Beyoncé y Jay-Z, locura de amor en el Estadi Olímpic

La pareja conquista a 47.000 personas en Barcelona con un colosal espectáculo basado en su matrimonio

Beyoncé, y Jay-Z, durante una de las actuaciones de la gira Raven B. Varona

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Los romances con derivadas artísticas (ya saben, John y Yoko, Ronnie y Phil, Serge y Jane) siempre han sido una buffet libre a la hora de enriquecer la mitología del pop, pero hasta ahora nadie se había atrevido a llevar las cosas tan lejos como Mrs & Mr Carter, Beyoncé y Jay-Z en cuanto se enfundan los trajes de superhéroes del pop negro y hacen cima en el podio de la música contemporánea. Y es que, no contento con haber amasado uno de los imperios más lucrativos del show bussiness y haber convertido sus infidelidades y reconciliaciones en carburante creativo, el matrimonio se ha embarcado en una fastuosa gira que quiere ser un robusto y deslumbrante homenaje a su relación personal y artística.

Un artefacto de dimensiones colosales que cautivó a las 47.000 personas que casi llenaron anoche el Estadi Olímpic de Barcelona y transformó los gozos y las sombras de la vida marital en dos horas de miradas cómplices, extractos del álbum de fotos familiar, eslóganes como de tarjeta de San Valentín y un frenético picoteo por los dominios del hip hop, el R&B y las músicas urbanas.

«Esto es la vida real», podía leerse en las pantallas justo antes de que los dos cantantes irrumpiesen en el escenario con porte señorial y agarrados de la mano para enredarse en los surcos acaramelados de «Holy Grial» y tirar del hilo de esa con la que empezó todo. Y aunque cueste imaginar algo más alejado de la vida real que ese despliegue de pasarelas luminosas, coreografías agitadas y constantes cambios de vestuario, el público se entregó con ganas a una ceremonia que empezó a caldearse de verdad cuando Beyoncé tomó el mando con su «Drunk In Love» y el cuerpo de baile se materializó a su lado para arropar la incontestable «Diva».

El rapero neoyorquino recogió el guante con la granítica «Dirt Off Your Shoulder» y estableció así la dinámica de una noche generosa en llamaradas y fuegos artificiales y marcada por un ágil diálogo entre hip hop y R&B urbano. Un cruce de caminos y de repertorios reforzado por una quincena de bailarinas de movimientos sísmicos y expansivos y una veintena de músicos repartidos en una cuadrícula de cuatro pisos y, el tamaño obliga, servido en un escenario al que no le faltaba de nada. Ahí estaban, agigantando el conjunto, un par de pasarelas repletas de luces parpadeantes, una plataforma flotante que hacía las veces de altar cada vez que se elevaba por encima de las cabezas del público, una pantalla que ocupaba -literalmente- todo el escenario y un sinfín de recursos audiovisuales para aligerar los cambios de vestuario y reforzar esa idea de amor inquebrantable que recorre todo el espectáculo.

Sobre el escenario, Jay-Z, inédito en España hasta anoche, vació el ropero con incontables cambios de look, aportó músculo y contundencia rítmica, y se lució con algunos de sus himnos –mención especial para «Run This Town», «99 Problems» y «Bin Pimpin’»–; mientras que Beyoncé, centro de todas las miradas, se coronó una vez más como imparable ciclón escénico entre los ardores de «Baby Boy» y «Sorry» y exhibiciones de poderío vocal como «Resentment». La unión, en efecto, hizo la fuerza, aunque bastaba con medir el nivel de decibelios con el que el público recibía cada movimiento de Beyoncé para certificar que, por mucho que se aplicase en «Bam» o en «Family Feud», poco podía hacr para escapar de la sombra de la cantante tejana.

No fue, como la última gira en solitario de Beyoncé, una aplastante acumulación de estímulos, pero si se le acercó en algún momento fue gracias al músculo de «Niggas In Paris», a las sacudidas de «Formation» y «Run The World» servidas las dos entre sacudidas coreográficas desde la pasarela flotante que hacía las veces de altar y, sobre todo, a esa «Crazy In Love» enriquecida por un puñado de vientos y que resume a la perfección el propósito de esta gira.

Un monumento a esa locura de amor que les ha devuelto a la carretera y que marcó ayer el punto álgido de una noche que acabó como empezó: con Beyoncé y Jay-Z cogidos de la mano y deshaciéndose entre los vapores de «Forever Young» y «Perfect». «Esto es amor real», podía leerse entonces en la pantalla junto a una selección de imágenes de sus veranos en el Caribe y exhibiciones de intimidad familiar. Visto lo visto, cualquiera les lleva la contraria.

Beyoncé y Jay-Z, locura de amor en el Estadi Olímpic

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