Un abucheo histórico para «La flauta mágica» más polémica: «¡Esto lo va a ver su santa madre!»
El estreno en el Palau de les Arts de Valencia de la nueva producción de la obra de Mozart, firmada por Graham Vick, concluyó con un escándalo soberano
Fiel al guión previamente trazado, el estreno en el Palau de les Arts de Valencia de la nueva producción de «La flauta mágica» firmada por Graham Vick concluyó con un escándalo soberano . Medio aforo abandonando indignado el teatro al concluir la representación y otro medio aplaudiendo entusiasmado. La aparición final sobre el escenario del director británico, rodeado de su equipo y sonriendo satisfecho ante la hazaña, alcanzó la epopeya. Fue el punto culminante de una sesión a la que asistió el ministro de Cultura, tras una jornada dedicada a visitar instituciones valencianas y como prólogo a la incorporación del Ministerio de Cultura y Deporte al patronato de Les Arts. Sabía dónde iba pues la cronología de los hechos comienza tiempo atrás.
Hace dos meses que asociaciones profesionales de actores y bailarines valencianos protestaban por la contratación de s eis decenas de figurantes voluntarios y no remunerados para participar en la producción. Vick defendía la decisión como fin social y cultural, un gesto de carácter reivindicativo y popular realizado con el fin de «involucrar a la ciudadanía en este tipo de espectáculos». Para el actual director de la Ópera de Birmingham resulta especialmente estimulante la confrontación entre la materia prima y la sofisticación artística.
La producción incluye además del Palau de les Arts y Birmingham al festival italiano de Macerata donde se vio por primera vez el año pasado. Entonces los invitados fueron inmigrantes, lo que género un acalorado debate en el país con evidentes connotaciones políticas. Afloraba, la verdadera intención, pues de la mano de «La flauta mágica», Vick se ha impuesto la muy loable tarea de agitar la opinión general al socaire de algunos de los argumentos que fracturan la sociedad actual. Para ello coloca a los «aficionados» como si de un coro griego y participativo se tratará, insertando sus comentarios en castellano en medio de los recitativos en alemán, por otra parte adaptados convenientemente.
Para los espectadores que acudieron al Palau de Les Arts todo ello se apareció de forma explosiva. Al entrar en la sala cualquiera se sorprendía con una colección de pancartas colgadas desde todos los pisos: «Contra la violènci masclista», «En defensa de los derechos y la libertad», «El sistema no puede combatir la corrupción porque la corrupción es el sistema», «Pensiones justas, ya», «No a la violènci de gènere»... Quien más quien menos sacaba su móvil para inmortalizar el momento. También la señora de la fila delantera: «Como esta gente siga en este plan, dejo el abono y me compro el del Teatro Real... ¡Esto lo va a ver su santa madre...! » Aún así también ella lo vio, inmortalizó el momento y, al final, se levantó tal y como había llegado, dejándose definitivamente la garganta en un “¡Fuera!” inaudible entre la multitud vociferante. Lo dicho: Vick ha triunfado en su propósito agitador si bien colocando en un muy segundo plano a otros ilustres ofendidos: Schikaneder, Mozart y «La flauta mágica».
La flauta masónica
La cuestión no es tanto el viejuno, por lo antiguo, debate sobre el teatro social, ahora recuperado en Valencia, sino la adecuación y calidad de la lectura hecha por Graham Vick al amparo de una obra que implica «parodia, alegría... emoción, aventura, comedia y canciones». Según él, todo un escaparate que, bajo la influencia de la masonería , nos adentra en una hermandad de iniciados, patriarcal como la iglesia católica, masculina y secretista: «Esta ópera es hoy la historia de los privilegiados», frente a la cual «la otra mitad de nuestra sociedad se encuentra excluida del círculo y no puede influir en él, aunque lo intenta».
El director británico se presenta en Valencia acumulando tras de sí cuatro producciones previas del mimo título. Se entiende que conoce bien la raíz del asunto y sus circunstancias. Sin embargo, la impresión es que el propósito ha superado a la experiencia y que Graham Vick ha sucumbido a su propia y legítima conciencia. Con habilidad maneja armas teatrales poderosas: sabe invadir el espacio de confort (y físico) del espectador, presenta un teatro de estética inmediata y algo «povera», y hace una potente exposición de los hechos. Hasta los menos proclives sonríen viendo a Papageno entrar por el patio de butacas convertido en repartidor (y buscador de pájaros) de la marca Super Pollo. Se narra con éxito la lucha de Tamino contra el monstruo convertido en excavadora con su pala en forma de boca voraz. Incluso se admite a la pecaminosa e insinuante Reina de la noche. La llegada al templo cuya fachada es remedo de una tienda Apple a cuyo frente está el sacerdote, «alter ego» de Steve Jobs, significa penetrar en uno de los grandes poderes. A sus lados se sitúan un rascacielos coronado con el símbolo del euro cuya trasera es un arsenal de misiles y la recreación de la basílica de San Pedro donde acabarán « los hipócritas ». Todas las arquitecturas se derrumban al final en una escena heroica que deja por el camino su dosis de sarcasmo y, porqué no estando en el templo laico del teatro, irreverencia.
La conclusión da por bueno el triunfo de quienes sufren la discriminación de un status social y global tan asimétrico como discriminatorio. Es una tecla fácil. La victoria del infeliz y el maltratado, es algo capaz de emocionar a cualquiera: el problema es que para lograrlo hay que atravesar terrenos pantanosos. Si en el planteamiento inicial de la obra, Vick acierta a trasvasar con astucia y la naturaleza primigenia de la obra, el segundo acto se convierte en un despropósito de dimensiones sobresalientes. Es decir, justo cuando «La flauta mágica» es menos real y más cuento, menos inmediata y más fantástica. El encaje es aquí es tan forzado que convierte en una soberana incoherencia el influjo maravilloso de la flauta, del glockenspiel o la aparición de la «vieja» Papagena saliendo de un cubo de basura. Por cierto, a partir de una caricatura que raya lo patético y apunta al endeble fundamento interpretativo de la producción.
El público, muy mezclado de gente joven e infrecuente en los estrenos del Palau, aplaudió con emocionante sinceridad y desproporción la sucesión de arias aun siendo a cada cual menos afortunada en un proceso que denotaba agotamiento y falta de fantasía. Quizá al director musical Lothar Koenigs le estimulara muy poco lo que está viendo, el caso es que el vuelo de su versión, ya en origen rasante, terminó estrellándose contra el suelo en complicidad con un reparto que se presentó deslavazado, sin un criterio de orden, tratando cada uno de salvar su propia ejecutoria. A Koenings le pesó la obra y la Orquestra de la Comunitat Valenciana lo transmitió impecablemente. Concertó defectuosamente y apenas algunos momentos brillantes coronaron su versión: el dúo entre Tamino y Pamina que Dmitry Korchav y Mariangela Sicilia salvan por los pelos. Él, tras calentar una voz tan caudalosa como compleja de encauzar. Ella, a veces bien colocada, por momentos inestable. Ambos poniendo voluntad. Wilhelm Schwinghammer es cabeza de cartel y lo demuestra con su presencia física. Algo menos con la regularidad de la interpretación. La Reina de la noche, o sea Tetiana Zhuravel, y Mark Stone, Papageno, gobiernan un territorio que efectivamente es cotidiano.
A la salida, los comentarios brotaban sin cesar, la temperatura ambiental era notable. Perdidos en el bosque de la inmediatez, de lo accesorio y lo banal, todo indicaba que la «experiencia compartida» de la que habla Vick no había sido tal, sencillamente porque resultaba ser exclusivamente e intencionadamente parcial. Para alcanzar a muchos, además de gritar habría que haber convencido. Pero a «La flauta mágica» de Vick le falta dialéctica y espíritu de excelencia en su acabado, lo que significaría resolver las contradicciones irresolubles de la propia obra y hacerlo con verdadera corrección artística. Conformarse con reconvertirla en una chocante Babel de lenguas y eslóganes podrá ser, como dice el propio Vick, una búsqueda «democrática» cuando en realidad es bastarda. No se trata de lo mismo, desde luego.