ARQUEOLOGÍA
La gran mentira africana de la música electrónica
Un álbum reúne las supuestas grabaciones que un grupo de caboverdianos realizó hace más de tres décadas con los sintetizadores recuperados de un naufragio

Los sintetizadores, piezas fabricadas por las primeras firmas del sector, llegaron en un barco desnortado, pero el talento y la habilidad para sacarles partido les debió de caer del cielo, como una buena pedrada. Esta es la teoría de «Space Echo: The Mystery Behind the Cosmic Sound of Cabo Verde Finally Revealed!» , antología de canciones de Cabo Verde, justo enfrente de las costas de África, a la altura de Dakar, no tiene pérdida, grabadas en los primeros años ochenta por un grupo de artistas locales con los materiales, alta tecnología de la de entonces, que les entregó el océano. Eso dicen.
Casi es más bonita la inverosímil historia que envuelve esta colección de folclore electrificado que las propias piezas que lo integran, que tampoco están mal. Sin llegar al desvarío motorik de la serie «Kosmischer Läufer» , instrumentales presuntamente compuestos para estimular en los entrenamientos a los atletas de la RDA y recién hallados en cintas de hierro, hasta ahora perdidas en una cajonera, o a la pretensión de «Uchronia: The Unequivocal Interpretation of Reality» , instalación que hace un par de años se hizo acompañar del disco «Field Recordings from Alternate Realities» , sobre la turbadora existencia de África en un mundo del revés, estas misteriosas grabaciones isleñas tienen un origen tan legendario y disparatado como cualquier relato ambientado en el triángulo de las Bermudas .
La maquinaria musical, perdida en el océano, terminó apareciendo en las costas de Cabo Verde
Cuenta la historia, o érase una vez, dada la fantasía que hila este relato, que un barco cargado de teclados Rhodes, Moog, Farfisa, Hammond y Korg dejó el puerto norteamericano de Baltimore el 20 de marzo de 1968 con destino a la Exposição Mundial Do Son Eletrônico Exhibition de Río de Janeiro , feria de la que nadie tiene constancia y a la que, por supuesto, nunca llegó el carguero. Empaquetada en contenedores, la maquinaria musical terminó apareciendo tres meses más tarde en Cabo Verde, donde ni siquiera tenían enchufes para probar sonido. Los cacharros, entonces inútiles, fueron almacenados en una iglesia local hasta que los niños de la escuela, ya con luz eléctrica, empezaron a apretarles las clavijas y a sacarles sonidos. No llegaron muy lejos con sus ensayos. Aquellas maravillas fueron asimiladas como acompañamiento de una música de raíces folclóricas que como en el resto del mundo y sin necesidad de recurrir a buques fantasmas se impregnó en los años setenta y ochenta de las nuevas tecnologías, a menudo con resultados catastróficos.
La trola servida por Analog Africa , sello que distribuye esta maravilla, es de dimensiones oceánicas, pero conviene tolerar la mentira para disfrutar de una producción que, sin tanta farfolla mitológica, hubiera pasado inadvertida para el común de los aficionados. Si el mercado exige experimentación e impostura, los de Analog Africa sirven tres tazas.
Civilización y barbarie
Algunos de los músicos que aparecen en esta recopilación son conocidos fuera de su ámbito geográfico, y sus discos se pueden encontrar sin dificultad en el mercado de segunda mano. La mayoría, sin embargo, son habitantes y víctimas del olvido . Más allá de los localismos que lo definen y sitúan, no hay en este álbum nada que no aparezca en trabajos de carácter arqueológico y folclórico como los recientes , o «Soul Sok Séga: Séga Sounds from Mauritas 1973-1979» . Bailes regionales adaptados a unos tiempos feroces y enchufados a cualquier máquina.
Como contraste al dulzor oscuro de Cesaria Evoria , las canciones incluidas en esta asombrosa antología, asalvajadas por la civilización, valga la paradoja, ofrecen un soberbio ejercicio de adaptación al medio teconológico. Hay horteradas de gran calibre, pero también piezas que escapan del legado brasileño, por entonces muy pesado para los caboverdianos, y de la pena portuguesa y que plantean una oportuna traducción sintética del vigor africano . Los músicos que intervienen en esta función discográfica no se criaron entre los sintetizadores que vinieron del otro lado del mar, como cuenta la leyenda, pero jugaron con ellos con instinto y falta de respeto. Experimentación, que dirían en Brooklyn.