Caetano Veloso: «Los grandes conflictos de los siglos XX y XXI han llegado a su saturación»
La leyenda brasileña nos presenta a Teresa Cristina, la voz que le ha seducido y con la que actúa la próxima semana en Barcelona, Madrid y La Coruña
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El próximo agosto Caetano Veloso cumple 75 años, pero antes, el hombre que abrió nuevas ventanas a la música brasileña con el movimiento tropicalista regresa a España acompañado de la artista Teresa Cristina . Él mismo nos habla en esta entrevista de cómo descubrió a esta cantante cuya voz le ha seducido de tal manera que se ha lanzado con ella a una larga gira.
—¿Qué ha visto en la cantante Teresa Cristina para apadrinarla de esta manera?
—Teresa presentaba en Río un «show» con canciones de Cartola, el gran autor de sambas de la segunda mitad del siglo XX, acompañada del guitarrista Carlinhos Sete Cordas. Era algo tan elegante y tan profundo sobre la tradición del samba carioca que mi mánager y yo decidimos mandar una copia del CD al presidente de Nonesuch Records, que es la compañía que edita mis discos en Estados Unidos. A él le gustó muchísimo, así que quiso editarlo mundialmente. Y sugirió que hiciéramos un concierto en Nueva York donde yo, ya bien mayor y más conocido, presentaría a Teresa al público local. A nosotros nos gustó mucho el concierto. A la gente, también. Así lo hicimos en Brasil y ya empezaron las invitaciones para que lo presentáramos en otras partes.
—¿Qué aporta ella a su música cuando cantan juntos?
—Su elegancia, su gracia modesta pero segura.
—¿Cómo será el concierto que trae a Madrid, Barcelona y La Coruña?
—Muy sencillo pero rico en distintas atmósferas. Un trozo del concierto de Teresa abre la noche, pero yo salgo primero al escenario para presentarla. Después de las sambas de Cartola, ella me invita de nuevo al escenario y yo hago un «show» solo con mi guitarra de cerca de una hora. Al final, volvemos ambos (y luego Carlinhos tambien) para hacer juntos unas tres, cuatro o cinco canciones mías.
—¿Qué relación guarda Caetano con España?
—Muy fuerte. Vivía exiliado en Londres cuando Glauber Rocha me invitó a Barcelona, donde dirigía «Cabezas cortadas», para que conversáramos sobre asuntos de Brasil. Me enamoré de Barcelona. El verano siguiente, volví con mi mujer y amigos, y Pedro Fages (quien produjo la película de Glauber) encontró una casa en La Scala, en Cataluña, que alquilamos por dos meses. Franco vivía todavía y mis amigos catalanes no tenían una buena imagen de Madrid. Cuando España volvió a la Monarquía y a la democracia, fui por primera vez a Madrid y me enamoré de la ciudad. Cuando llegué a Andalucía, pensé que era imposible salir de Sevilla. Fui hacer un «show» y tendría que seguir para Córdoba: quería llorar cuando dejé la ciudad. Después estuve por primera vez en La Coruña y descubrí esa delicadeza que es el gusto gallego por la arquitectura. A mí solo me gusta vivir en Brasil, pero digo siempre que si yo tuviera que elegir otro país para vivir, este sería España. Bueno, creo que podría vivir en Nueva York, pero Madrid (tan cerca de Barcelona, Sevilla y La Coruña) sería el sitio ideal.
—A sus 74 años sigue lleno de proyectos. ¿Cómo es su relación con la música comparada con sus inicios?
—Tengo menos ganas de escribir canciones. Hago muchos bocetos de proyectos en mi cabeza. Algunos se realizan. Ahora mismo, tengo ideas para grabar canciones que imagino más o menos cómo serán pero todavía no existen. Y tengo ganas de trabajar más con mis tres hijos.
—¿Qué huella ha dejado el tropicalismo, en especial entre los músicos jóvenes?
—El tropicalismo ha dejado más consecuencias que influencias. La diversidad de géneros, la libertad crítica, la confusión entre canciones de buen gusto y las vulgares… Todo se debe en parte al tropicalismo. Hay ecos que demuestran influencia: Thiago Amud, por ejemplo.
—Usted ha sufrido en sus carnes momentos políticos muy difíciles en Brasil. ¿Cómo ve la actual situación?
—No es fácil. Brasil es siempre un caso peculiar. Cuando echaron a Dilma, me parecía que los que consideraban el hecho un golpe de Estado estaban en lo cierto. Hay toda esa reacción de la sociedad a la tradición de compadreo que acaba por crear ambiente para grandes olas de corrupción. Casi todos los que sacaron a Dilma de la presidencia están más involucrados que ella en tramas criminales. Y todas las fuerzas de derecha se unificaron para apartar al PT del poder. Así, he dicho que fue un golpe paraguayo a cámara lenta. Pero todo es más complejo. Brasil busca su camino y no es fácil hacerlo.
—¿Existe una especial crispación en el mundo?
—Sin duda. Los grandes conflictos de los siglos XX y XXI parecen haber llegado a su saturación. Esperemos.
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