Bobby Gillespie: «Hice bien en tomar drogas esos años, me funcionaban como herramienta creativa»
El líder de Primal Scream y exbatería de The Jesus And Mary Chain publica en España su autobiografía, que abarca desde su juventud en aquellas «calles fantasmales de bloques abandonados» de Glasgow hasta el éxito de ‘Screamadelica’ en 1991
Lo subraya Bobby Gillespie en los agradecimientos: «A Robert y Wilma, por prepararme para la lucha». Son sus padres. Él, un antiguo miembro del sindicato nacional de artes gráficas de Glasgow que peleó duro hasta conseguir la semana laboral de cinco días. Ella, la ama de casa que protagonizó el episodio más impactante e importante de su infancia, en el verano de 1970, cuando tenía 9 años y salió a jugar con sus amigos. Estos, sin ninguna razón aparente, acabaron dándole una paliza.
«Me quedé en ‘shock’, traumatizado: yo confiaba en esos tíos. Llegué a casa llorando; mamá me preguntó qué había pasado y, cuando se lo dije, me arrastró por la calle mientras decía: ‘Muy bien, ahora vas a pelear con ellos’. Yo iba pegando gritos de puro terror, pero me llevó hasta ellos e insistió: ‘Pelea primero con ese. ¡Pelea! ¡Pelea! Como no pelees, te vas a enterar», cuenta el exbatería de The Jesus And Mary Chain y cantante y líder de Primal Scream al comienzo de ‘ Un chaval de barrio ’ (Contra).
La autobiografía del hombre que marcó el sonido del Reino Unido entre los 80 y los 90 no va, efectivamente, solo de música. A punto de cumplir 60 años, la estrella del rock ha preferido que otros muchos aspectos de su vida tengan tanta importancia como los discos, las giras, el sexo y las drogas. De hecho, la ha escrito casi como castigo a sus seguidores, pues cuenta sus años de juventud en aquellas «calles fantasmales de bloques abandonados» del barrio periférico de Springburn y la cierra cuando le llega el éxito de ‘Screamadelica’ (Creation) en 1991, justo antes del ‘boom’ de Oasis, Blur y el britpop.
«Aquello que hizo mi madre estuvo bien –asegura Gillespie a ABC, en una videollamada, sin el más mínimo atisbo de sarcasmo en sus palabras–. Me estaba enseñando una lección importante: o te defiendes en las calles o te intimidarán siempre. Da igual que me golpearan, porque aprendieron que soy como un gato que siempre acaba de pie y pelea. No soy físicamente violento, pero aquello me hizo superar mi miedo a la violencia. Por eso siempre he soportado la confrontación en mi vida creativa».
Esta también está presente en las memorias a través de su descubrimiento del punk y del impacto que tuvo en él escuchar ‘God Save the Queen’, de Sex Pistols : «Fue como recibir una descarga, como si me hubiera poseído el Espíritu Santo. Jamás experimenté algo tan arrollador. Me había convertido. Había visto la luz». O el día que conoció en un autobús de vuelta al barrio a Alan McGee , futuro dueño del sello Creation y descubridor de Oasis.
Recuerda también el día que The Jesus And Mary Chain quiso probarle como batería para grabar el mítico ‘ Psychocandy’ : «Me parece bien. La putada es que no sé tocarla», fue su respuesta. Aún así, ese día su vida cambió. «Llevaba años deprimido y cobrando el paro. Ese disco supuso el primer dinero importante que gané en mi vida. Empecé a grabar discos, salimos de gira con New Order y entré en un universo nuevo», añade. Relata también en el libro la formación de Primal Scream en los años del ‘Acid House’ y reconoce a este diario que le encantaban las drogas. «¡Hice bien en tomarlas! Éxtasis, cocaína, algo de speed… ya sabes. En ese momento teníamos éxito y funcionaba, lo que supuso un subidón cultural. Fue vibrante y creo que, en esos años, nos funcionaban como herramienta creativa. Por eso ahora no quiero que mis hijos, buenos chicos de entre 17 y 21 años, me vean como el típico padre que dice: ‘No hagas esto o lo otro’. Me sentiría un maldito hipócrita. Tienen que vivir su vida. Les dije que no había tocado la heroína, que nunca acaba bien, y que si querían hablar de ello, aquí estaba», aclara.
Lo importante, sin embargo, es que todo ese mundo se mezcla en el libro con el mismo interés con la política, el ambiente en aquel vecindario desmantelado por el ‘Programa de limpieza de los barrios bajos’ –«me recordaba a las ciudades alemanas bombardeadas por los aliados en la Segunda Guerra Mundial»–, el sentimiento de comunidad, la cultura de la clase trabajadora, la moda callejera y la falta de educación. «Quería rescatar el viaje de un niño de clase trabajadora que, desde un entorno casi nulo, sin una educación clara, se convirtió en una persona creativa. De eso va realmente este libro», advierte.
Noticias relacionadas