Serrat, viaje al centro de la memoria

El cantautor evocó sus 50 años en escena con una emotiva actuación en Peralada

Serrat, viaje al centro de la memoria efe

david morán

«Eso que dicen que 50 años no son nada... ¡Son un taco! Pero pasan deprisa, eso sí». Ah, la edad y el paso del tiempo... Soplaba una ligera tramuntana en Peralada y Joan Manuel Serrat, enfundado en un traje, se mecía al son de su propia historia, esa que ahora celebra las bodas de oro de su romance con los escenarios y le tiene la mar de ocupado poniendo un poco de orden en su «Antología desordenada». Una colección de grandes éxitos que es mucho más eso ya que, en realidad, Serrat no canta canciones: le enseña a la gente pedazos de su propia historia, polaroids con los colores gastados -o, directamente, en blanco y negro- que mantienen intacto su poder evocador.

Tampoco el público parece agotar entradas, como volvió a ocurrir el sábado en Peralada, para ver cómo el quinteto que le acompaña sobre el escenario envuelve en nuevos arreglos «Mediterráneo» o explora las sutilezas melódicas de «Cantares». Serrat, decíamos, es memoria y vida, y sus conciertos siguen siendo una manera inmejorable para que los asistentes se reencuentren con versiones más jóvenes y, según se mire, mejor parecidas, de sí mismos. Así que en cuanto Serrat descorchó «Temps era temps», empezaron los temblores y también los suspiros. Temblores vocales de un Serrat que ha aprendido a sacar nuevos matices a esa garganta ajada de tanto usarla y suspiros en la platea por el tiempo que fue y el que será.

El viaje al centro de la memoria fue también un viaje al corazón de esa nostalgia sabiamente apuntalada por «De vez en cuando la vida», «Mi niñez», «Ella em deixa» o «Cançó de matinada». Canciones que son una vida y que Serrat dosificó para equilibrar la reivindicación de «Pare» o una espléndida «Disculpe el señor», el romanticismo de «Helena» y la euforia poética de «Para la libertad» o «Res no es mesquí».

Orden y concierto, pues, para coronar una vez más ese Festival Castell de Peralada que tiene en el de Poble Sec a uno de sus tótems particulares -hasta en 14 ocasiones ha actuado en la cita ampurdanesa- y hacer memoria de la mano de uno de esos artistas que ha trascendido lo simplemente musical para convertirse en un monumento de carne y hueso. Un emblema capaz de seguir dando todo el sentido del mundo a «Un gran día» y, al mismo tiempo, emocionar con una sobrecogedora «Me’n vaig a peu».

«Al final todo se acaba. Y está bien que así sea», dijo Serrat poco antes de bajar del escenario. Y aunque sus palabras sonaban a despedida, el público aún tuvo tiempo de perder ligeramente la compostura para cumplir con el ritual y acompañar a coro el estribillo de «Paraules d’amor». Una canción que tampoco es una canción, sino un ritual. Porque, ¿qué sería de Serrat sin «Paraules d’amor»? O, mejor dicho, ¿qué sería de nosotros sin Serrat?

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