industria del disco
La bandera de los primeros piratas musicales
En los años ochenta, la industria discográfica ya alertó sobre los estragos de las cintas caseras
Cuando las compañías discográficas descubrieron que, además de venderlos como churros y a precio de brazo de brazo de gitano , los compact discs se podían transformar en archivos digitales, la cosa ya no tenía remedio. En 2001, tarde y mal, la EMI se sacó de la manga aquel paranoico y chatarrero Copy Control -auténtica pieza de colección para los aficionados al género de la ciencia-ficción- que tanto ruido hacía cuando uno metía el disco en la bandeja del ordenador, un zumbido infernal , y que, de inmediato burlado por los aficionados, tuvo que abandonar al poco tiempo. Que tire la toalla , versión 3.0.
Cegadas por el negocio, absortas con el corto plazo y tirando de un catálogo que de la noche a la mañana transformaron en paupérrimo material de estreno para los consumidores de series medias , las compañías discográficas olvidaron de forma insensata y calamitosa que a la gente lo que de verdad le gusta y le pone es grabar, da igual en qué soporte. Lo sabían desde comienzos de los años ochenta, pero ignorar al cliente en todas sus dimensiones ha sido un pecado que no se han podido quitar de encima algunos fabricantes. Los del gremio del pop están en el top 1. Como dijo Joaquín Luqui , «tú y yo lo sabíamos». «Será tres, será dos o será uno». Del uno no se han bajado, como de la burra.
En el primer top manta no había cedés, sino cassettes
«Home Taping Is Killing Music» fue la campaña que la British Phonographic Industry (BPI para el siglo) lanzó a comienzos de los años ochenta para concienciar -dar pena, en cristiano viejo- a los clientes que pasaban el rato grabando cintas caseras, un fenómeno que se popularizó con los magnetofones y, más aún, con los aparatos de doble pletina , autoreverse , doble velocidad y resto de los avíos. El top manta no empezó, ni mucho menos, con los cedés piratas de finales del siglo pasado («Cuando veo un mantero con mis discos, tiro de la manta y llamo a la Policía», Miguel Bosé , de su probable álbum « Refugees Welcome»), sino con las cintas de cassette que en el mercadillo negro de los pasillos del Metro de Cuatro Caminos , por no ir más lejos, se envasaban y despachaban con papel fotocopiado, en blanco y negro. Grandes éxitos. Fabricación en serie.
No es frecuente ver un disco español estampado con la imagen de la campaña española correspondiente a la de la BPI, aquí traducida como « Las grabaciones caseras están matando la música. Y además son ilegales» . Esto último iba de propina, visionario adelanto editorial de la pajarraca que iban a montar las discográficas, tan olvidadizas, tan soberbias, tan alejadas del consumidor como próximas a sus dineros, solo veinte años después.
El crecimiento del mercado de las cintas magnetofónicas , que espera aumentar sus ventas en torno al 20 por ciento este año, no pasa de ser un elemento nostálgico con el que mantener con vida el instrumento con el que hace más de treinta años empezó una revolución que algunos, ay, consideraron pasajera, relacionada con los soportes y no con las actividades de un público del que nunca se preocuparon y al que no quisieron sino para sacarle la pringue. Tiempo le faltó para cambiar la cinta por el cedé virgen , y luego por los discos duros y los servidores. Del autoreverse al autoservicio, rollo buffet .
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