John Lydon: diarios de la mugre y la furia

El excantante de los Sex Pistols pasa revista a su biografía y ajusta cuentas en «La ira es energía»

John Lydon: diarios de la mugre y la furia abc

David Morán

Veamos: Malcolm McLaren , el astuto ideólogo que acompañó a los Sex Pistols a la fama, fue «un desastre». Un «cobarde». Un «pobre cabrón». Su pareja, la diseñadora Vivienne Westwood , «una arpía», «una dictadora absoluta». En dos minutos, la duración estándar de los mejores himnos deslenguados, John Lydon (Londres, 1956) ya le ha arreado a un par de mandobles a la historia del punk y ha conseguido que los focos iluminen, una vez más, ese perfil esculpido en granito que saluda desafiante desde la portada. Él, nos dice, es el punk. Así de simple.

«Vengo de la basura. Nací y crecí en un barrio muy pobre del norte de Londres, un lugar parecido a como te imaginas Rusia hoy en día», anuncia el excantante de los Sex Pistols y cerebro de PIL en unas jugosas memorias –las segundas tras «Rotten: No Irish, No Blacks, No Dogs»– que ahora publica en castellano la editorial Malpaso. No busquen falsa modestia –«hay que decir que he transformado la música dos veces en mi vida: una con Sex Pistols y otra con PIL», subraya– ni algo remotamente parecido a lo políticamente correcto. De hecho, si es verdad que, como reza ese título robado de la locuela «Rise», «La ira es energía», uno debería salir de aquí convertido en un reactor nuclear andante.

«La ira está en la raíz de mis canciones. A veces me da la sensación de que cuando compongo apenas tengo control sobre mí mismo. Si existen los ángeles de la guarda, el mío es un tío de cuidado», escribe Lydon en el prólogo de una autobiografía en la que, además de airear sus propios trapos sucios, pasa revista al punk, ilustra su metamorfosis de enclenque alfeñique afectado por una meningitis a azote del establishment británico, explora su transformación en Johnny Rotten y, en fin, ajusta cuentas con aquella época que él mismo regó con la gasolina de «Anarchy In The UK» y «God Save The Queen».

«La farsa que se montó alrededor de mí y de los Sex Pistols despertó al puñetero hijo de puta que llevo dentro», asegura un músico que lo mismo aprovecha para llorar una vez más a Sid Vicious y recuerda cómo Lemmy (Motörhead) le intentó enseñar a tocar el bajo que hinca la rodilla ante Pete Townshend («no le tengo más que profundo respeto») o azota sin compasión a compañeros de viaje y de quinta. No se libran ni los Clash de Joe Strummer –«tenían un punto de vista muy burgués, igual que su público»– ni Sham 69 –«bobos, estúpidos, se daban cabezazos contra la pared sólo para demostrar lo duros que eran»–. La mugre y la furia, campando a sus anchas por las páginas de unos diarios en los que Lydon se reivindica como detonador del punk.

Críticas de la prensa

Tampoco se muestra Lydon demasiado compasivo con la lucrativa gira de reunión que los Sex Pistols protagonizaron en 1996 bajo el nombre de, ejem, «Filthy Lucre Tour». «Cuando empezamos a ensayar nos dimos cuenta de que en realidad no nos gustábamos… otra vez», relata el cantante, quien, sin embargo, evita entrar a fondo en los asuntillos pecuniarios de aquella reunión y se entretiene afeándole a la prensa que le llamasen pesetero. «¿Cómo me puede acusar de algo semejante la industria del pop, que existe únicamente para hacer dinero? ¡Y nosotros teníamos la osadía de querer que nos pagaran por hacer nuestro trabajo!», se lamenta Lydon.

Alimentado por la gasolina de la ira pero también por el carburante de la fama y una creatividad que le llevó a romper moldes con PIL, pioneros a la hora de transformar el punk en post-punk , Lydon también deja espacio en «La ira es energía» para desmenuzar aspectos domésticos aparentemente nimios –ahí están, por ejemplo, sus nulas dotes culinarias o esa reconstrucción dental con implantes de titanio–, dar cuenta de su relación con Nora, su pareja desde hace ya varias décadas, o confesar que, pese a que llegó a probar la heroína, su rechazo a las drogas estaba más que razonado. «Fui testigo de lo que le ocurrió a Eric Clapton. Mi aversión no se funda en el miedo a lo desconocido, sino más bien en haber visto cómo terminaba otra gente», explica. «No utilizo la palabra legado porque todavía estoy vivo, pero hay que cuidar lo que hicimos los Pistols», anuncia un Lydon que, entre soflamas políticas y musicales, se erige en guardián de las esencias de los autores de «Never Mind The Bollocks». «No estoy dispuesto a tolerar que los Sex Pistols se conviertan en una basura», zanja. A ver quién es el guapo que se lo discute.

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