Música
El flamenco contado a través de las flores: oda, pureza y destrucción
A través de una lista de Spotify y coincidiendo con el mes de mayo, escuchamos letras que utilizan la naturaleza como recurso poético

Una lágrima de sangre que cae sobre un campo de trigo. La juventud explotando en los pliegues de un capullo que crece presumido en sus volantes. Un canasto de caña donde se sugiere la estación más colorida. Una mancha que pinta el lienzo blanco sobre blanco, emulando de forma natural a un cuadro de Malévich. El aire que lo mancha todo de evocaciones. Las briznas de un bosque de espuma. El eco largo de una rama. La vida resumida en una flor que yace abierta en las páginas de la historia... Al flamenco nos podemos acercar por un sinfín de puertas. Ábrase ahora, por mayo, la más perfumada de todas ellas: la de las flores. Y que sirva ese capítulo de 'Platero y yo' en el que llueven rosas como referencia para entrar en el jardín. La música duele y también huele, como la rosa, que tiene espinas; «no la toquéis ya más». La naturaleza es un recurso para contar, y en la belleza de unas simples hojas se extiende el alborozo y el dramatismo del mundo . Una flor es una historia de amor que dura lo que vale. Es muerte asomando su daga en el mejor momento. Oda, pureza y destrucción. Vida efímera y pasaje.
Los poetas, aunque populares y sin firma, emplearon el recurso literario de la personificación para otorgarles entidad. Por eso las flores, en el flamenco, que se nutre de todo ese repertorio, no solo viven, sino que sienten. Ante la pérdida, todas quietas, pierden por fandangos su brillo. Nacen coloradas por los parterres de los cementerios y se vuelven caprichosas en un tanguillo de Pepe Marchen a, cuando toman cuerpo de beso y de bahía. Hacen, en la malagueña, una cama con jazmín de cabecera. Las del almendro son amargas, por eso algunos las comparan con el desamor. Las azucenas, tan blancas, son símbolo de pureza. Y la amapola , solitaria entre la maleza, de nostalgia. Germina y crece del erial. Es orfandad y destierro. Gota roja y apátrida que sobrevive destacando sobre el resto. La brisa la acaricia y la imagen poderosa de ese leve bamboleo que a lo lejos es un punto superpuesto en el paisaje cala hondo en el imaginario. La amapola es el haz de luz del cuadro. El espacio diminuto donde convergen las miradas cuando se contempla la obra. Es sangre en el horizonte cetrino. Referencia en el camino que deja su sospecha tan solo durante un par de semanas, el tiempo que necesita para producir millones de semillas.
Enrique Morent e , como Richard Powers en la reciente novela 'El clamor de los bosques' (Premio Pulitzer 2019), llama a la naturaleza en 'Árboles'. Lo hace junto a la guitarra de Enrique de Melchor por jaberas, un estilo de abandolao, como la rondeña, que es el palo que Naranjito de Triana utiliza para cantar eso de que en cuestiones del amor, las palabras las va deshojando el aire, como deshoja a la flor. La reinterpretación de la soleá del Charamusco que grabó Antonio Mairena que hace el de Granada en 'Tú vienes vendiendo flores', además, queda como una catedral del género. Talentoso reproche lorquiano que juega por los precipicios de la emoción.
Piropos y pregones
La Paquera de Jerez pregona claveles por las Cibeles de Madrid. Es a través del mirabrás. El Tiriri , cantaor de Málaga, mece por tangos su canastilla, pausado, jocoso, con la actitud de quien aún no ha descubierto la prisa. Y Pepe Pinto lo hace por soleá: violetas, mosquetas, clavellinas, nardos, dalias... De la Alameda al mundo vende el campo, que se asemeja, todo revuelto, a sus afecciones. Rocío Márquez , mucho después, lo recordó: «Romero del campo/amapolas en flor/que los cantes se hacen/de aroma y color». Así resume la onubense el arte cabal, destacando esos dos últimos atributos que definen los demás parámetros.
La alboreá, triunfo gitano que separa el casamiento del noviazgo, presenta verdes prados y rosas como materialización de la pulcritud. Aurora Vargas y Camarón festejan la primavera . Y de pronto 'toítas las flores' lloran en la garganta del segundo al medirse ante la belleza humana descrita por el siempre enamorado autor. Las flores son imágenes superpuestas de lugares que son espina o edén. Espigas que conocen la verdad cuando Ana Reverte , voz de cielo, flauta que atraviesa envolvente los parajes, atiende ensimismada sus líneas sin ángulo al contraluz. Lo ajado llama por aquí a lo marchito: el paso del tiempo. Todo florece y se renueva como una piel que cubre la superficie del planeta. El cante ha capturado mil instantáneas en dos versos . El flamenco, hecho nana, seguirilla o canción, hace acopio de los efluvios para elevarse mirando lo que le rodea. Las flores, por eso, no solo viven y sienten en las mejores letras, sino que estampan el extraordinario binomio de aroma y color en el que se forjan a lo que en el fondo son. Fugacidad eterna. Contrapunto de la zozobra. Vasta luz.