Crítica de música clásica

«Gurrelieder», de Schoenberg: el estado de ánimo

David Afkham consiguió poco a poco doblegar a la Orquesta Nacional de España

Thomas Quasthoff ABC

ALBERTO GONZÁLEZ LAPUENTE

De nuevo hay que volver sobre el problema del público y la falta progresiva de asistencia a conciertos y ciclos que no hace mucho tenían el éxito garantizado. Por muchas razones hoy es más difícil llamar la atención de los espectadores y movilizarles. Incluso, cuesta llenar programas que se presuponen atractivos e inmediatos. Esta semana, la Orquesta Nacional de España ha interpretado los «Gurrelieder» de Arnold Schoenberg , una obra de aspecto monumental, que maneja coro y orquesta multiplicados, que se anunciaba con un reparto potente (Juliane Banse, Karen Cargill, Simon O'Neill… Thomas Quasthoff), y cuyo mensaje musical es particularmente afín al inestable presente en el que muchas cosas van quedando por el camino sin que a cambio se reconozca un futuro sensato. La decadencia y la modernidad… la melancolía y la incertidumbre. Todo aquello que explica Mario Muñoz Carrasco en el programa de mano del concierto, accesible a través de la web de la OCNE.

En ese espacio afectivo se inscribe la bicéfala creación de Schoenberg; una partitura capaz de conjugar la pastosa y agotada densidad romántica con la inestable superposición de un «collage» sonoro que coloca a la obra en una incierta posición de futuro. Puestos a elegir, esta última parte dice mucho más sobre la fascinante imaginación creadora de Schoenberg, y se siente más próxima. Así parece creerlo también el maestro David Afkham, quien en la sesión del sábado demostró mayor comodidad ordenando una estructura de superposiciones musicales que tratando de clarificar o amalgamar las desproporcionadas densidades sonoras de la primera parte.

Poco a poco consiguió doblegar a una orquesta que ya en el escenario, antes de comenzar el concierto, hablaba, tocaba sin orden y hacía ruido hasta alcanzar niveles inauditos; y que comenzada la interpretación tardó mucho en redondear una sonoridad coherente y expresarse con un sentido narrativo suficiente. En definitiva, a la que le costó mucho apuntar hacia la emoción a la que todo hecho artístico, particularmente esta obra, debería aspirar. Quizá habría que tomarse más en serio la importancia que tiene sorprender al público y explicarle que aquellas dos horas y media que gastó escuchando música fueron útiles, necesarias e inolvidables.

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