Música
Mil formas de decir 'Te quiero'
El amor, el más popular de los prismas de la vida, entendido desde la música y el flamenco
La música, como la periodista y escritora Inés Martín Rodrigo en su última novela, 'Las formas del querer' , nos recuerda que hay maneras y maneras de decir 'Te quiero'. Una de ellas, quizá la más extendida, está en el silencio, sentados en un vagón que nos transporta hacia una nueva esperanza. Versiones del amor solo hay una, pero manifestaciones muchas. Ya lo dice ella: formas. A veces bastan unos acordes. Rafael Riqueni , en el trémolo 'Cogiendo rosas', habla de padres e infancias en un parque, de romanticismo, Bécquer y viejas glorietas en sombra. Lo hace con tres dedos que recogen un dictado aún más profundo que la propia técnica y la palabra. Ese que trataré de perfilar.
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El amor es puro surrealismo, pensamiento que esquiva la razón y aflora lleno de sospechas, pero libre hasta de uno mismo. Así, el cantaor José de la Tomasa , que aprendió a leer en los letreros de las tiendas y de siempre escribe sus propias letras, improvisó en un festival cuatro versos por soleá. «A querer nadie me gana», se arrancó, inspirado por la guitarra, para empezar el conflicto: resolver aquella letra que por ser de inicio había de tener tres versos más. «Porque queriendo pierdo el sentido», continuó. «Qué pena que quien yo quiero/en la vida me ha querido».
El amor es también un salto mortal sin demasiado tiempo a nuestra disposición para tener bien clara la maraña. Riesgo astral. Aventurar octosílabos que rimen en consonante los pares sin prevenir las consecuencias. Es un arrebato. Desconocer el recurso poético de la políptoton y emplearlo con perfección y sin consciencia de ello: querer, queriendo, querido..., solo atendiendo a los asuntos del pecho, que es lo que hizo ese cantaor de la sevillana calle Feria en aquel lejano festival. Apostar, que esa es la máxima de los enamorados, al azar . Un auténtico 'all-in'.
El amor trae guasa, y, a veces, se muestra como un reproche atemperado: «Cuando paso por tu casa/cojo pan y voy comiendo/para que no diga tu madre/que con verte me mantengo». Cuando la cosa se complica y lo de la suegra pasa a un segundo plano, tras el tormento, la baraja se abre de nuevo y las alternativas se multiplican. Entonces llega el 'perdón' , tal vez. Quizá el 'adiós' o el 'hasta luego', que dirían Los Rodríguez. Incluso la patada: «Te tengo que ver llorar/descalcita por la calle/por lo que me has hecho pasar».
El amor es lo contrario a la poesía inofensiva de redes sociales: sentir y luego decir lo que se pueda; no a la inversa. María Jiménez echándonos a la calle codo a codo para ser uno más que dos con un texto de Benedetti en su lengua, una voz que hable de la amistad sin mencionarla, Borges buscando palabras... Es lo que, por desgracia, tendemos a analizar cuando escasea. Eso que quien lo probó lo sabe. Lo que de pronto pasa, como un «potro de rabia y miel», referenciando la queja postrera de Camarón .
Es deseo: «mezclar en un perfume menta y canela». Pregunta retórica: «Dime dónde va a llegar, este querer tuyo y mío», se cuestionó Sordera por malagueñas. También prudencia, aunque solo sea para no asustar al otro; lírica, si se trata de una milonga; y piropo espontáneo: «Qué cara más bonita tiene esa niña», soltó Paco Cepero antes de que lo cantara Juanito Villar y Bordón 4, estos con sumo éxito.
Metáfora ante el amor prohibido
A menudo se acerca a lo metafórico, sobre todo si, como ocurría en los tiempos de la copla, resulta de lo prohibido. ¿A quién le cantaba Bambino en 'Mi amigo' , canción de Quintero, León y Quiroga que tantas folclóricas interpretaron? ¿A quién Bernarda de Utrera al añorar ese paseo que no había de ser visto? «Quisiera ser como el aire/estar siempre a tu verita/sin que a mí me note nadie».
El amor es un recuerdo. Casi siempre, lo que ya ha sucedido. Esa piedra con la que con gusto reventarse de cuando en cuando el pie. Morir varias veces a los 18 para contarlo en First Dates y saberse en paz a los 50. Derretirse otra vez, más adelante. Aconsejar a un chiquillo, pero no tener nunca ni idea.
Es una cornamenta inevitable y confesa en los culebrones de Parrita : «Cuéntale la historia que tú quieras/pero quédate conmigo/no me dejes con las ganas». Chiquetete vestido de caramelo y Juan Talega con uno de esos rostros que ya no existen, de tan curtido que ahora nos parece. «¿A quién le contaré yo/las penitas que estoy pasando?/Se las voy a contar a la tierra/cuando me estén enterrando». El amor, disculpa, es también soledad e injusticia. Espacio para lo idílico con Lole y Manuel desnudos por el piano de la luna. Introspección y racionalización a posteriori; nunca antes. Lo que, como la risa, iguala a todos los hombres y mujeres: el Hemingway de 'Adiós a las armas' y un tiento de Gaspar de Utrera . Eso que en el fondo es lo mismo, pero que muta de estado, de forma.
Hay tantas, según Martín Rodrigo, como situaciones y personas. De padres a hijos. Entre abuelo y amigos. Y así ha quedado reflejado en el flamenco. Con toda su desmedida y violencia. También en la ternura y la confusión. Separados por una pared. En el beso al retrato de quien ya no está y a unos labios con las líneas frías por lo que no le han dado. En el olvido, extremo que tocó Cernuda, y la muerte: «Pañuelo le eché a la cara/para que no tragara tierra/boquita que yo besara». Es el letargo de Inés Bacán anhelando la descendencia perdida en una nana y lo escrito en 'Mortal y rosa' por Francisco Umbra l. Todo eso.
Se aproxima el 14 de febrero y habrá tiempo de invocar su cáscara. La superficie. Una idea degradada de lo que esta civilización por la que nos movemos ha creado a su antojo. Podríamos concluir que el amor, desde luego, no es un peluche de tonos pastel . Pero esta , aunque a quienes nos descubrimos por la poesía nos incomode, es otra de sus formas . El amor habrá retrasado guerras un fin de semana por no perder una reserva y firmado en servilletas las mejores historias. Pliega corazones ásperos y mueve a otro ritmo las cosas. Es el más popular de los prismas de la vida.