Alicia Keys, elegancia inflamada en el Palau Sant Jordi

Como los de casi todo el mundo, también los planes de Alicia Keys saltaron por los aires en marzo de 2020. La neoyorquina se preparaba para lanzar su séptimo álbum de estudio, titulado simplemente 'Alicia', y acababa de emprender una nueva gira internacional con paradas programadas en Madrid y Barcelona en verano de aquel mismo año. Nada de eso, como imaginarán, pudo ser, por lo que no extraña que la cantante salga ahora al escenario como si las canciones le quemasen en las manos y tuviese que quitárselas de encima cuánto antes mejor . Sí, como quisiera detener los relojes, darle un puntapié a las manecillas y recuperar todo el tiempo perdido. Deprisa, deprisa. «This girl is on fire», sí, pero literalmente.

Poco pareció importarle que el Palau Sant Jordi, con solo 8.000 personas y lonas negras cubriendo la parte trasera de la pista, quedase lejos de sus registros habituales. En su primera visita a la ciudad en más de una década, la autora de 'Songs In A Minor' irrumpió desatada y más que dispuesta a montar un efectivo y elegante show de soul, hip hop y pop negro. Un espectáculo de ritmo irregular que arrancó frenético, se embarrancó en un tramo central un tanto espeso y acabó por todo lo alto encadenando hits y con todo el Sant Jordi fundiéndose en los estribillos de 'No One' y 'Fallin''.

Siempre a caballo entre el viejo soul y los nuevos sonidos urbanos, entre la reverencia a los clásicos y la atención a la novedad, la estadounidense se explayó durante casi dos horas y prestó especial atención a 'Alicia' y 'Keys', sus dos últimos discos. Una apuesta por el presente que se hizo carne a través de 'Nat King Cole' y 'Truth Without Love', plataforma de despegue desde la que Keys se abalanzó sobre el Palau para firmar una primera media hora casi sin pausa. A los veinte minutos, de hecho, ya había alternado piano de cola, sintetizador Moog y micrófono a pelo; había brincando del soul al reggae y de Harlem a Jamaica; y se había encomendado a Stevie Wonder y Lauryn Hill para, justo después, de subirse a ese cohete de funk robotizado que es 'Time Machine'. Extenuante, sí. La escenografía, sobria y elegante, encajaba como un guante en el soul satinado y las atmósferas noctámbulas de '3 Hour Drive'. El sonido, sin embargo, podría haber sido mejor.

Sin alejarse demasiado del canon de la superproducción pop -pantalla gigante, cuidado juego de luces, un piano que se deslizaba sólo por el escenario...-, la cantante aprovechó uno de los cambios de escenario para ceder el protagonismo durante unos minutos a su hijo de once años. Ahí estaba el crío, como pez en el agua, exhibiendo pericia al piano y tocando la sintonía principal de 'Juego de Tronos' . Un simpático guiño familiar que frenó en seco el ritmo de la noche y tras el que Keys apareció en el extremo opuesto del recinto encaramada en un púlpito-cabina y reconvertida en una suerte de predicadora rap. Momento hip hop con vistas al 'Nobody' de DJ Khaled justo antes de embarcarse en una competición entre sus propias canciones, guiño a las versiones originales y 'unlocked' de su último trabajo, que no acabó de cuajar.

Nada grave: ahí estaba, ya de vuelta en el escenario central, la voz grabada de Jay-Z para marcar el camino y reconducir la noche por el camino de los hits de impacto: el primero, 'Empire State Of Mind', desató la euforia entre el público mientras Keys recorría la pista. Y a partir de ahí, barra libre: 'Girl On Fire', 'Superwoman', 'Fallin'', 'No One'... Alicia Keys, inflamada y desatada. Lástima que la neoyorquina escogiera para los bises dos baladas como 'Like You'll Never See Me Again' y 'If I Ain't Got You', puro anticlímax que venía a confirmar que, también en eso, la autora de 'Try Sleeping With a Broken Heart' es una diva diferente.