Y el Cruïlla fue una fiesta (a pesar de Lauryn Hill)
La accidentada actuación de la estadounidense no deslució un festival que batió el sábado su récord de asistencia

Los primeros diez minutos se hicieron soportables. Incluso ayudaron a que la gente acabase de situarse y cogiera sitio tras el generoso derroche de elegante soul añejo de Aloe Blacc y el vendaval de Emeli Sandé pero, ¿media hora? Peor aún: ¡cuarenta minutos! Normal que para cuando el pinchadiscos accidental -malo con ganas, vamos- que debía entretener a la gente hasta que Lauryn Hill tuviese a bien salir al escenario agotó su lista de reproducción de clásicos del hip hop y reggae, el público andase ya bastante mosqueado.
Tampoco ayudó que, después de esperar cuarenta largos minutos, el estreno de la estadounidense en la ciudad llegase servido con un sonido horroroso y alguna que otra mirada de desconcierto sobre el escenario. Sonaba «Conformed To Love», sí, pero la excantante de los Fugees, sentada en una silla y guitarra en mano, estaba más pendiente de gesticular y lanzar miradas fulminantes a sus técnicos que de intentar sentar cátedra con la intensidad de una gran dama del soul. Le tocó el turno a «Mr. Intentional» y aquello seguía sin funcionar: los vientos llegaban sin fuerza, al coro ni se le oía -literalmente: tardamos media hora en oír la voz de las tres coristas- y Hill se revolvía incómoda sobre las silla, por lo que la noche grande del Cruïlla Barcelona, que el viernes vibró con un pletórico Kendrick Lamar y batió el sábado su récord de asistencia con 22.000 personas en el recinto del Fòrum, amenazaba con descarrilar.
Una lástima, ya que, si se lo propusiera, Hill podría ser una suerte de Nina Simone contemporánea , como demostró cuando se puso en pie y enderezó un poco su actuación a fuerza de recordar a los Fugees, picotear de «The Miseducation Of Lauryn Hill» y hacer suyas «Jammin» e «Is This Love?» de Bob Marley. Eso sí: lo de mandar callar al público cuando éste andaba levitando cantando el estribillo de «Killing Me Softly With His Song» estuvo pero que muy feo. Ay, las estrellas y su manía de actuar en contra del público. Menos mal que Damian Marley, digno heredero de su padre, espantó pronto la decepción arrancándose con una versión instrumental de «Concrete Jungle» y marcándose un eufórico y vibrante pase de dancehall y reggae que, ahora sí, transformó el Cruïlla en un rodillo de ritmo imparable.
El mismo camino siguieron Franz Ferdinand y Sparks , cuyo estreno conjunto en Barcelona podría haber acabado siendo un ovni entre tamaño derroche de pop negro, reggae y soul, pero que acabó rozando lo excelente gracias a una antológica revisión de ese disco que han grabado a medias. Estribillos poderosos, ritmo adhesivo e himnos como «Johnny Delusional», «Police Encounters» y «Collaborations Don't Work» -además de piezas de los dos grupos vestidas para la ocasión- servidos por unos músicos que no ocultaban que se lo estaban pasando en grande. Un broche electrizante para un festival que, a pesar del desliz de Lauryn Hill, fue una auténtica fiesta.