Calamaro, incorrecto y brutal también en el Liceu
El músico argentino alternó genialidad y desconcierto en su estreno en el teatro barcelonés y cargó contra Viggo Mortensen por su «discurso antifascista facilón»
Superado ya el trance de ese debate virtual que, ya lo dijo él mismo, es el «más áspero de todos», y arrumbada la controversia sobre si dijo trigo o Rodrigo, volvía Andrés Calamaro a su ruedo favorito, el del cuerpo a cuerpo musical, para darse un atracón de amor incondicional, presentar el reciente «Cargar la suerte» en el marco del Guitar BCN y añadir en Gran Teatre del Liceu a su catálogo de conquistas. «Es una broma del destino traer a este músico de rock a semejante escenario», anunció, francamente sorprendido, mediada ya una noche en la que, norma de la casa, hubo de todo; desde magia en el escenario a codazos al compañero de butaca en busca de alguna explicación a esos desconcertantes interludios que parecían ya cosa del pasado.
Incluso hubo quien, desde la platea, le sugirió a gritos que quizá debería cantar más y dejarse de tanto parloteo cuando embarrancó en uno de sus monólogos sin rumbo fijo. Sí, Calamaro a su manera, también en el Liceu.
El bonaerense, sombrero calado y gafas oscuras que iban apareciendo y desapareciendo según exigencia del guión, había empezado fuerte, plantándose frente al órgano como el Dylan crepuscular de las últimas giras y sobrecargando su cancionero de músculo y chisporroteo eléctrico para releerse en clave antológica. Grandes éxitos servidos en formato algo tosco (guitarra, bajo, batería y dos teclados) pero sumamente directo. Y es que, por más que el Calamaro más salvaje y autodestructivo se haya atemperado, su regreso al rock tras ese paréntesis tanguero que fue «Romaphonic Sessions» le ha permitido reencontrarse con cierto nervio que se daba, si no por perdido, sí por temporalmente aparcado.
«Vuelvo al frío infierno de los cuarteles de invierno / Una cosecha de canciones llevo en los renglones», cantaba anoche en «Cuarteles de invierno» mientras recogía lo sembrado durante más de tres décadas de carrera y lo servía a ráfagas, encadenando el brillo de «Clonazepan y circo», «A los ojos» y «La parte de adelante», y exprimiendo la (buena) memoria de «Las oportunidades» y «Tuyo siempre».
Los problemas, por llamarlos de alguna manera, llegaron cuando el Calamaro más locuaz tomó la palabra y empezó a enredarse con menciones a Louis C. K., Kevin Spacey y Nabokov; reflexiones sobre la incorrección política; puyas nada veladas a Viggo Mortensen por su «discurso antifascista facilón» ; menciones al «seny català» y a sus idas y venidas por Barcelona; y, en fin, generosas tajadas de un «humor argentino», como se excusó más tarde, no todo el mundo acabó de entender. Así que para cuando el de Buenos Aires echó el freno para compartir tragos de mate con sus músicos y alumbró la enésima digresión sobre los valores morales, algún que otro silbido de impaciencia sí que se escapó desde el patio de butacas. También, que no se diga, un par de gritos que pedían, simple y llanamente, rock and roll, y algún que otro comentario político al que Calamaro no hizo demasiado caso. «Yo no estoy aquí para decir lo que la gente quiere oír, eso es demasiado fácil», dijo.
Nada especialmente grave en un recinto tan versado en el noble arte del abucheo y nada que no pudiese enderezar el propio Calamaro con un febril e impecable tramo final. Ahí estaban, una detrás de otra, «Crímenes perfectos», «Mi enfermedad», «Estadio Azteca», «Los Chicos», «Milonga del marinero y el capitán» y «Paloma» recuperando el timón por la vía del himno inflamado y, junto a «Flaca» y «Me estás atrapando», echando un incontestable cierre a un concierto que podría haber sido más ordenado y regular, sí, pero que entonces no hubiese sido un concierto de Calamaro.