Crítica

El escenario de la desgana

Una escena de la ópera 'Las bodas de Fígaro' en el Teatro Real de Madrid EFE

Alberto González Lapuente

'Las bodas de Figaro' es una ópera popular, capaz de resistir el tiempo y sus estragos. Trece funciones ha programado el Teatro Real a partir de la producción de Claus Guth procedente del Festival de Salzburgo de 2006. Aquel fue un año propicio en coincidencia con el 250º aniversario del nacimiento de Mozart, a quien se homenajeó escenificando todas sus óperas. También se despidió a Peter Ruzicka, que había sido director artístico del festival durante cinco años. Hoy todo aquello tiene poca importancia. Ha llovido mucho desde entonces y de forma muy racheada. Dieciséis años añaden además una generación y media dispuesta a decir cosas con otro espíritu y también con un horizonte diferente. Este retorno suena poco estimulante.

La impresión es que, con 'Las bodas' en la mano, el Real se ha vuelto nostálgico y poco abierto a fomentar un pensamiento crítico. La apuesta por esta producción implica un espíritu de mansedumbre capaz de reportar un beneficio inmediato pero muy pocas posibilidades de hacer una muesca en su historia de méritos. Porque la decadencia, entendida desde la perspectiva del agotamiento, asoma detrás del telón en un escenario que es metáfora de su propia sustancia. Cuando se presentó en Salzburgo, la producción estaba capitaneada por un joven Guth todavía en puertas de ofrecer lo mejor como director de escena. Guth llamó la atención porque sus 'Bodas' destruyendo la tradición de una tramoya ingeniosa, rompieron el encanto del enredo, que es la carpintería que fabrica la obra, mientras dejaban aflorar la estampa de un tiempo pesaroso. Apenas se levanta el telón y todo queda explicado con solo contemplar el sucio suelo de un enorme y viejo recibidor sobre el que desembocan puertas y un gran escalera, y en el que tantas y tantas cosas pueden suceder que se hace necesaria la incorporación de un ángel dispuesto a dirigir la acción y a los actores.

El personaje, a base de llevar y traer, se hace pesado, incluso molesto. El mecanismo de 'Las bodas' tiene cuerda por sí mismo, si es que se mueve con cierta gracia, y lo que en origen surgió como un aliciente, incluso como una novedad, se ha convertido hoy en un gesto perturbador. Que además se vuelve pegajoso cuando decide subirse a los lomos del conde de Almaviva mientras este recita 'Hai già vinta la causa' y canta el aria inmediata. Lo mejor de ese momento enormemente comprometido es la actuación de André Schuen, quien demuestra que es un cantante a prueba de bombas. Su actuación tiene enjundia, presencia y agilidad y está entre lo más favorecido del primer reparto.

Se puede también elegir a María José Moreno quien, tras haber sido durante años una Susanna estupenda, encarna ahora a la condesa llevando al personaje a un terreno humano y estiloso. 'Dove sono' fue en la representación del viernes un punto culminante, pues fue entonces cuando apareció un apunte de intensidad sobre una interpretación general que fue tiñéndose de insistencia. Sin ir más lejos, Julie Fuchs es una Susanna excelente, ingenua, inocente, blanca, pero estuvo apremiada por el gesto de Ivor Bolton, demasiado convencido de que es conveniente caminar un instante por delante de los cantantes. Y es una pena porque a la versión le faltó expansión, encanto, el serpenteo del equívoco que sin duda podría representar el Figaro de Vito Priante, quien queda reducido a una presencia solvente.

Es inevitable citar a Rachael Wilson, quien debuta en el Teatro Real y quizá en España con un Cherubino que afronta su 'aria' con gusto y llega a 'arietta', 'Voi che sapete', apretada por la orquesta. Con ella se demostró el escaso vuelo de la versión, dominada por un foso con poca agilidad, gracia, capacidad para inmiscuirse en la trama y compensar la potente carga de pesadumbre que se acumula en el escenario. La factura del tiempo es evidente aunque el trabajo de Guth siga vivo y circulando. A pesar incluso de que en la primera representación de ayer se recogieran las primeras muestras de entusiasmo. 'Las bodas' sigue siendo una ópera popular.

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