Crítica de ópera
«Un ballo in maschera»: This is America
La producción dirigida por Gianmaria Aliverta, estrenada en Venecia en 2017, llega a Madrid sustituyendo a la de David Alden del Metropolitan de Nueva York, que ha sido imposible transportar

Se analizan estos días y los que vendrán las consecuencias que la pandemia del Covid-19 está teniendo en muchos ámbitos de la sociedad. La cultura es uno de los principales pues, según ha confirmado el informe de la Fundación Alternativas, se trata de un sector particularmente herido.
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Además del daño económico, empiezan a preocupar cuestiones heredadas y que ahora se precipitan como el cambio de hábito de los espectadores, cada vez más cercanos al entorno digital definitivamente colonizado por los contenidos culturales.
La ópera en directo, por ejemplo, tendrá que esforzarse por añadir un plus de interés que compense un tiempo de escasez como el actual. Todo ello implica una dificultad añadida, como bien ha enseñado el Teatro Real con «La Traviata» y «Un Ballo in Maschera», espectáculos apenas voluntariosos .
Las circunstancias imponen su rutina pero el problema no es la materia endeble con la que anoche se presentó el «Ballo», por mucha apariencia artificial que se aprecie, sino la manera en la que esta se maneja. La producción dirigida por Gianmaria Aliverta, estrenada en Venecia en 2017, llega a Madrid sustituyendo a la de David Alden del Metropolitan de Nueva York, que ha sido imposible transportar.
La balaustrada senatorial, los espejos cimbreantes en la morada de Ulrica, la roca en la que Amelia reza su deslealtad (momento cumbre del postizo) para luego cantar de soslayo con Riccardo, y la Estatua de la Libertad a lo Franklin J. Schaffner completan un limitado catálogo de recursos técnicos y artísticos. El espacio general está muy lejos de la grandeza de la corte de Luis XIV a la que aspiraba Verdi, pero también es ajeno a la posibilidad de inquirir a la obra incentivando al espectador.
Llevarla a América, hacia 1886, es una anécdota sin calado, pues los gestos en relación con la esclavitud quedan muy en segundo plano. Realización torpe y materialización elemental, incapaz de hacer creíble cualquiera de las pasiones en juego. Que en el «Ballo» son varias e inquietantes.
Aspecto musical
Afortunadamente, queda el aspecto musical, capitaneado por el maestro Nicola Luisotti. Sus maneras verdianas encierran verdad y un grado moderado de expresividad, de emoción. Logra un color orquestal amable, prefiere la elegancia intimista, la pausa; explica la obra con la suavidad de un conversador que dialoga cómodamente. La orquesta titular del Teatro Real está a gusto. Luego, la turgencia, la carnosidad verdiana, la posibilidad de crear un espacio escénico desde el propio foso, son mundos que están más distantes, aunque cuando algo de ello asoma la representación alcanza una dimensión interesante.
Ayer hubo que esperar a que Artur Rucinski atacara el gran aria «Eri tu» para que todo se dimensionara en un universo distinto. Fue el acicate de la representación protagonizada por el primero de los repartos. En él hay materia vocal suficiente pero fue necesario que surgiera el pulso interior que permitió que Anna Pirozzi apuntara ademanes y gusto en su aria «Morrò, ma prima in grazia», con filado incluido.
Que Michael Fabiano fuera algo más que un chorro de voz y que a la romanza «Ma se m’è forza perderti» le añadiera grandeza mientras a los pies de una inmensa bandera americana, émulo de su despacho. Y que Elena Sancho Pereg se recreara en la agilidades.
Daniela Barcellona ofreció una Ulrica de muchos colores, inestable y algo pacata. A la corrección del coro hay que unir un cuerpo de baile a veces coreografiado con desatino. «Un Ballo in Maschera» se vio por primera vez en el Teatro Real de Madrid en 1861. Luis Carmena era uno de los cronistas. Entonces y ahora «el conjunto de la obra resultó muy débil».
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