Iman hace caja con la colección de arte de Bowie
Sotheby’s muestra algunas de las pinturas y esculturas del músico que subastará en noviembre, testimonio de su buen gusto
Es sonado que al adolescente David Robert Jones le partieron la cara y le dejaron un ojo kaput. Sucedió allá donde vivía, en la Suburbia infinita y soñolienta del Sur de Londres. Se zurró con un amigo, George Underwood, por los amores de una Carol, con la que perdió la virginidad toreando a su compinche. George le dejó de por vida un ojo apagado, sello de un raro que miraba con dos colores distintos.
Convertido ya en Bowie, David mantuvo la amistad con su agresor, incluso le encargó el diseño de algunos de sus discos. Además, el músico sacó máximo rendimiento de su ojo ileso, pues durante sus 69 años de vida, hasta que un cáncer de hígado lo mató en enero, fue un avezado, compulsivo y astuto comprador de arte, sobre todo del siglo XX, con mimo especial para los creadores de su Inglaterra.
Inmensa curiosidad. Eso es lo que hizo grande a David Jones y lo permitió mutar en Bowie. Sus cartas no parecían buenas. Su padre, Haywood Jones, trabajaba en una organización filantrópica, tenía un pasado de empresario teatral fracasado y era jugador y borrachín. Su madre, Peggy Burns, camarera en un cine, arrastraba sueños ilusos de actriz y bailarina, con una historia familiar de locura.
Bowie nunca llegó a la universidad. Estudió en la politécnica de Bromley, pero allí algo prendió en él. Un profesor -el padre del guitarrista Peter Frampton- lo fue acercando al diseño y al arte. Luego aprendería mimo con Lindsay Kemp y hasta sería el primer «Alien» de un joven llamado Ridley Scott, que lo tuvo como jovencísimo modelo para un anuncio de helados (quién les diría a ambos a donde iban a llegar…).
Hambre de saber. Curiosidad. Para el sonido, pero también para el envoltorio visual. Bowie era un esteta. Basta ver su último y helador vídeo, «Lazarus», donde se despide contando su propia muerte con un impactante laconismo visual.
También era, según propia confesión, un comprador de arte «obsesivo y compulsivo», que compadreó con Warhol –hasta lo interpretó en una película de Julian Schnabel de 1996-, que entrevistó para una revista de arte a Tracey Emin, Jeff Koons y Damien Hirst cuando eran «lo último» (hasta que llegaron otros), que husmeaba por galerías y ferias.
Se intuía que Bowie poseía una enorme colección, pero ahora por fin se pueden tener atisbos de su magnitud. Desde el pasado lunes y hasta el próximo día 9, la sede de Sotheby’s en el barrio londinense de Mayfair muestra con entrada libre «Bowie/Collector», exposición de 40 obras que atesoraba y que sirve de aperitivo y reclamo para una gran subasta de 400 piezas de su propiedad, que se celebrará en la misma sede el 10 y el 11 de noviembre.
Iman, su viuda, la modelo somalí con la que se casó en 1992 y con la que tuvo una hija, hace caja, pues se calcula que podría recaudar 12 millones de euros con el legado que sale a puja. La familia alega que Bowie dejó tanto arte que no tienen donde guardarlo y comentan que «es tiempo de dar a otros la oportunidad de apreciar, y adquirir, el arte y los objetos que él admiraba».
«El arte ha sido la única cosa que seriamente he querido poseer –contaba Bowie-, hasta me puede cambiar cómo me siento por la mañana». La sala de Sotheby’s luce concurrida, con público más bien veterano y de una alta burguesía que se quiere modernita. Son dos salas blancas, la primera dominada por dos inmensas fotos del finado.
El gusto del artista ha pasado la prueba del tiempo. Basquiat, Henry Moore, Damien Hirst, Marcel Duchamp. También arte africano, expresionismo alemán… Por su puesto, uno de sus ídolos, Frank Aurbach: «Quiero sonar como su pintura». Como música ambiental suena «The Jean Genie», un éxito de 1972 que le inspiró su amigo/protegido Iggy Pop.
Dividiendo las dos salas, un tocadiscos de 1965, de los hermanos Castigloni, los diseñadores italianos. Tras el ingenioso equipo de música, un panel con «Los 25 álbumes que pueden cambiar tu reputación según David Bowie». No solo ojos, también orejas abiertas: recomienda desde Little Richard a Charles Mingus, pasando por la Velvet Underground; Strauss convive con Syd Barret, Stravinksy con James Brown o Jacques Brel.
No menos eclécticos son los gustos plásticos de un músico que a veces también probó con un pincel. En la muestra pueden verse dos cuadritos de internos de Gugging, un psiquiátrico vienés, donde a finales de los cincuenta comenzó a probarse el arte como terapia. El temor a la locura obsesionó a Bowie toda su vida.
Su hermanastro Terry se suicidó (lo contó en su excelente canción «Jump»), una tía suya fue lobotomizada, su madre siempre osciló en el alambre. En 1994, el cantante visitó Gugging con su amigo Brian Eno, el productor que añadió el plus que hizo que «Heroes» pasase de perfecta canción pop a clásico. Eno y Bowie charlaron con los enfermos, los grabaron y entrevistaron… El material inspiró al año siguiente su disco «Outside». No. Bowie no era un cantante de «Operación Triunfo».
La exposición de Sotheby’s viajará también a Los Ángeles, Nueva York y Hong Kong. Los londinenses tendrán una segunda ocasión de verla en los diez días previos a la subasta del 10 y 11 de noviembre.