crítica OPERA
Una viuda muy alegre
Sagi deja a un lado la ñoñería, quita caspa al argumento con pulso firme en el empleo de la tijera

Demasiadas veces las operetas de Franz Lehár se convierten para los públicos latinos en un verdadero tostón. La liviandad de las tramas, el melodismo pastoso de la música, con el vals que repele de puro almíbar, y ese tono frívolo de alta sociedad, acaban por cansar en libretos con unos textos en los que sobra el noventa por cierto de los mismos.
El director de escena Emilio Sagi ha conseguido, muchas veces, dar la vuelta a obras mil y un veces revisitadas y, por así decirlo, refundarlas con nuevo ímpetu. Con esta revisión de «La viuda alegre» de Fran Lehár ha dado en la diana, consiguiendo un espectáculo brillante y luminoso, un remanso divertido que, sin renunciar a la atmósfera melancólica y decadente que la define, lleva al espectador a un ritmo frenético que conquistó plenamente al público en el apoteósico estreno de la obra en el teatro Arriaga de Bilbao.
Sagi deja a un lado la ñoñería, quita caspa al argumento con pulso firme en el empleo de la tijera y focaliza en los aciertos de la partitura el peso fuerte de la trama. Cuenta muy bien la historia de amor y la envuelve en la locura del cabaret. Le arropa un equipo excepcional: Daniel Bianco firma una escenografía deslumbrante y Renata Schussheim un vestuario glamuroso, exquisito. La operación de Sagi es toda una declaración de intenciones: transforma la opereta y la lleva al musical. Abre una nueva vía expresiva que, sin traicionar el origen, trasiega la obra a un nuevo género con otro tipo de exigencias dramatúrgicas y vocales.
Musicalmente Jordi López ofreció una versión que se adaptó perfectamente a la imagen bulliciosa que desborda el escenario, con un trabajo sólido y muy bien perfilado. El reparto de actores y cantantes también estuvo entregado, desde una soberbia Natalia Millán, pasando por Antonio Torres como conde Danilo –desde el punto de vista vocal, sin duda el más interesante de la velada-, o por la desenvoltura de Silvia Luchetti y Guido Balzaretti , el severo porte de José Manuel Díaz y el siempre apoteósico Enrique Viana . Todos sumaron una energía y una alegría impresionantes a esta «Viuda» tan ricamente asentada, ahora entre nosotros, en la fértil orilla del musical. Un nuevo acierto de Emilio Sagi en el tramo final de su responsabilidad como director artístico del teatro bilbaíno que cumple ahora ciento veinticinco años y que, bajo su tutela, ha vivido una de las etapas más brillantes de su ya larga historia.
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