Calamaro invoca a los espíritus del tango en el Palau de la Música

En su regreso a Barcelona, el argentino exhibió su cara más esencial y recogida acompañado por un trío

Andrés Calamaro, anoche en el Palau de la Música INÉS BAUCELLS
David Morán

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Atrás quedaron los años de desconcierto y de cejas alzadas para recibir sus conciertos. En sus últimas visitas, Andrés Calamaro ya demostró que puede batirse el cobre con sus demonios y dejarlos atrás a fuerza de músculo y electricidad garbosa, pero anoche tocaba volantazo y nuevo vuelco al guión. Si nos pusiéramos cursis podríamos hablar de un recital íntimo, pero a lo que se vio anoche le encaja mejor otra palabra: esencial. O, dicho de otro modo, la esencia desnuda del artista antaño maldito, restaurada como un fresco minimalista y servida con teclado, contrabajo y percusiones.

La cita, es cierto, se enmarcaba en el Festival de Guitarra de Barcelona, pero el tono de la noche lo marcaba el reciente «Romaphonic Sessions», así que las seis cuerdas brillaron ayer por su ausencia y el argentino, gafas de sol caladas y ocasionales apuntes de armónica y melódica, pudo escorarse un poco más hacia su adorado Dylan, etapa crooner crepuscular. Su voz sigue llena de grietas y de baches y derrapó de lo lindo con «Ok Perdón» y «Soy tuyo», pero esa nueva piel cosida al tango y a los delicados arreglos del piano añade nuevos matices expresivos y refuerza el poso melancólico y los mimbres ajados de «Estadio Azteca» y «Crímenes perfectos», «Flaca» o «Paloma». Fueron estos algunos de los momentos álgidos de una noche en el que Calamaro se arrimó sin disimulo al tango para picotear de repertorios ajenos, ahondar en la leyenda de Gardel (cayeron «El día que me quieras» y «Soledad»), echar mano de Chico Novarro con «Algo contigo» y lucirse con «Garúa», de Aníbal Troilo.

«Prácticamente toqué en todas partes aquí. Sólo me faltó el Bagdad», bromeó al poco de salir al escenario un Calamaro que, pese a todo y por mucho que cambien sus canciones, sigue siendo el mismo de siempre. El bohemio y el cantante, sí, pero también el de los monólogos que avanzan haciendo eses y el de la incontinencia verbal. Así, se acordó de Mohamed Ali y le acabó calzando una colleja a Paul McCartney y su «jurassic pop» ; empezó a tirar del hilo taurino con «Media verónica» y acabó hablando de los contenedores quemados de Gràcia, de tribus y de la República como solución a todos los problemas -«el agua y la luz se pagan solos», ironizó-; y, por si no quedaba claro que había venido a enarbolar la bandera de la tauromaquia, se despidió desde el tendido con «El tercio de los sueños».

Por el camino quedaron más de dos horas de mano a mano con los espíritus del tango, canciones para enmarcar como «La copa rota» y «Algunos hombres buenos», tonelada de aplausos e imágenes para el recuerdo con Calamaro besando el suelo del escenario del Palau de la Música o blandiendo un puro -apagado, eso sí- en «El tercio de los sueños». El salmón, siempre a contracorriente.

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