Ángel Antonio Herrera
Un excéntrico solista de vivir
Tuvo Camilo algo de fantasma que se anidó en Torrelodones, algo de Michael Jackson de lo melódico nacional , pero con mejor planta y un traje de galán que fue alternando en blanco o azul, pero que parece siempre el mismo. Decidió, hace ya bastantes años, allá a los finales de los ochenta, un retiro de mucho cerrojo, hastiado de todo y de todos, aunque salió algún momento de su casa, para dar tres conciertos contados de auge y decir de nuevo adiós, muy resucitado de dandi de corbata roja , como si posara para su propia réplica del Museo de Cera.
A veces, en las temporadas últimas, le sacaron de su retiro para litigios de juzgado, porque le reclamaban dineros de giras no cumplidas, o cumplidas a medias. Camilo, con todo esto, resultaba un presente un poco ausente, pero, en rigor, ha sido un ausente muy presente , porque estuvo el hombre muy a lo suyo, en grato exilio de todo, y de pronto salía de novedad que le robaron en casa o bien que su hijo Camilo Blanes tenía con él un difícil trato no de fiesta, precisamente. Camilos hay dos, así tirando por lo rápido.
El chico «superestar» de los setenta, que cantaba con afinación de volcán, y luego un «friki» muy aseado, con melenón equívoco, que provocaba mucha animación en las lujurias de internet. Y cuando iba a la tele, donde se parecía y no se parecía al que fue, al que será siempre. Cumplió muchas maneras de ser «superestar».
Camilo, así en general, es un clásico de los karaokes, que es un modo de eternidad. Pero cuesta imitarle, porque es un exótico solista inimitable. Exótico, y excéntrico, incluso. En la vida y en el cedé. Cuando iba a la tele, nos daba ahí el susto, por el alegrón de cirugía estética que presentaba, más la melena de escaparate. Camilo se empeñó en hacer buena la réplica de museo de cera, réplica que por cierto no sé si tiene, y ya ni falta que le hace. Fue un día no remoto al plató de María Teresa Campos, y supimos que era él, y no un doble de Benidorm, porque Teresa nos lo avalaba. A veces dejaba su retiro por orden de algún juez, porque tocaba declarar en demandas de tesorería. Y salía, y la liaba.
En una visita última, o penúltima, a un juzgado, contaban los presentes de la sala que no se iban a olvidar del «show» espontáneo de Camilo, que fue siempre memorable en escena y también de peatón. Se durmió en algún momento de la vista, se sacó un calcetín para mostrar a los congregados una lesión de tobillo, y pidió un rato de respiro en sala vecina, porque no estaba pletórico de salud o ánimo, precisamente.
Fue una extrella máxima, y luego un raro extremado. Vivió en artista. A veces le rompía el apartamiento un juez, y a veces salía por voluntad propia , a celebrar en la tele que fue un figurón , cuando era solista guaperas, y con melena no de fantasía. Entre unas cosas y otras, pedía hora de nuevo en el cirujano, y salía vagamente parecido a la foto del deneí.