Los «Episodios Nacionales» del pop español: De los guateques clandestinos a las primeras salas de conciertos

Los «Episodios Nacionales» del pop español: De los guateques clandestinos a las primeras salas de conciertos

ABC estrena una serie de reportajes sobre hitos históricos de la música en nuestro país

El primero está dedicado al nacimiento de los guateques organizados y la apertura de locales como Imperator, Paraninfo, Ale's Club, El Ducal, Piper o Gaudeamus, todos ellos regentados por el empresario Jesús Nuño de la Rosa

Nacho Serrano
Una noche de fiesta en Imperator

Es difícil, incluso arriesgado, ubicar el nacimiento de la escena de música pop-rock española en el espacio-tiempo. Pero hay algo que sí sabemos a ciencia cierta: en 1950, un joven llamado Jesús Nuño de la Rosa puso una de sus semillas más importantes al organizar un guateque con venta de entradas en un pequeño sótano del barrio madrileño de Chamberí.

Era un adolescente de diecinueve años con las ideas muy claras. «Me encantaba el jazz, y solo quería que en mi ciudad hubiera sitios donde escucharlo en compañía de gente», recordaba en 2018 este empresario, fallecido hace dos años. Pero volvamos a Chamberí, a la calle Blasco de Garay, número diez para ser exactos. Nuño está pasando el rato con unos amigos frente a la taberna El Greco, que hacía esquina con la calle Rodríguez San Pedro —y allí sigue en pie, así que quizá habría que convertirlo en lugar de peregrinación—, y les asegura que va a entrar, va a hablar con su dueño y le va a convencer para que le deje montar una fiesta en su sótano el siguiente fin de semana. Su pandilla se descojona, pero él entra decidido y al cabo de diez minutos sale con una sonrisa en los labios. El tabernero, satisfecho por la cantidad ofrecida por Nuño para alquilar el sótano, cedió ante la perspectiva de sacarle unos durillos extra a su negocio. Al llegar el viernes, Nuño no solo ha impreso entradas para su fiesta, también ha hecho octavillas para repartirlas por la calle a los jóvenes.

No hay logística para actuaciones en directo, de hecho a Nuño ni se le ha pasado por la cabeza la posibilidad... todavía. Así que consigue reunir el dinero para hacerse con uno de los primeros tocadiscos que han llegado a la capital —«si no fue el primero», aseguraba—, varios álbumes de jazz y canción italiana, y él y uno de sus amiguetes se convierten en los primeros DJs madrileños.

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Cobra once pesetas por entrada, y aunque no todos los adolescentes del barrio pueden permitírselo, El Greco se pone hasta arriba en cada fiesta que celebra los sábados y domingos por la tarde. El rumor se extiende entre la muchachada capitalina más avispada y ávida de nuevas sensaciones, pero solo es cuestión de tiempo para que el boca a boca se descontrole y llegue a oídos equivocados. Efectivamente, a los pocos días la policía se presenta allí sin previo aviso, con el sótano hasta los topes de gente. «Nos sacaron a todos de allí a gritos», contaba don Jesús. «Nos quedamos todos en la calle, y yo tuve suerte de que no me llevasen detenido. En cuanto los policías vieron que no estábamos haciendo nada especialmente malo se marcharon... y entonces nosotros volvimos a entrar para seguir con la fiesta».

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Al cabo de un tiempo, las redadas se convirtieron en algo habitual. Tan habitual que resulta increíble que semejante desafío —o directamente vacile— a las autoridades franquistas no tuviese consecuencias graves. Y es aquí donde entra la picaresca en su más honda expresión. «Yo tenía mucha habilidad para persuadir a la gente, siempre la he tenido», recordaba Nuño, que consiguió muchas vistas gordas invitando a los agentes a tomar esto o aquello rodeados de jovencitas. Él sin embargo no bebía, y jamás probó gota de alcohol —ni gramo estupefaciente— en toda su vida.

Podría pensarse que el ambiente en sus fiestas era de lo más mojigato, que los chicos apenas se atrevían a invitar a las chicas a bailar y solo comentaban las canciones que escuchaban mientras tomaban un ponche y se fumaban unos Ducados. Pero nada más lejos. Los pocos enteradillos (¿hipsters?) que sabían que el sótano de El Greco albergaba un pequeño universo paralelo llegaban allí ansiosos de li- bertad, que no de desenfreno. «Los chicos hablaban entre ellos y se decían 'yo voy a por esta', o 'yo voy a por aquella', y se lanzaban enseguida a invitarlas a bailar. No se cortaban un pelo», rememoraba Nuño. Estaban lejos de las miradas adultas, y de hecho los mayores no tenían cabida en sus fiestas clandestinas. Sin embargo, aquel reducto secreto ya no podía seguir ocultándose más, y no tardó en llegar el día en que pareció que las cosas se iban a poner feas de verdad.

Solo unos meses después de las primeras fiestas en El Greco, todavía corriendo el año 1950, Nuño recibió en su casa una carta firmada por el puño y letra del comisario de la sección de Espectáculos de Madrid, Ramón Maraver Cortés, convocándole para declarar en la Jefatura de la calle Leganitos. El incipiente empresario se dirigió hacia allí convencido de que sus días de emprendimiento habían terminado, es más, probablemente pasaría la noche en el calabozo, o algo peor. «Yo sabía que estaba desobedeciendo, que estaba cometiendo un delito, y que lo normal era que aquello acabase de mala manera. Estaba muy angustiado», reconocía al evocar la escena. Entró en la comisaría, y con el sudor cayéndole a goterones, atravesó los pasillos repletos de grises hasta llegar al despacho correspondiente.

«Pero si es usted muy joven», le dijo el comisario cuando se presentó. Le miró de arriba abajo y comenzó a abroncarle como si fuera su padre, mientras Nuño se sentaba y planeaba su estrategia de persuasión. «Cuando me dejó hablar, le expliqué que había leído que en Estados Unidos la juventud tenía sitios donde podía ver a Frank Sinatra y a los grandes artistas del momento, y que yo quería traer eso a España, dar un cauce a las ganas de escuchar música que sabía que había en la juventud madrileña». Aquello dejó estupefacto al comisario, que quizá vio en él a un joven visionario. O puede que sólo sintiese compasión por el muchacho. En cualquier caso, el ingenio de Nuño obró el milagro y no solo no acabó en el calabozo, sino que consiguió que aquel tipo le echase una mano sacando toda la documentación necesaria para legalizar su negocio. «De repente salió del despacho, tardó unos minutos interminables, y al volver traía un montón de papeles y documentos. Me explicó cómo tenía que pedir todos los permisos, ¡yo no me lo podía creer! Fue gracias a eso que supe encontrar la forma de legalizar las fiestas. En cuanto lo tuve todo en regla se pasó por allí para comprobarlo. Le gustaron tanto mis fiestas que se convirtió en un asiduo de mis salas, y fue un gran amigo durante muchos años. Todavía me emociono cuando recuerdo la carta que me envió cuando murió mi madre».

Una vez «legalizada» su actividad, el futuro empezó a pintar cada vez mejor para nuestro joven promotor musical, así que decidió expandir el negocio. En 1952 inaugura otras dos «salas», una en la esquina de la calle Princesa con Altamirano, en el sótano del Café Universitaria, y otra en el número 72 de la calle Fernando el Católico, en el del bar La Cotera. Allí el funcionamiento era parecido, con la diferencia de que ahora contaba con la inestimable ayuda de su novia —con la que siguió felizmente casado toda su vida—, que dedica casi tantas horas como él a preparar las fiestas para que sean un éxito.

Nuño siguió organizando guateques en sótanos de bares durante los siguientes seis años, e incluso empezó a trasladarlas a salones de hoteles, que también cedían su espacio a cambio de un alquiler por horas. Pero en 1958 da un importante paso en su carrera inaugurando una sala de su propiedad, el Club La Tuna en el número 3 de la calle Andrés de la Cuerda, en Argüelles, donde por primera vez se lanza a organizar conciertos en vivo contratando a un grupo de músicos residentes. «Nuestra orquesta tenía a los mejores maestros del jazz que se podían encontrar en Madrid en la época, casi todo profesores de la orquesta sinfónica», asegura Nuño, que consiguió convertir su local en un «must» del ocio capitalino en cuestión de semanas.

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Famosos, artistas y melómanos se entremezclan entre sus paredes en un ambiente tan divertido que llega a oídos de los famosos que visitan la capital. Así, un buen día se presenta en el club todo un Gerry Mulligan. La estrella del jazz estadounidense se pasó por allí una tarde con su novia, la actriz oscarizada Judy Holliday, y no solo departió alegremente con Nuño durante horas, sino que además aceptó su invitación de unirse a la orquesta de La Tuna en una sesión improvisada que debió ser digna de ver.

Nuño de la Rosa, junto a Gerry Mulligan en La Tuna
Nuño de la Rosa, junto a Gerry Mulligan en La Tuna

Nuño también abrió otra sala en la misma calle de La Tuna, en el número 5: el Club Studio. Pero su imperio se consolidó definitivamente en la Nochevieja de 1961 con la inauguración de Imperator, oficialmente la primera de las muchísimas «salas de juventud» —que se diferenciaban de las «salas de fiestas» por la ausencia de adultos y, todo hay que decirlo, de prostitutas— que se abrirían a lo largo de la década de los sesenta. Ubicada en el número 59 de la calle Fernández de los Ríos, fue la más célebre y la que más veces recibió en su escenario a la flor y nata del pop y el rock nacional del momento: Pekenikes, Serrat, Julio Iglesias, Los Brincos, Salomé, Los Diablos Negros, Los Continentales, Los Canarios, Raphael, Miguel Ríos, Los Sírex, Nino Bravo, Four Tops, Massiel —aún conocida como María Ángeles Santamaría— y un interminable etcétera pasaron por allí, muchos de ellos en su debut oficial, en busca de fortuna y gloria.

Raphael, junto a don Jesús en Imperator
Raphael, junto a don Jesús en Imperator
Nuño de la Rosa, junto a Julio Iglesias e Isabel Preysler
Nuño de la Rosa, junto a Julio Iglesias e Isabel Preysler
Un contrato de Julio Iglesias para actuar en Imperator
Un contrato de Julio Iglesias para actuar en Imperator

«Yo siempre trabajaba con managers, cumpliendo con todas las condiciones laborales, pagando a la Sociedad General de Autores, haciendo las cosas como Dios manda», aseguraba Nuño, que efectivamente dejó muy buen recuerdo en artistas como Ramón Arcusa, de El Dúo Dinámico, con quien siguió manteniendo un aprecio mutuo durante muchos años. «Él se dio cuenta de que yo era una persona honrada —decía Nuño—, de que valoraba de verdad el trabajo de los artistas, y siempre me ha guardado un gran afecto».

Nuño de la Rosa, posando junto a Manuel de la Calva y Ramón Arcusa, de El Dúo Dinámico
Nuño de la Rosa, posando junto a Manuel de la Calva y Ramón Arcusa, de El Dúo Dinámico

Desde el primer momento, Imperator también se convirtió en la escala principal de las giras internacionales más destacadas a su paso por la capital. Estrellas británicas como The Shadows o sudamericanas como Los Impala suben a su escenario durante los primeros años de funcionamiento, pero Nuño da el pelotazo de su vida trayendo por primera vez a España a Tom Jones en 1966: «Lo hice a través de Bermúdez, que era un agente muy importante en Madrid. Me lo ofreció, y después de mucho sopesarlo, porque su caché era carísimo, un auténtico dineral, me decidí a traerlo». La visita fue anunciada a bombo y platillo en la prensa, y el Tigre de Gales actuó en Imperator y en otra sala recién abierta por Nuño, la Paraninfo, con éxito arrollador. «Aquello me dio mucho prestigio, salieron muchas crónicas de sus actuaciones en prensa, radio, incluso en Televisión Española lo mencionaron. Fue un gran paso para mi carrera, sin duda alguna».

Nuño de la Rosa, henchido de satisfacción al traer a Tom Jones a España por primera vez
Nuño de la Rosa, henchido de satisfacción al traer a Tom Jones a España por primera vez

Massiel no quiso perderse el recibimiento al Tigre de Gales en Barajas
Massiel no quiso perderse el recibimiento al Tigre de Gales en Barajas

También hizo jugadas maestras trayendo por primera vez a estrellas de la canción italiana como Rita Pavone, Iva Zanicchi o Gigliola Cinquetti —«conseguí que todo aquel que triunfara en el Festival de San Remo viniese inmediatamente después a Imperator», aseguraba—, e incluso a rockers del calibre de Vince Taylor, que llegó en 1965 «a través de un manager francés» para causar sensación en la prensa española, que lo calificó como « uno de los personajes que han marcado la época más violenta del rock'n'roll». Así lo presentaron en el diario ABC, que le hizo una entrevista a doble página en la que Taylor dice, entre otras perlas, que los Rolling Stones «son buenos, pero no tan espectaculares como para lograr un éxito sin discusión».

Imperator era un trampolín a la fama y cada vez acudían más artistas a su escenario —ampliando la presencia latinoamericana, con artistas de Uruguay como Niki Camba, de México como Enrique Guzmán, que salió a hombros de su actuación, o de Argentina como Luisito Aguilé, que como todos sabéis se convirtió en una de las celebridades del momento—, de forma que Nuño tuvo otra de sus geniales ideas: organizar el primer Festival de las Estrellas, donde se entregarían los Imperator de Oro a las figuras más populares de la temporada. En el de 1964, por ejemplo, participaron artistas como Tito Mora, Los TNT, Los Ídolos, Mike Ríos con los Sonor, Los Sírex, Georgie Dann, Kurt Savoy, Los Jolly, Los Solitarios... En el de 1965 fueron galardonados Marisol, Luis Aguilé, el propio Mike Ríos y Robert Jeantal entre muchos otros. Cuatro años después, los premios cerraban la década prodigiosa rindiendo un homenaje a María del Valle y convocando a la gala a Miki & Los Tonys, Los Pop-Tops, Los Brincos, The Shadows, Los Canarios, Antonio Machín, Los Pe- kenikes, Vince Taylor, Mochi, Los Bravos... todo en la misma noche.

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Una noche de fiesta en Imperator
Una noche de fiesta en Imperator - ABC

En paralelo, y para seguir dando salida a tanto talento que llamaba a su puerta, abrió una sala apéndice, la Imperante, en Almendrales 41, donde se alternaban músicos como Robert Jeantal, Jani Rigo & Los Magníficos, Miguel Ríos, Los Polaris, Michel o Los Diablos Negros con showmen como Torrebruno o Andrés Pajares, un cómico que empezaba a darse a conocer en las muchas salas de fiestas de Madrid. Años más tarde, aquel local acabaría siendo vendido a los Testigos de Jehová.

Nuño abrió muchas otras salas más que conformarían una red por la que irían pasando todos sus fichajes, que a veces actuaban en dos de ellas en el mismo día. Una fue la mencionada Paraninfo, en Fernández de los Ríos 67, que tenía uno de los ambientes más atractivos para la chavalada por la cercanía de una fábrica de pañuelos en la que trabajaban mujeres casi exclusivamente. «Cuando daban la hora de cierre en la fábrica, muchas se venían a tomar algo a la sala. Era como una invasión, ¡ja, ja, ja! Eso atraía a los chicos y gracias a eso lo tuve abarrotado todos los días. Allí actuaron una vez Los Cambios, que eran Fórmula V antes de cambiarse el nombre. El cantante, el pelirrojo, tenía una gracia que encantaba a las chicas e hicieron un lleno impresionante». Por allí también pasarían Los 5 Latinos, El Dúo Dinámico, Los Camperos, Los Saix y un largo etcétera.

Publicidad de un concierto de Los 5 Latinos en Paraninfo
Publicidad de un concierto de Los 5 Latinos en Paraninfo

Otra de sus flamantes inauguraciones en la segunda mitad de los sesenta fue la de El Ducal, en el número 12 de Santa María de la Cabeza. Se vendía como «la sala más suntuosa y con la instalación más moderna» y era algo más tranquila, con sesiones de té-baile los sábados por la tarde. También tuvo una sala de verano llamada Moncloa, en Isaac Peral, que tenía un gran patio interior donde los asistentes podían bailar al aire libre. «Estaba rodeado de casas, pero en lugar de protestar, los vecinos me enviaban a sus hijos para que me ayudaran a montarlo todo. Aquella era otra época», rememoraba Nuño con nostalgia.

También tenía mucha clase el Ale's Club, en el número 6 de la calle Veneras (pegado a la Plaza Santo Domingo), que recibió a artistas italianos como Nanni Jannelo, Iva Zanicchi o Franco Etti y Los Windy's. Otro de sus hits más recordados fue la Piscina Tequila, que arrasó con su oferta de baño+baile al aire libre durante los veranos de 1967 y 1968 («como la gente no veraneaba por aquella época, estas cosas llamaban mucho la atención»), los dos únicos años que funcionó debido a lo costoso de su mantenimiento. Y hubo más: la discoteca Piper, en la calle Duque de Sexto 27, inaugurada en 1968, por la que pasaron conjuntos como Los Beta, Los Auténticos o Los Fardys; el Universitaria Club, que abrió en 1965 en los bajos del cine Españoleto, en Fernández de los Ríos; la también muy estudiantil Gaudeamus, en Hilarión Eslava 38, e incluso la mítica RKO, un local que decoró con ambiente futurista, con robots-camareros y toboganes cruzando la pista de baile, en la que años más tarde Pedro Almodóvar —curiosamente, vecino de Nuño durante mucho tiempo— pasaría muchas noches de juerga en compañía de su tropa. Pero esa ya es otra historia.

Siguiendo esta última anécdota cinematográfica, la de Jesús Nuño de la Rosa es, desde luego, digna de ser contada en una película. Fue un pionero con mayúsculas, un melómano adelantado a su tiempo, pero sobre todo alguien que jamás dejó de perseguir su propia meta: «Todo lo hice porque sentí que tenía que dar una posibilidad a la música en este país, y creo que al final conseguí cumplir ese sueño».

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