Críticas de los discos de la semana: Mitski, El último vecino y Animal Collective
Nuestros especialistas musicales hacen un repaso de las novedades discográficas más interesantes de las últimas semanas
Mitski - Laurel Hell
Dead Oceans
Por María Alcaraz .
Mitski se dedica a narrar historias. A veces lo hace desde la voz de otros, como en ‘Be the Cowboy’ (2018), y otras desde la propia. En su sexto álbum de estudio, ‘Laurel Hell’ , la cantante y compositora vuelve a los temas que más trabaja: el desengaño, la infelicidad, la desazón y toda vertiente variopinta de la tristeza posible. Lo hace desde su propia voz poética, la que, es probable, le resulte más compleja de utilizar, pues es la que más expone. Digo voz poética porque Mitski Miyawaki en sus canciones va un poco más allá de la figura tradicional del letrista. Ella empieza a imbricar unas palabras junto a otras y al final se le escapan en forma de versos. Claro, no son poemas, pero tampoco son solo canciones.
Uno de los temas que destacan en la nueva muestra de pistas es la repulsa a todo lo que conlleva el triunfo de su música. En ‘Everybody’ (¿Contrapuesta a ‘Nobody’, su canción más popular?), relata esa imposibilidad de alejarse de la industria; por mucho que ella se sienta libre, siempre acaba volviendo. También lo aborda en ‘Working for the Knife’: «Siempre pensé que la decisión era mía / y tenía razón, pero elegí mal».
Más allá de las enrevesadas –e interesantes– figuras poéticas que la cantante esparce por sus canciones, el punto fuerte de la artista japonesa-estadounidense son las melodías. Unas que se entrelazan en las piernas y acompañan esas letras lúgubres de las que hace gala. Si en sus otros elepés la melodía era protagonista –vehículo para, con una voz que parece la más dulce del averno, narrar el agotamiento vital–, en este nuevo es la producción la que a veces se la termina por comer. Destaca la cantidad de arreglos de corte ochentero de los que hace uso en canciones como ‘The Only Heartbreaker’ o, especialmente, ‘Should've Been Me’. Un acercamiento al sonido más convencional, al menos en comparación a sus otros trabajos. Deja de lado la guitarra eléctrica, muy presente anteriormente, y una batería más rock para dar paso amplio al sintetizador y la percusión más electrónica. Esto se une al uso del ambient, ya tradicional en su música, pero que en ‘Laurel Hell’ se ve aupado por ese cambio de sonido. Es su disco más accesible, en el que Mitski sigue explorando cómo es eso de resistir desde la rendición. Elepé de bailar llorando, vaya.
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El último vecino - 'Juro y prometo'
[PIAS]
Por Julia P. Mateu .
Probablemente no sea la única a quien se le ha hecho larga la espera desde el último lanzamiento del grupo barcelonés allá por 2016. Seis años que han dado mucho de sí a nivel global y que han servido al cabeza y corazón de la formación, Gerard Alegre Dòria, para reflexionar y alcanzar un punto de madurez que no duda en compartir con nosotros a través de este nuevo largo.
Con su título por bandera, 'Juro y Prometo' se presenta como una puerta abierta a las profundidades de su ser y cosecha, desde la más pura honestidad, las raíces e influencias sembradas desde su primer proyecto. Partiendo del ya familiar imaginario ochentero que les caracteriza, el grupo explora canción a canción todos los referentes que les han inspirado a lo largo de su carrera, abrazando más que nunca y sin miedo su −confesa− admiración por El Último de la Fila y, en particular, Manolo García.
Lo que ha conseguido El Último Vecino en tres discos es lo que muchos siguen buscando en su décimo: un sonido depurado y representativo, con una producción cada vez más limpia y perfeccionada fruto de su experiencia y transmitido desde el corazón.
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Animal Collective- 'Times Skiffs'
Domino
Por David Morán .
Favoritos de la crítica de principios de siglo y niños mimados del indie más o menos aventurero, Animal Collective llevaban mucho tiempo, demasiado ya, yéndose por las ramas y jugando a pasarse de listos. Lejos de replicar el impacto de ‘Merriweather Post Pavilion’ (2009), álbum que los consagró como ‘poster boys’ de ‘Pitchfork’ y embajadores de esa amalgama de rock experimental que alguien tuvo a bien llamar ‘sonido Williamsburg’, los de Baltimore empezaron a divagar y a entregar discos cada vez más intrascendentes. Discos menores como ‘Centipede Hz’, ‘Painting With…’ y ‘Tangerine Reef’ que invitaban a plantearse si en realidad no llevarían años dándonos gato por liebre. Brasa filoprogresiva por glorioso alboroto sintético. Sí, ahí seguía ‘My Girls’, santo y seña de la psicodelia de los primeros dosmil y lo más parecido a un himno que ha salido de sus manos, y ahí seguían también todos esos pasos previos y ensayos preparatorios que, de ‘Sung Tongs’ a ‘Strawberry Jam’, no podían ser fruto de la casualidad.
El tiempo, sin embargo, empezaba a jugar en su contra. Demasiados años sin emitir señales tan estimulantes como las que, ya tocaba, facturan ahora en ‘Time Skiffs’, su regreso a las plácidas llanuras del pop macerado en polvo lunar y unas gotas de ayahuasca. Psicodelia retorcida y puertas abiertas a sus adorados Beach Boys para reescribir viejos hallazgos con la mejor caligrafía posible. Así, de turismo por su propia historia, Avey Tare, Panda Bear y compañía esquivan el muermo (o el “prolífico periodo de experimentación”, si hacemos caso a según qué reseñistas) entregándose de nuevo a sus viejas obsesiones y encerrándose en canciones que se arriman sin disimulo a lo que a estas alturas todo entendemos como pop. Mutante, colorista y repleto de destellos caleidoscópicos, pero pop al fin y al cabo.
Es de ahí de donde salen canciones, nunca mejor dicho, como ‘Cherokee’, ‘Prester John’, ‘Car Keys’ o la inaugural ‘Dragon Slayer’, sinfonías de bolsillo que viajan de Laurel Canyon a los Flaming Lips y de Scott Walker a la electrónica orgánica y exuberante. Sonarán menos atrevidos, sí, pero a base de cortar y pegar voces, superponer capas y hacer ver que caminan por el alambre cuando lo que pisan es tierra conocida, han conseguido armar su disco más sugerente en trece años. Otra cosa es qué tipo de eco encontrará un trabajo que, como sus propios autores, es fruto de un tiempo muy concreto. Un tiempo que, han acertado, no es este.