José Luis Perales: «El éxito es muy peligroso»

El artista conquense publica un disco antológico, «Mirándote a los ojos», que sirve de prólogo para una gira que será su despedida de los escenarios

José Luis Perales, durante su entrevista con ABC Ernesto Agudo
Julio Bravo

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Sus canciones -cantadas por él mismo o por las decenas de artistas para los que ha compuesto- no solo forman parte de la historia reciente de la música española, sino que contienen frases que han pasado a formar parte del imaginario popular: ¿a qué dedica el tiempo libre? es un buen ejemplo de ello. José Luis Perales (Castejón, Cuenca, 1945) ha decidido bajarse del escenario, un lugar en el que, confiesa, nunca se ha sentido bien del todo. Su tiempo libre lo dedicará ahora a seguir escribiendo canciones y novelas -«en marzo se publica la tercera, con historias rurales, editada por Plaza y Janés», revela-; a seguir paseando por los paisajes que le vieron crecer y a continuar viendo la vida con la mirada sosegada, acogedora y curiosa. Para acompañar su despedida, publica un disco triple titulado «Mirándote a los ojos (Recuerdos, retratos y melodías perdidas)» (Warner). Y mirándole a los ojos empieza esta entrevista.

¿Por qué este disco?

Creo que era el momento de hacer una recopilación: de las canciones cantadas por mí, los éxitos que la gente conoce; de la otra parcela, muy importante para mí, de componer para otros artistas; y también las «canciones malditas», esas que llegabas a la compañía discográfica y rechazaban porque no era comercial. Ahora me he sacado la espina de algunas de ellas que incluso se grabaron pero no se promovieron ni se les dio importancia. Otra razón de publicar este disco es que yo pensaba que ya es el momento de irse a casa. De recuperar un tiempo que para mí fue maravilloso y volver a donde empecé: al cuaderno, el lápiz, la soledad del campo, la sombra de una higuera... Escribir sin tiempo ni tensión, en el silencio absoluto del sitio que todavía sigue el lugar en el que escribo todas mis canciones... Y mis novelas.

No va a dejar de escribir, entonces.

¡No, no! Simplemente me voy de los escenarios, pero no voy a dejar la música ni voy a dejar de grabar mis canciones, ni voy a dejar de hacer discos, si hay algo de interés y me apetece. No. Solamente es que tengo una edad, 74 años... Ahora empiezo una gira larga, de más de un año; y cuando termine tendré casi 76. Necesito descansar un poquito y a hacer algo que ya echo de menos: escribir sin tensión. El escenario me produce mucha tensión, siempre me lo ha producido.

Cuando Rosa Regàs ganó el premio Planeta y le preguntaron qué iba a hacer con el dinero, dijo que comprar tiempo. ¿Siente algo similar en estos momentos?

Sí... Y eso que yo he dejado de ganar mucho dinero por tener más tiempo. He hecho una gira cada dos o tres años solamente. Y ese tiempo ha sido fundamental para mí: para estar con mis hijos, para reconocer más a mis nietos, para no desligarme de la gente de mi campo, de mi pueblo; de Castejón, de la Alcarria, de mi refugio, de mi huerto... Todo eso es fundamental.

«Todas mis canciones las escribí en mi refugio, en mi casa del campo en Castejón; sin agua corriente ni luz eléctrica -la luz la genera un grupo electrógeno que hay que apagar al ir a acostarse-. Y sigo escribiendo allí. Siempre»

Tener las raíces firmes es importante para cualquier ser humano; ¿para un artista como usted lo es más incluso?

Para mí ha sido fundamental. Ha sido el sitio donde yo he sentido que tenía que escribir, porque sentía la necesidad de plasmar esos silencios, ese paisaje, esas historias a veces comunes de la gente, del pueblo, del campo; sus problemas, sus alegrías, sus fiestas... Todo eso que conforma la tierra donde nací, que es la Alcarria -la Alcarria pobre, la rica es la de Guadalajara, separadas por el río Guadiela-, para mí ha sido fundamental. De hecho la gente iba a mi casa en Cuenca -una casa muy bonita al lado de las Casas Colgadas, que daba a La Hoz- y me decían: “aquí también escribiría yo”... Pero yo nunca escribí una canción allí. Todas mis canciones las escribí en mi refugio, en mi casa del campo en Castejón; sin agua corriente ni luz eléctrica -la luz la genera un grupo electrógeno que hay que apagar al ir a acostarse-. Y sigo escribiendo allí. Siempre.

¿Esa poesía de lo cotidiano que está en sus canciones tiene sitio en la música de hoy?

Cada uno tiene que ser sincero con lo que siente y con lo que hace. Yo no hago rocanrol porque no soy roquero, hay temas que no tocaría porque no los domino. Pero si escribo una novela sobre los pueblos estoy haciendo algo que siento, que he vivido y que lo sé contar con el lenguaje que habla la gente del pueblo. Es importante que cada uno haga lo que cree que puede hacer con dignidad y no meterse en camisas de once varas.

El mundo de la música hoy es radicalmente distinto al de cuando uste empezó.

Sigue habiendo, de todas formas, artistas que hacen una línea de música melódica, que escriben baladas, blues... Igual que antes. Hay evolución en la música, y una superevolución, que yo creo excesiva, con esa música que ya no es tan música, en la que no se sabe lo que están diciendo... Para mí es una involución. No es música, es otra cosa: hablar y contar cosas con un acompañamiento muy elemental. A mí eso no me interesa.

¿Lo que más le cansa de su profesión es el escenario?

Es lo que más tensión me crea, sí.

«En el escenario no doy todo lo que debo dar, tengo mucha timidez y le tengo mucho miedo; siempre lo he tenido. Mi calma siempre ha sido la vuelta, terminar una gira ha sido como respirar. He padecido el escenario siempre...»

¿No disfruta en él?

No lo que debiera. Paloma San Basilio, en una entrevista que le hicieron para el documental que acompaña el disco, dice que yo no doy, por timidez, por nervios o por lo que sea, lo que ella sabe que soy, porque me conoce muy bien. Y lleva razón. Yo soy responsable, excesivamente responsable, con lo que voy a cantar, cómo voy a estar, cómo me voy a vestir, cómo me van a aceptar o no, cómo puedo frenar una interpretación demasiado efusiva en determinados temas... No doy todo lo que debo dar, tengo mucha timidez y mucho miedo al escenario; siempre lo he tenido. Mi calma siempre ha sido la vuelta, terminar una gira ha sido como respirar. Y el público eso no lo percibe. «¡Qué bonito ha sido el concierto! ¡Como me ha gustado esa canción!»... Si supieran los nervios que yo tenía cuando canté aquello por primera vez... He padecido el escenario siempre... Yo empecé escribiendo, componiendo, haciendo algo que es lo que hoy sigo queriendo hacer. Solo que el destino quiso que Rafael Trabucchelli [el primer productor de José Luis Perales] se empeñara en que yo cantara, y canté... Rezando porque no pasara nada con aquel primer disco y seguir escribiendo canciones para la gente para la que lo hacía en aquella época, años 1971 o 1972. Yo era feliz haciendo aquello. Luego vino el éxito; no puedes rechazarlo, ha sido un premio maravilloso para lo que yo he aportado. Pero en el escenario es donde yo me he sentido más presionado.

«Me di cuenta de que no estaba haciendo lo que quería el día en que, al volver de una larga gira por América, mi hija, que entonces tenía tres o cuatro años, me volvió la cara cuando fui a darle un beso; no me reconoció»

¿Y alguna vez sintió la tentación de tirar la toalla, de bajarse del escenario y seguir su carrera de compositor?

Cuando tenía cuarenta años, solo cuarenta años... Manuela, mi mujer, me lo dice alguna vez: «¿te acuerdas cuando decías que te retirarías al cumplir los cuarenta? ¿Y cuántos tienes?» «Setenta y cuatro». «¿Entonces?» Pero cuando a la gente le gusta lo que haces, cuando te sientes querido, cuando se llenan los teatros y te aplauden de un modo especial, cuando te escriben unas cartas en el Facebook... Cuando pasa eso, es muy difícil marcharse. Pero de vez en cuando he hecho mis escapadas; estaba dos años en que no aparecía; era una cura del éxito. Porque el éxito es tremendamente peligroso, y entiendo perfectamente a los artistas que se mueren antes de dejar el escenario. Por eso yo he hecho el ensayo de espaciar cada vez más mis conciertos. Desde un día en que llegué al aeropuerto después de una gira bastante larga por América; a mi hija, que entonces tenía tres o cuatro años, la tenía Manuela en brazos; fui a abrazarla y se apartó porque no me conoció. Ahí empezó mi idea de que eso no era lo que yo quería. Yo quería no romper ningún cordón, que todos estuvieran unidos y darle a cada uno su espacio, su tiempo y su dedicación. Y creo que lo conseguí, porque nadie padeció excesivamente mi ausencia.

Cuando se llega a cierto nivel en el mundo de la música como al que usted ha llegado, ¿es difícil pisar el suelo?

Para mí no lo fue, no ha cambiado nada. Mis amigos siguen siendo los de siempre, no son los artistas para los que he escrito, a los que quiero mucho, Pero yo juego al mus con mis amigos de juventud en mi pueblo.

¿Su retirada va a ser como la de los toreros, o se corta la coleta definitivamente?

Yo no quiero salir a torear otra vez... Si digo blanco es blanco, y si digo negro es negro... No, no. Me voy de los escenarios, y me voy. Espero que no me venga una tontuna de esas de viejo y me dé por hacer... Pero no, espero que no. Quiero seguir con la música siempre pero recuperar la vida que hacía cuando empecé, sin la tensión que me ha creado esta carrera de tantos años en los escenarios. No pienso volver... Y no me da pena además. Es una liberación... Me crea tensión hasta una entrevista, fíjese. Todo lo que sea de cara al público me produce tensión.

¿Tiene muchos encargos de canciones?

He estado cerrado a escribir para nadie porque este trabajo me ha tenido muy ocupado. Pero me encuentro con algún artista al que escribí una canción y me pregunta cuándo le voy a dar otra -Y sonríe José Luis Perales al recordar-. Raphael, para el que he escrito muchas cosas, me escribía antes, cuando se iba a América, una tarjeta -él es muy cumplidor con sus amigos y la gente que trabaja con él-; firmaba «The golden boy», y me ponía: «¿cómo va mi disco? ¿está ya?» Pero si no he empezado, pensaba yo... Y me iba forzando siempre para que escribiera.

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