The Beatles: el kilómetro cero de la revolución sonora
El grupo musical más popular, vendedor e influyente de la historia

Los últimos días de una primavera exuberante, el principio del fin de la edad de la inocencia, el momento en el que, una vez que tienes el mundo en la palma de la mano, decides deformarlo con toda la fuerza de tu puño cerrado... Fue en 1965 cuando los «Fab Four» , inmersos en una nube de marihuana y ensordecidos por el fragor de la historia de histeria colectiva más grande jamás contada y cantada, comenzaron a adentrarse en un camino más sinuoso e intrincado. Su sexto disco, «Rubber soul» , lanzado el 3 de diciembre, fue el primer paso de una expedición hacia territorios inexplorados, un viaje sin vuelta atrás ejemplificado en el abismo que separa la ingenuidad de aquel sencillo y desarmante «I wanna hold yourd hand» del turbio «prefiero verte muerta que con otro hombre» de «Run for your life». Era el mismo año en que los Stones no encontraban satisfacción, Dylan preguntaba qué tal sentaba eso de ser un canto que rueda y los Who apelaban a una generación que esperaba morir antes de hacerse mayor. El germen de una revolución estaba creciendo, y el gran mérito de los Beatles fue reinventarse como uno de sus principales agentes transmisores.
Bisagra entre la efervescencia de su etapa roja y las ambiciones experimentales de la era azul, en «Rubber Soul» los de Liverpool se lanzaron a ampliar su paleta expresiva, introdujeron instrumentos inéditos e inauditos en el universo pop (guitarra griega...) y comenzaron a exprimir las mil y una posibilidades de los estudios de grabación. Una suerte de «disco morado» especialmente querido por los beatlemaníacos porque reúne lo mejor de los dos mundos: la frescura del estallido inicial y una inquietud creativa desprovista aún de conatos de megalomanía. Regados por el LSD, después llegarían el magistral «Revolver» y el descomunal (incluso en sus ambiciones) «Sgt. Pepper’s lonely hearts club band» para rematar una trilogía que convirtió a la banda pop más popular de todos los tiempos en la más influyente, la fuente inagotable de la que han seguido bebiendo miles de artistas en las siguientes décadas.
Fue la libertad otorgada por un éxito planetario sin precedentes la que les permitió encerrarse en su propio arte para apuntalar y acrecentar su mito abanderando una sedición sonora de eco prolongado. Hastiados de que sus conciertos se hubieran convertido en un berrido colectivo de fans desaforados, renunciaron a actuar en directo meses después. «Podríamos haber enviado a cuatro muñecos de cera y eso hubiera bastado para satisfacer a la gente», resumió Lennon . «El griterío de anoche nos impidió escucharles», explicaba también José Luis Martínez en su crítica para ABC del mítico concierto en Madrid, aquella noche del 2 de julio de 1965 en la que, a tenor de todos los que aseguraron después haber estado allí, Las Ventas tuvo el aforo de tres Maracanás.
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