«Aida»: Feo versus bello
El Palau de les Arts de Valencia recupera el montaje de David McVicar, realizado en coproducción con el Covent Garden de Londres y la Ópera de Oslo
Tras el telón de «Aida», desplegado estos días sobre el escenario del Palau de les Arts de Valencia , laten algunas cuestiones de estilo. La principal afecta al director musical Ramón Tebar en su debut oficial como principal director invitado del teatro valenciano. Algunos gestos transmiten la impresión de que su estancia llevará a la institución una calidad musical estimable, una sólida honradez artística y una homogénea inspiración.
En día de estreno, gracias a él, se impuso el buen gusto, la inteligencia y una regularidad que aún podría haberse rematado con mayor intensidad en los puntos culminantes del drama. En cualquier otro lugar, salir del espectáculo con la sensación de haber compartido una interpretación suficiente sería un fracaso. Aquí hay que referirse al mérito de Tebar, al trabajo del coro y de la orquesta del Palau, capaces de amansar la furia de una producción fea y un reparto aburrido.
Tan cerca está la muerte de Umberto Eco que es inevitable recordar su estudio sobre el feísmo artístico. Les Arts recupera el montaje de David McVicar, realizado en coproducción con el Covent Garden de Londres y la Ópera de Oslo, y en el que lo lóbrego se convierte en categoría formal. Es obvio que McVicar, defendido en Valencia por Álex Aguilera encargado de la reposición, no pretendió halagar los sentidos y sí llenar el oscuro escenario de sangre, carne humana, bajas pasiones y odios condensados. Eco reflexionó sobre argumentos parecidos considerándolos una herramienta estética. Desde esta perspectiva y con el fin de intentar la justificación del trabajo de McVicar (en su día ya suficientemente criticado) cabe entender el cuadro de «horripilante».
Y en un último estadio aún está por situar un primer reparto de relativa altura: desde el Radamés de cartón piedra que compone Rafael Dávila con agudos sanos y afanosa expresión, a María José Siri, cuya Aida se hunde en una letanía apenas impulsada por la muy estimable continuidad vocal con la que aterriza en el tercer acto. Renqueante la Amneris de Marina Prudenskya, forzado en la tesitura el rey de Alejandro López, brilla sobre todos el timbrado Ramfis de Riccardo Zanellato.