Flamenco
Cádiz: la pena cabal de la alegría
Así es el repertorio flamenco de una de las provincias más fecundas para el género jondo, a la que va dedicada el ciclo Suma Flamenca
Las palabras, combinadas unas con otras, forman frases. Y solo a veces, en ese juego de puzzles, se consigue encerrar un significado mucho mayor que la propia imagen que se plantea. El poeta Rafael Montesinos probó fortuna en el arte de la síntesis y terminó retratando una cultura entera en un espacio muy reducido: el título de unos de sus libros. 'Con la pena cabal de la alegría', el poemario que publicó en 1996, lleva por nombre una forma de vivir. El prisma histórico desde el que Andalucía contempla el mundo. Idea, por cierto, que también desarrollaron otros autores, como Manuel Machado en aquel «Cantando la pena, la pena se olvida». Si estrechamos algo más el círculo, la localización donde estos resortes directamente se revelan a pie de calle, en cada esquina, es Cádiz, que llora de alegría y se parte el pecho de la risa en su desgracia . De ahí ese carnaval ácido que brota entre el alborozo y la indignación. De ahí, también, su forma de cantar y de expresarse.
La extensa baraja de palos que se cultivan en la zona son un reflejo de su población, de su contexto. Tiene dos caras. La chuflilla y la dramática. El tanguillo y la seguirilla. La carcajada y el llanto , siempre culta y a la vez radicalmente popular. Todo se cuela por las mismas bocas. Todo entra y sale por sus fachadas castigadas por la sal. El elevado número de parados no coarta los envites a la broma, sino que hacen de esta vía de escape un elemento necesario. Los problemas estructurales traen desesperanza, y eso se enfrenta con gracia. Por eso la programación del ciclo Suma Flamenca, dedicado en su XVI edición a esta provincia, alberga tantos colores, porque la gama cromática que aquí se maneja estriba entre lo oscuro y lo claro y se lleva todo lo que queda al medio. Cádiz es el tópico de sí misma y justo lo contrario. Es decir, el todo. O muchas cosas. El Beni , uno de sus cantaores más emblemáticos, iba paseando por la ciudad cuando, al pasar por la casa en la que nació José María Pemán, donde hay una placa, le preguntaron: «¿Qué pondrán en la tuya cuando te mueras? ». Él respondió al instante: «Se vende». Eso es Cádiz. La cultura del atajo.
En el colegio, una profesora que presumía de indocumentada por estos lares (jamás confesaré su mote) me preguntó algo que encierra una duda profunda: «¿Esto del flamenco va de alegría o de pena?» . Expliquémoslo, llegados a este punto, según Cádiz.
Surrealismo gaditano
Por un lado, están los estilos festeros, quizá los que han ganado mayor popularidad por su relación con el folclore y su fácil accesibilidad. El sentido de las letras. Su compás vivaracho y carácter socarrón hacen de ellos todo un repertorio musical del gusto de cualquiera. Dentro de este grupo, habríamos de destacar las bulerías en tonos mayores, muy diferentes a las que se interpretan en Jerez, más jocosas si cabe, los tanguillos y las cantiñas . Dentro de estas últimas, nos encontramos diferentes palos: la cantiña propiamente dicha y la rosa , un estilo desaparecido; el mirabrás , vinculado con los pregones de mercado, y los caracoles , una creación de un viejo artista autóctono que Antonio Chacón popularizó en el Madrid de principios de siglo XX; la romera , de armonía hiriente; y, finalmente, las alegrías , aquellas que comienzan por el 'tirititrán'. Todos se cuadran en el mismo compás, pero tienen distinta melodía, origen y, si cabe, sentido.
Y ese 'tirititrán' nos permite introducir otro concepto que arraiga en este litoral. Igual que en Latinoamérica escritores como Juan Rulfo, Miguel Ángel Asturias y García Márquez desarrollaron el realismo mágico, en Cádiz se origina el surrealismo gaditano , ese «puede ser que sí o puede ser que no, pero esta es la verdad que te lo digo yo» que canta David Palomar , uno de los artistas que mejor defiende este legado en la actualidad, como Encarna Anillo o May Fernández. Resulta, según Chano Lobato , que Ignacio Espeleta, otro personaje de enjundia, fue a cantar por alegrías y, confundido por lo que había bebido, olvidó la letra. Empezó entonces a tararear el famoso 'tirititrán' , que se estableció como la salida del cante. Esta anécdota, por supuesto, está relacionada con las cuarenta novias que uno tuvo, la mojarra que se hizo amiga de Pericón y tantos otros divertidos disparates que por estas callejuelas se cuentan. Ese es el surrealismo gaditano.
Pero Cádiz, tan particular que es, también aprendió a desahogarse por otros canales, y cuenta con esa otra espina, la dramática , que se manifiesta a través de la soleá . Son los estilos de Paquirri y El Mellizo los más extendidos, aunque cada uno de ellos tenga otras tres variantes. Son soleares que llevan el vaivén de las olas, las penas cadenciosas que se mecen con gusto, que llevan rizos de espuma, tercios cortos y ligados, pero que son penas. También clasificamos en esta vertiente más agónica las seguirillas de Los Puertos, el tiento , la malagueña del Mellizo y la petenera , de origen algo incierto, aunque en la provincia ha sido muy interpretada.
Los ayeos de Cádiz son un grito de Camarón y un susurro de María Vargas y La Perla . Son Aurelio Sellés y El Chaqueta , con esa familia donde todos tienen nombres de prenda: Adela La Chaqueta, Salvador El Pantalón, El Chaleco y Chaquetón. Cádiz es Manuel de Falla, Manolo Sanlúcar y Paco de Lucía . También el maestro Patiño. Los seguidores de Manolo Caracol, tan numerosos, y los de Mairena, como Canela de San Roque. Cádiz es un chiquillo de Chiclana, Samuel Serrano, fustigándose por el Agujetas y Antonio Reyes con gusto salobre. Es Mariana Cornejo y Juanito Villar. El mar de La Sallago y el de Felipe Campuzano al piano. El de Rancapino y el Niño de la Isla con la montaseña, un talentoso robo al folclore al asturiano que hoy hacen cantaores como Rafael Jiménez Falo. Cádiz es, en definitiva, el baluarte de todos aquellos que afrontaron la vida con la pena cabal de la alegría.