Críticas de los discos de la semana: Tierra Santa, Merzbow & Lawrence English, Drake y Joyce Manor
Nuestros especialistas musicales hacen un repaso de las novedades discográficas más interesantes de las últimas semanas
Merzbow & Lawrence English - 'Eternal Stalker'
(Dais Records)
Por Jesús Lillo .
Con las prisas que caracterizan y engrandecen las fiestas navideñas y sus magnas vísperas comerciales se nos pasó por alto recomendar hace ahora seis meses la colección (‘Merzbow-10×6=60CDBOX’) que Masami Akita envasó para uso y disfrute vacacional del gran público, un desafío sonoro cuya duración superaba los tres días -con sus respectivas noches, en vela y bajo la colcha que protege del miedo-, un recorrido integral por los límites del ruido al que sin apenas pausas siguió este mismo año ‘Collection 001-010’, algo más llevadera, de solo diez discos, apenas un piscolabis, en esta ocasión concebido como muestrario de la obra que el maestro japonés grabó entre 1981 y 1982. Este asomo a la nostalgia ha estado acompañado del estreno de nuevas composiciones, grabadas en solitario o en compañía de otros: casi una decena de álbumes lleva editados Merzbow en lo que va de año, ninguno tan perturbador como el que acaba de presentar de la mano de Lawrence English. Se llama ‘Eternal Stalker ’ y toma su título del original de ‘La zona’, película que Andréi Tarkovski dirigió justo cuando Akita comenzaba a interesarse por el umbral de la saturación auditiva y de la insensibilidad al estruendo. Que el disco pueda adquirirse sin complicaciones en El Corte Inglés es una señal, también sonora, de que desde 1979 hemos avanzado en algo.
No vamos a contar el final de ‘Eternal Stalker’, pero tampoco ocultar que la cosa acaba de la peor manera posible, con una pieza, ‘A Thing, Just Silence’ , que está a la altura de las mejores obras del compositor nipón. La novedad no es que Akita siga produciendo asombro después de más de cuatro décadas, sino que incorpore a su equipo a Lawrence English, de cuyo laboratorio ha salido en los últimos años una serie de soberbias esculturas bidimensionales realizadas a partir de sonidos de la naturaleza, el último, ‘Oseni’, recientemente reseñado en estas páginas. El hambre se junta con las ganas de comer, o con el retortijón intestinal.
Hay que tenerlos cuadrados para colaborar con Merzbow, cuyo magnetismo ha atraído a numerosos ensayistas del sonido, de Boris a Sun O))), pasando por Prurient, Alessandro Cortini, Xiu Xiu o Wolf Eyes , por citar a los más próximo al mercado, accesibles en los lineales de El Corte Inglés. Lawrence English se atreve con Akita para realizar un trabajo de campo cuyas bases sonoras proceden de un factoría australiana, ingrediente extraño en la obra de un compositor que de las fuentes de la naturaleza, por donde se suele mover, grabadora en mano, pasa a manipular los vertederos de la industria. La mezcla es más que curiosa. Hay que tener el oído muy fino para distinguir hasta dónde llega Merzbow y dónde empieza English con su recreación conjunta del sonido en extinción de una vieja fábrica. Es la naturaleza lo que suena en este ‘Eternal Stalker’, una naturaleza humana y muerta cuyo lamento no podía ser otra cosa que inhumano.
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Tierra Santa - 'Destino'
(Maldito Records)
Por Javier Villuendas .
Power metal épico desde La Rioja, las Termópilas hispanas a tenor de lo escuchado en el nuevo disco de Tierra Santa, su duodécima obra, ‘Destino’, con una querencia absoluta a la epopeya viril que dejan a Clint Eastwood a la altura de un ideólogo de género de la más moderna teoría queer. Tierra Santa habitan hasta el cuello el imaginario heavy y hablan de los retos básicos del guerrero de fondo, entre solos de guitarras acelerados y doble bombo. «Siempre viviré donde nace el viento y la tempestad», cantan de inicio, símbolo convulso y trágico ‘la tempestad’ pues en la siguiente canción, ‘El Dorado’ , se confiesa: «La vida pasé buscando el Dorado y el sueño se perdió junto a la tempestad». Pero ojo (o mejor, oreja), es que en ‘Crucé el Infinito por Ti’, la siguiente canción, tres seguidas, vuelven a la carga con «Luché contra el viento y el mar, contra la tempestad, donde aún quede razón por la que amar». Hay que fijar conceptos clave.
Es notable en el disco la facilidad de estas leyendas del metal español para el estribillo pegadizo y levantador de emociones más o, sobre todo, menos sutiles, fórmula clásica aplicada con éxito y mucha reiteración, con los añadidos, también clásicos, del solo grandioso en las tres cuartas parte del tema para retomar de nuevo el estribillo ganador en el que lanzan la proclama aguerrida y abstracta de turno. Muchas letras van de viajar a sitios para luchar por: el amor, el destino, el sostener el peso del mundo… Son nómadas aventureros, como los beatniks, pero con armadura y mandoble. Y hay también en ‘Destino’ un poso vulnerable, un constante leit motiv de resistencia ante la dureza de la vida, incluso de fatalidad con cierto optimismo de que prevalezca la luz (a saber si creen o quieren creer). También es un disco romanticón. Y, sobre todo, manejan un relato fantástico del mundo, al estilo 'Star Wars' o 'El Señor de los Anillos ', y que Albert Serra, con razón, diría pueril, pero por esquemático y caricaturesco, aunque noble en su zozobra. La última canción se llama 'Mi madre' y es una balada que se sale de la narrativa mitológica para rememorar el dolor de la ausencia, con un cierre abrupto y desgarrador, que es lo mejor del disco por el halo fantasmal que deja.
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Joyce Manor - '40 oz. to Fresno'
(Epitaph)
Por Fernando Pérez .
Abrir su sexto disco con una personalísima versión del ‘Souvenir’ de Orchestral Manoeuvres in the Dark (ya se atrevieron hace años con el ‘Video Killed the Radio Star’ de los Buggles), vuelve a ratificar que la banda de Torrance siempre ha tenido la suficiente amplitud de miras para ir un pasito más allá de los adictivos pero estrechos tópicos del pop punk californiano. Si grabas para Epitaph está bastante claro cuál es tu punto de partida, pero en este eficaz breviario recuerdan que en su viaje de más de una década han sabido estar tan cerca de Descendents como de Guided by Voices o Superchunk . O que son extraordinariamente hábiles para conjugar el indie rock noventero ( ‘Secret Sisters’ es puro ‘Blue Album' de Weezer y el arranque de ‘Dance with me ’ parece cosa de los Pixies) con la más demoledora artillería melódica del power pop o del pop atemporal a secas: en un inesperado guiño a Teenage Fanclub , hace un par de años llamaron ‘Songs From Northern Torrance’ al recopilatorio con sus asilvestradas primeras grabaciones de punk lo-fi. En fin, sus horizontes se han ido ampliando tanto que el single ‘Gotta Let It Go’ parece la mejor canción posible que jamás grabarán Third Eye Blind…
En un plato con ingredientes cada vez más variados pero muy reconocibles, el toque secreto con el que siempre han marcado diferencias es esa intensidad con la que Barry Johnson parece vaciarse en cada canción, intentando hacer saltar los resortes de la emoción incluso al enfrentarse a planteamientos tan aparentemente inofensivos como los de 'Reason to believe' (más Rivers Cuomo, pero del ‘Green Album’) . Y cuando melodía, actitud y el romanticismo descreído y algo cínico marca de la casa convergen en un estribillo glorioso surgen maravillas como ‘Don’t try’, una de las canciones del año para cualquiera que no esté muerto por dentro o viva anestesiado por el esnobismo.
No es su disco más arriesgado ni el más rotundo, pero en menos de diecisiete minutos recopilan y afinan al máximo todas las teclas que han tocado durante su trayectoria para brindar un reencuentro vibrante, convincente y esperanzador tras cuatro años de inquietante parón. ‘Now we're nearing the end and we're saying goodbye. Like a song in my head, leaving nothing behind’, canta Johnson en 'Did You Ever Know' . Pero lo hace con tal vigor renovado y convencimiento que es imposible pensar en epitafios ni en un fin de fiesta como el de la estrella olvidada que protagoniza ‘You’re not famous anymore’. No, esto no debería acabarse aquí. Urgentes y sentimentales, como unos kamikazes enamorados, aún parecen en plenas condiciones de reclamar un lugar permanente en tu memoria.
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Drake - '‘Honestly, Nevermind’'
(OVO Sound )
Por David Morán.
Además de por incluir la que probablemente sea la primera referencia musical al guantazo de Will Smith a Chris Rock (ahí está, casi final, enterrada entre los versos que el rapero 21 Savage escupe en ‘Jimmy Cooks’), ‘Honestly, Nevermind’ será recordado como el disco con el que Drake dejó de ser el rapero mullido y comercialmente imbatible para precipitarse sin red ni paracaídas sobre la pista de baile. Adiós al trap y a ese triángulo de oro formado por rap, R&B y pop y saludos entusiastas a una nueva manera de entenderse a sí mismo que pasa por entregarse al house como si no hubiese un mañana.
Un movimiento arriesgado (el rap y el dance son dos universos poco dados al roce, no digamos ya al disfrute) que llega un año después del gatillazo de ‘Certified Lover Boy’ y que el canadiense lanzó sin previo aviso para pasmo de sus seguidores de toda la vida. El desconcierto es comprensible: donde muchos esperaban encontrar nuevos ganchos moldeados con el mismo material que ‘Nice For What’ y ‘One Dance’ han descubierto en realidad un altarcito dedicado a Mr. Fingers, Marshall Jefferson y a los popes del sonido Chicago. Deep house, bombos y cajas en bucle y barra libre de hedonismo discotequero.
Una metamorfosis con vistas a ‘Passionfruit’, experimento que ya deslizó en ‘More Life’, que le sienta como un guante a ese cantar entre legañoso y arrastrado. Así, con la voz siempre al borde del desmayo, Aubrey Drake Graham ejecuta su enésimo número de magia, ilusionismo urbano con los bpm bien engrasados, y sale sorprendentemente bien parado. Y no solo porque incluso desde la casilla del dance comercial es capaz de firmar nuevos hits como ‘Currents’ o ‘Massive’, sino porque este ‘Honestly, Nevermind’ llega justo cuando la fórmula Drake ya no daba más de sí. Como muestra, ‘Certified Lover Boy’ y ‘Scorpion’, dos trabajos condenados a la irrelevancia tras los que al canadiense no le quedaba más remedio que renovarse, morir o seguir enfureciendo a Kanye West. Que Beyoncé haya roto su silencio con ‘Break My Soul’, single armado a partir de una robusta base de house noventero, quizá quiera decir que el rapero de Toronto no anda del todo desencaminado.