En la casa grande de George Benjamin
![Una escena de «Into the Little Hill»](https://s1.abcstatics.com/media/cultura/2020/02/14/into-the-little-kkLC-U22860205752acI-1248x698@abc.jpg)
Quien haya tenido la oportunidad de acercarse al compositor George Benjamin, habrá comprobado que la modestia y la reflexión son parte esenciales de su personalidad artística. El sentido crítico forma parte también del discurso, pero siempre como elemento de contraste, de comparación, jamás con la intención de negar una opción estética. Hará unos cinco meses que la Biennale di Venezia concedió a Benjamin el Leone d'Oro y, ya entonces, hubo oportunidad de explicar en ABC algunos de sus pensamientos musicales, particularmente en relación con la ópera. «Written on Skin» es su producción más famosa y la ópera más interpretada en el ámbito contemporáneo. Se escuchó en Venecia y sonó también en el Reatro Real de Madrid, en marzo de 2016, dirigida por el propio autor y en versión de concierto.
El Real, junto con los teatros del Canal y La Veronal, compañía asociada a esta institución madrileña, presenta estos días «Into the Little Hill», primera obra escénica en el catálogo de Benjamin, y estrenada hace trece años en París. Llegar a ella no fue fácil. Supuso casi dos décadas de especulación sobre las posibilidades del género y la manera en la que este debía ser reinterpretado en el mundo contemporáneo. El pensamiento tenía sentido positivo, al margen de quienes teorizan sobre el fin de la ópera y la imposibilidad de dar sentido contemporáneo al género. Como bien ha explicado Benjamin, la dificultad obligaba a encontrar un argumento coherente -el encuentro con el dramaturgo y traductor Martin Crimp fue, en este sentido, decisivo-, cuidar su narratividad y proporcionar una expresión musical elocuente. Y para hacerlo solo hacía falta la técnica.
«Into the Little Hill» nació desde la simplicidad de los principios, tratando de resolver todo con facilidad. Hay quince músicos en el foso -en este caso de la Orquesta Titular del Teatro Real- dirigidos por Tim Murray, y como representantes de una versión cuidada, tenue, medida. La ópera reelabora el cuento de «El flautista de Hamelin» en clave política, en un tiempo y espacio indeterminados en donde un ministro trata de acabar con las ratas que destruyen sus pertenencias La presencia de un desconocido que puede «con música abrir un corazón» supone la huida de los roedores. Cuando el ministro se niega a pagar el servicio, todos los niños desaparecen refugiándose bajo la tierra «dentro de una pequeña colina».
La caída del telón en la producción madrileña implica la inmersión en una atmósfera de irrealidad visual y sonora dibujada por la singular coloración que adquiere entonces la plantilla instrumental. Es un momento particularmente importante en esta realización pues, con independencia de la impresión que esboza, reafirma el gusto de Benjamin por las óperas de temas oscuros, en las que el punto culminante deriva de la opresión ambiental y de una atmósfera ensoñada a la que, el propio Benjamin llama «el sentido mágico» del género. Ya en el estreno de «Into the Little Hill» se dijo que esta música estaba «entre lo más hermoso escrito por Benjamin», dentro de un catálogo en el que no faltan obras llenas de sugerencias. Las «Three Miniatures» para violín solo son un buen ejemplo. La primera y la tercera se usan en esta producción como prólogo, cuando todavía el escenario está vacío, con las varas de luces abajo y los técnicos preparando la escena.
A partir de aquí la ópera se construye sobre tres planos. El más evidente es el del montaje de un escenario en el que, poco a poco, se va levantando una vivienda que finalmente conquistará un gigantesco roedor. En él evolucionan las dos cantantes que encarnan una curiosa multiplicidad de personajes: la multitud, el extraño, el ministro, la mujer y la hija del ministro e incluso un narrador. Camille Merckx, Jenny Daviet resuelven la complejidad de sus partes con exactitud y meticulosidad, recogidas y de manera uniforme. Lo hacen con aparente facilidad, de una manera directa.
Y, aún, la presencia de un grupo de bailarinas a las que ha dirigido Marcos Morau, responsable también de la idea y dirección artística. En realidad es un estrato que convierte la obra en una suerte de híbrido «intergéneros». La coreografía es espectacular, el trabajo de las bailarinas impresionante, como lo es la artificiosidad y la radical esquematización de sus movimientos. Se trata de una presencia que puede parecer decorativa, incluso incomprensible, pero añade flexibilidad al desarrollo y, pese a su abstracta configuración, colabora a incrementar la sustancia naturalista en un contexto de ensueño e ilusión. Es fácil entenderlo si se piensa en la concentrada, vacía, hierática, cuasi oratorial interpretación que esta ópera ha tenido anteriormente. Frente a ello, esta producción es toda un descubrimiento.
Benjamin estará, de nuevo en la programación del Teatro Real la próxima temporada con su última ópera, «Lessons in Love and Violence». Estrenada en Londres en mayo de 2018 su realización fue posible gracias a la coprodución del teatro madrileño con el Liceu de Barcelona y óperas de Lyon, Chicago, Hamburgo y Amsterdam. Despacio, sin prisa, meditando las obras y sus posibilidades, a George Benjamin hace tiempo que le bendijo el agua de un género que él ayuda a mantener vivo.