Hay momentos en los conciertos en los que el propio intérprete es a la vez público, y son los de mayor pureza; tu cuerpo ni siquiera es consciente de lo que está haciendo, simplemente existe la música. Y eso se convierte en una emoción enorme que te llevas contigo a los siguientes conciertos, es la adrenalina que te engancha.
—¿El repertorio se elige más en función del momento técnico o del momento vital y emocional?
—Del momento emocional. La técnica por la técnica no sirve de nada. Se necesita para expresar algo; por muchos fuegos de artificio que haya en una obra no sirven por sí mismos, sino para trasladar la expresión del compositor. Todo está enfocado a un mensaje emocional, a una comunicación, a transmitir unas vivencias. Según te encuentres vitalmente, te sientes atraído por un repertorio u otro.
—Ha dedicado su último disco a Robert y Clara Schumann. ¿Eso quiere decir que se siente romántica?
—El Romanticismo es clave para cualquier pianista. Pero Schumann siempre ha estado muy presente en mi vida: yo empecé a tocar el piano con él cuando tenía apenas cinco años. El otro día rescaté una de las primeras partituras que tuve, «El álbum de la juventud», y se ven mis notas escritas con seis o siete años. Hay algo me atrae de manera innata, que no sé explicar; en ese lenguaje me siento en casa, porque crecí en él y fue lo que me atrapó de la música. Schumann es muy especial en el mundo de las emociones, es quien lleva la emoción al máximo nivel en sus dos polos. Ya sabe que él tenía un trastorno mental y firmaba con dos nombres; uno era el apasionado, el tormentoso, el revolucionario, y luego había otro que era el infantil, el soñador, el puro, el inocente... Incluso el caprichoso. Y cambia de uno a otro.
—Unirlo a Clara Schumann no ha sido un capricho...
—No. Al final uno tiene que grabar lo que le sale del estómago. Y a mí Schumann me sale del estómago. Meter a Clara fue una idea posterior. La vida de Clara y Robert siempre estuvo unida. Siempre, a pesar de los años en que no pudieron estar juntos, estuvieron unidos por su amor. No hay un momento en la vida de Robert en el que Clara no esté. La quise incluir por eso y por su calidad como compositora. Ellos componían juntos y ella editaba sus partituras, es difícil asegurar al cien por cien que no crearan juntos. No se entiende el uno sin el otro.