Buster Keaton canta a Mozart

El Teatro Real repone la imaginativa producción de Barrie Kosky de la ópera «La flauta mágica»

Una escena de «La flauta mágica» Javier del Real
Julio Bravo

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¿Qué tiene que ver Mozart con Buster Keaton ? ¿O la ilustración con el cine mudo? La respuesta la tiene el director australiano Barrie Kosky , actual director de la Komische Oper de Berlín y creador de una celebrada producción de «La flauta mágica», de Mozart, que el Teatro Real puso en escena hace cuatro años y que, tras su éxito, regresa a su escenario. Desde el próximo domingo y hasta el 24 de enero se presentará esta producción, que cuenta con dirección musical de Ivor Bolton , y un doble reparto que incluye a Andrea Mastroni y Rafal Siwek (Sarastro), Stanislas de Barbeyrac y Paul Appleby (Tamino), Albina Shagimuratova, Rocío Pérez y Aleksandra Olczyk (Reina de la Noche), Annet Fritsch y Olga Peretyatko (Pamina), Andreas Wolf y Joan Martin-Royo (Papageno), Ruth Rosique (Papagena), Mikeldi Atxalandabaso (Monostatos), el Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real y los Pequeños Cantores de la ORCAM.

«Mozart -dice Joan Matabosch , director artístico del Teatro Real -era un hombre convencido de las ideas ilustradas; sintonizaba con ese nuevo pensamiento más laico, más libre, más igualitario y más racional, que se abría camino en el último tercio del siglo XVIII, y por eso seguramente para la composición de esta obra eligió un género popular como era el singspiel, en el que hay partes cantadas y partes habladas». Esa es la razón, sigue Matabosch, de que funcione este montaje, que «alude al cine alemán de la República de Weimar y al Berlín de los años veinte del siglo pasado, centro creativo importante en el terreno de la cultura, el cabaret, el cine mudo y el cine de animación». Papageno recuerda a Buster Keaton , Pamina a Louise Brooks y Monostatos al Max Schreck de «Nosferatu»

Para esta producción de «La flauta mágica», Barrie Kosky recurrió a la compañía británica 1927 , que une habitualmente en sus espectáculos interpretación, música en directo y animación, y en los que la imaginería del cine mudo ha estado habitualmente presente. 1927 fue creada en 2005 por el ilustrador Paul Barritt y la escritora y actriz Suzanne Andrade (codirectora de escena de esta producción). A ellos se unieron más tarde la intérprete Esme Appleton y la compositora Lillian Henley .

«La flauta mágica», dice Tobías Ribitzki , encargado de la reposición en Madrid del montaje, «es muy difícil de llevar a escena, presenta una gran cantidad de ideas, y esta producción ofrece muchas posibilidades, además de abrirla al gran público. Su evocación del mundo del cine mudo, con el apoyo de la animación, ayuda a conseguir ese carácter mágico que tiene esta obra, donde la música y el amor son su columna vertebral».

«Es un montaje complicado -sigue Ribitzki-; Mozart siempre es difícil, en realidad, pero aquí los cantantes se convierten en actores que interactúan con las proyecciones . No las ven, porque están situados detrás de la pantalla, así que han de conocer a la perfección los movimientos. El reto de esta producción es que el público se crea que los actores son parte de la animación».

Y es que la falta de escenografía es una de las características de esta producción, donde los decorados se sustituyen por proyecciones. La dificultad para los intérpretes es grande, porque ellos no ven las imágenes de las que forman parte y con las que deben sincronizarse. «Después de tantos ensayos y funciones -dice el barítono Joan Martín-Royo , uno de los intérpretes de Papageno, que estuvo también hace cuatro años en el Teatro Real y ha cantado la producción en varias ocasiones- acabas viendo las imágenes con el rabillo del ojo».

Hay otra conexión con el cine mudo, y son los diálogos hablados , que se han suprimido en este montaje. «No los interpretan los cantantes -explica Ribitzki-, sino que, como se hacía entones, se proyectan en la pantalla con una música de piano como acompañamiento». En este caso, serán fragmentos de dos fantasías mozartianas: las que escribió en Do menor y en Re menor respectivamente.

« La flauta mágica » fue estrenada el 30 de septiembre de 1792 en el Theater auf der Wieden de Viena, uno de los escenarios poco nobles de la capital austríaca, que era propiedad del libretista de la ópera, Emanuel Schikaneder . «Esta producción -dice Bolton- capta perfectamente el concepto de la Ilustración que está presente en la ópera, esa necesidad de pasar del oscurantismo hacia la luz que proclama».

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