El escenario de la apariencia
Antes de que la ópera comience, el espectador ve sobre el escenario las ruinas de un templo griego . Algunos turistas, actores quizá de una posible producción, circulan entre las piedras. Van a representar «A Midsummer Night’s Dream», la ópera de Britten con la que el Palau de les Arts de Valencia cierra su temporada. Al fin y al cabo, las parejas de jóvenes, los artesanos de Atenas dedicados a ensayar una obra de teatro, son seres de carne y hueso. Y la ruina en penumbra siempre es un espacio sugerente, capaz de emular el sigiloso misterio del bosque. No se olvide que para el romanticismo fue incluso una puerta a la melancolía. Apenas hace falta que se apague la luz para que surja la irrealidad de elfos y hadas, el rey Oberon y la reina Titania.
Paul Curran es el responsable de la nueva producción promovida por el Palau. Merece la pena considerar su propuesta, aunque el primer acto tenga una apariencia marmórea con la ruina convertida en lo obvio: la representación de una decadencia, un propósito alejado de la obra. Pero hay que esperar a que todo prospere, que, en el segundo acto, el templo comience a girar mostrando otras perspectivas, a que Puck ponga a Bottom cabeza de burro y a que Titania se enamore de él. Incluso, a que los artesanos hagan su representación, un momento logrado. Para entonces, y esto es curioso, algunos espectadores han abandonado un Palau no tan lleno como en otras ocasiones. «No me gusta la música contemporánea», se escucha decir, lo que obliga a pensar, mientras suenan los «acordes mágicos», sobre la ignorancia general. Mal asunto el de la enseñanza y la cultura.
Quienes permanecen, los elegidos, se lo pasan en grande y aplauden mucho. La orquesta dirigida por Roberto Abbado suena estupenda, sutil, inquieta; la Escolania de la Mare de Déu dels Desemparats canta de diez, y el sólido reparto se crece cuando oye las risas que provocan las muecas teatrales de Tisbe.
Queda a la espera la temporada 2016-2107, reincidente en Britten con «The Turn of the Screw». ¡Ay dios, qué atrevimiento!
