Flamenco
José Mercé, el mismo
El cantaor jerezano actuó este martes 2 de noviembre en los Teatros del Canal dentro del marco del festival Suma Flamenca
Un martinete rompe de cuajo el silencio. Es José Mercé con la daga del cante cana, pero aún dispuesta para batallar. Canta a la libertad y a sus recuerdos desde una oscuridad que se quiebra. A Triana. A Santiago. No es el niño enjuto que se presentó en Madrid en casa de su tío Sordera con 13 años, pero conserva esa jerezanía lastimera que de lejos lo hace a la vez reconocible y de un lugar con nombre propio: ese barrio del Sur que gime con tan pocos adornos. Fuera del trémolo de Antonio Higuero , quien le acompaña a la guitarra, hace un frío propio de las novelas de Olivier Truc. Dentro, todo parece refugio. Por la malagueña del Mellizo pasa casi de puntillas. Le cuesta entrar. La humedad le ha mordido en los huesos y la noche, al parecer, será un in crescendo hasta templarse.
Su repertorio, en estos recitales de corte tradicional, lleva testándose varias décadas en su voz. Y, lejos de sorprender, funcion a. Escuchar una letra que cualquier aficionado no conozca de memoria en uno de sus conciertos, eso sí, parecería un hecho extraordinario. Todo es de una popularidad arrebatadora. La primera soleá que se nos venga a la cabeza es la que suena. La primera malagueña. El primer todo.
Por soleá entra por Joaquín el de la Paula y la Andonda, y sale con el eco en llamas por esas mismas puertas. Lleno de dificultad cuando la garganta aprieta, peleando, defendiendo arriba honras y valentías que no se han ido. Por seguirillas , igualmente clásico, evoca a su desaparecido hijo Curro. Lo hace en el estilo del Marruro, viejo paisano, con la pesadumbre del que ha conocido, según dicen, la peor de las muertes. El de Jerez no ha perdido tonos con la edad, sino que su forma de modular se ha visto obligada a buscar otros escondrijos, así disecciona los machos con el carácter de quien anda lleno de experiencia y ha de evitar el precipicio. Con la boca de quien trata de morder un bosque. Con las manos del que no teme.
Tras los fandangos, inicia junto a las palmas de su mujer, siempre a un lado, los palos festeros. Por cantiña s primero. Por bulerías después, para despedirse. Trae ahí tercios cortitos, esos que tan bien apuntó Mairena. Y ninguno de esos éxitos que lo encumbraron como primera figura alrededor del mundo antes del bis: 'Aire'. No los necesita para poner al público en pie. Ese eco roto de vida es el que muchos, en cualquier lugar, identificarían directamente con el flamenco. Su eco es, por así decirlo, un rostro reconocible, una marca. Brava cuando se aleja del micro para recordar a La Paquera y a Luis el de la Pica. Especialmente risueña al echar los telones con las manos al compás que le va dictando el aire.
Termino con este 'Por derecho' de José Mercé con la sensación extraña de haber escuchado antes este mismo recital . El de un cantaor grande, enorme, que no está ya para triunfar, sino para confirmar por qué triunfó. Y eso hace. Y sigue haciendo, llevando lo impopular a los coliseos más destacados. Si no es el único, está donde pocos.