Cuando el jazz de Thelonius Monk unió a negros y blancos en un instituto

El próximo 31 de julio se publica «Palo Alto», un disco de 1968 que es casi un preámbulo del movimiento Black Lives Matter

El pianista Thelonius Monk ABC

Luis Martín

Instalado en la cima del jazz, Thelonious Monk renace el 31 de julio con la edición de «Palo Alto» . Este disco, grabado en 1968 durante un concierto producido en un colegio de la blanca Palo Alto, en California, se edita ahora a iniciativa del promotor originario del evento, un colegial llamado Danny Scher. La vitalidad monkiana une mundos en «Palo Alto» tan polarizados como el blanco y el negro. Casi es un preámbulo del movimiento Black Lives Matter .

Desde el brutal maltrato físico que la policía estadounidense empleó en diferentes ocasiones con el pianista Bud Powell , dejándole afectado de jaquecas y depresiones de por vida, hasta la paliza recibida por Miles Davis frente al Village Vanguard en 1959, los músicos de jazz afroamericanos no han dejado de constatar que, en el ADN de una parte de la sociedad blanca estadounidense late la más honda discriminación racial .

El detonante protagonizado en estos días por George Floyd y su estúpida muerte a manos de unos policías sanguinarios ha activado una bomba de racimo cuyas submuniciones se esparcen a velocidad inusitada. Las manifestaciones en diferentes lugares del planeta destapan un catálogo de miserias solo mitigadas por fotografías como la de ese activista negro que, recientemente, porteaba en Londres a un manifestante rival. Una imagen conmovedora.

En breve, llega a las tiendas un disco del pianista Thelonious Monk , que, igualmente, tiene tras de sí una emotiva historia. Y está muy bien que, cuando el estío hace su entrada, el jazz protagonice noticias que ocupan, en los periódicos y en los noticiarios del mundo, más espacio y tiempo del que, habitualmente, suelen dedicarle estos medios.

Génesis

Ya lo comprobamos hace un par de años, con la publicación de «Both directions at once. The lost album», de John Coltrane , y ahora recoge el testigo la edición próxima de «Palo Alto», otra de esas grabaciones arrumbadas en las estanterías de un estudio durante varias décadas. La clave de su génesis la tiene un adolescente blanco, Danny Scher, cuya obstinada personalidad hizo que el 27 de octubre de 1968, Thelonious Monk al frente de su cuarteto ofreciese un concierto benéfico en el instituto donde estudiaba.

Por lo que ahora sabemos, Scher cumple a la perfección con las premisas de simpatía que siempre despierta la historia de David frente a Goliath. Por ello, ya entonces, empezó sin saberlo con exactitud una carrera como promotor de conciertos , que, con el paso de los años, le llevó a trabajar con el mismísimo Bill Graham , aquel empresario propietario de los Fillmore East y Fillmore West, de Nueva York y San Francisco, en cuyas escenas se produjeron comparecencias históricas, como las de Duke Ellington, Miles Davis, Count Basie o Ray Charles .

Volviendo, sin embargo, a aquel 27 de octubre de 1968, lo primero que sorprende en este relato es el lugar y las claves históricas del momento en que se produjeron los acontecimientos que «Palo Alto» recoge. Veamos. La escuela de Danny Scher, el Jordan Institute situado en Palo Alto, era la más «blanca» de aquella ciudad californiana, y permanecía convenientemente separada del barrio de East Palo Alto, pobre y predominantemente habitado por afroamericanos .

Contexto

El contexto temporal, marcado por los recientes asesinatos de Robert F. Kennedy y Martin Luther King , tampoco colaboraba demasiado a la producción del evento. Numerosas manifestaciones contra la intervención en Vietnam ; debacle de las tropas estadounidenses ante la ofensiva del Tet lanzada por el Vietcong; los atletas negros Tommie Smith y John Carlos , ganadores sobre el pódium en las Olimpiadas de México, levantando el puño y bajando la cabeza mientras sonaba el himno nacional estadounidense; los Black Panthers convirtiéndose en un modelo a imitar; aquellos ejércitos de la noche de los que hablaría Norman Mailer a propósito del boicot a la Convención Demócrata de Chicago, y ese oscuro objeto del deseo llamado Angela Davis , a punto de ser acusada de asesinato y secuestro, cargos por los que, más tarde, fue absuelta.

El jazz , por otra parte, seguía viviendo una curiosa experiencia de contradicciones en los Estados Unidos . En esos años, muchos músicos negros viajaban constantemente por el mundo a través de giras concertadas -y sufragadas- por el Departamento de Estado norteamericano, muy interesado en mostrarle al mundo lo que hacían sus jazzistas, como emblema de una libertad que a ellos a menudo les negaban por el color de su piel .

Una contradicción en la que, entre otros, vivieron Duke Ellington en Iraq, y Dizzy Gillespie en Abadán y después en Irán. Todos lugares muy estratégicos donde el Departamento de Estado envió músicos con el fin de reforzar la intervención de la diplomacia. Hay que ser consciente de que, en aquellos años, al jazz todavía no se le reconocía la capacidad de crear más allá de las fronteras, y sí -porque así interesaba- la de personificar los principios de la democracia americana.

Y, en medio de todo esto, Thelonious Monk aceptando, finalmente, la invitación del adolescente Danny Scher para actuar sobre la escena del salón de actos del Jordan Institut. Quinientos dólares en concepto de honorarios para un músico que treinta y ocho años después de su desaparición sigue siendo una de las voces instrumentales más importantes de la historia del jazz .

Tan relevante es que las enciclopedias le sitúan a la altura de Louis Armstrong o Duke Ellington , y cabe decir que la afirmación tiene fundamento suficiente. No es posible sumergirse en la música del tiempo en que permaneció activo (entre 1940 y 1972; o sea, antes de instalarse en un siniestro periodo de silencio del que nunca más salió), sin quedar seducido por una obra en la que el artificio improvisado pareció siempre tan natural como la cosa escrita.

Estilo

Lo que cuidaba por encima de cualquier otra cosa Monk era el toque, el estilo. Y lo hacía mimando el fraseo, entregándonoslo en papel de regalo. Músicos estadounidenses de todas las cataduras frecuentaron -y siguen haciéndolo- su obra, y siempre sus opiniones fueron ejemplares. Da lo mismo si se trata de Kenny Clarke o Sonny Rollins , de Coleman Hawkins, Roy Haynes o Dizzy Gillespie . Con Monk terminó una época, que es también un poco la de todos, habida cuenta de que, en treinta y ocho años, el mundo no nos ha permitido conocer a otro como él.

Ahora revive gracias a esta grabación con gran telón de fondo histórico , y con un sonido de limpieza imposible para provenir, como en realidad sucede, de una casete , el soporte en el que el concierto fue registrado. Los 47 minutos del álbum muestran a Monk y a sus acompañantes en todo su esplendor. En el saxo tenor está Charlie Rouse y el baterista es Ben Riley, ambos viejos cómplices de conspiración que solo necesitaban mirar brevemente a su jefe para decidir el recorrido de su apoyo. Y, en el contrabajo, Larry Gales, un solista con muchos argumentos, tanto para acunar la evolución de las piezas con gusto asombroso, como para brillar en los turnos solistas.

«Palo Alto» es eso, y, sobre todo, un disco que, a partir de esta ficha básica, retrata una historia entrañable y muy conectada con la realidad actual. Jazz del que puede buscar, y encontrar, la redención. Danny Scher lo vio así y, así, nos lo muestra cincuenta y dos años después. Un sueño «almost blue», una prolongación de la existencia, de la rabia y la felicidad de vivir. Jazz para aventurar un porvenir más justo, jazz para emocionarse... un refugio a la intemperie.

Un año después, tengo entendido que Danny Scher entabló contacto con Duke Ellington para que actuase en el Jordan Institut. Sin embargo, esta es otra historia de la que, probablemente, habrá que informar en un futuro próximo. Para entonces sería bueno que, en Estados Unidos, los derechos civiles acaben siéndolo, finalmente, para todos. Sin diferencia de raza, de credo o condición. Scher lo consiguió hace 52 años. Logró una tregua real entre Palo Alto y East Palo Alto. «La raza no fue un problema», declara en el encarte del disco. Ningún niño negro debería volver a interrumpir sus juegos en la calle para esconderse cuando un vehículo policial pase cerca de él.

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