Christian Gerhaher en el ciclo de lied: recitar cantando
Crítica del recital del barítono, uno de los más asiduos en Madrid durante los últimos años
Cualquiera que conozca la programación musical madrileña sabrá que el Ciclo de Lied ha colaborado a definirla desde hace un cuarto de siglo. Cuando nació acababa de desaparecer otro de voces celebrado en el Teatro Real pero, a diferencia de este, tuvo desde el principio la coartada del espacio. El Teatro de la Zarzuela es un lugar recogido, agradable y bien situado. Tiene el encanto necesario para que el intérprete se sienta cómodo y el espectador involucrado. El Ciclo de Lied ha crecido creando afición al género y también hacia algunos intérpretes que lo han visitado con regularidad. Uno de los mas asiduos ha sido el barítono Christian Gerhaher, habitual desde hace dieciséis años . Una importante ovación lo recibió el martes cuando salió al escenario junto a Gerold Huber, su pianista de siempre.
Gerhaher centró su recital en Schubert y en el «Schwanegesang» que quedó dividido por el descanso entre los «lieder» con textos de Ludwig Rellstab y los de Heinrich Heine. Exuberantes unos, más económicos y concentrados los otros, Gerhaher pareció demostrar que prefiere la sobriedad. Aunque la impresión puede estar condicionada por el esfuerzo del intérprete por acabar de colocar el gesto y la voz particularmente en los «lieder» sobre Friedrich Rückert con los que se abrió el programa. Lo primero es el texto y a partir de ahí la construcción de la obra. Decir la palabra y añadir la música. Llevar a esta en manos de aquel. Gerhaher es un muy importante declamador.
En la primera parte, la flexibilidad del fraseo condicionada por la prosodia generó una discontinuidad agónica que Huber no siempre llevó con precisión. Su pianismo es evidente, claro, real. Se vio en «Abschied». Por contra conoce muy bien los recovecos vocales de Gerhaher y juntos dieron lo mejor de sí mismos en «Die Stadt» y en el brutal «Der Doppelgänger» donde la media voz acabó por estallar con un volumen inusitado en un cantante tan sutilmente regular. La expresión acabó por dar alas a Gerhaher y colocó a Huber en una dimensión descriptiva, llevando el recital a una órbita particularmente dramática. No fue una sesión epidérmicamente emocionante pero sí un concierto profundamente lúcido.