Kraftwerk: ensalmo tecnológico en el Liceo
La banda alemana reinventa su leyenda con un vistoso espectáculo en 3D
Cambió el recinto, mucho más suntuoso que esa gigantesca caja de hormigón en la que se celebra el Sónar, pero la reinvención en tres dimensiones de Kraftwerk fue, en esencia, una experiencia muy parecida a lo que pudo verse hace dos años en el festival barcelonés. Esto es: un pedazo esencial de la historia de la música electrónica, piedra fundacional del techno y todo lo que vendría a continuación, remezclada por Ralf Hütter, único superviviente de la formación original. Una versión 2.0 de los pioneros alemanes servida entre espectaculares proyecciones que escapaban de la pantalla, flotaban sobre la platea y despertaban la admiración del público que anoche llenaba el teatro barcelonés.
Cambió el recinto, sí, y el Gran Teatro del Liceo mutó por una noche de coso operístico a fortín hipertecnológico y, según se mire, también a centro de arte contemporáneo. He aquí los alemanes, con todos su cables y década a cuestas, convertidos en pieza de museo y reavivando su leyenda gracias a algo tan aparentemente sencillo como unas gafas de cartoncillo. Un elemento insignificante pero indispensable para adentrarse en ese universo se números flotantes, satélites saliendo de órbita, geometrías variables e imaginería retrofuturista reanimada por obra y gracia del 3D.
Sin abandonar su hierática y característica formación de a cuatro y enfundados en esos trajes luminosos como de secundarios de Tron, los alemanes empezaron retorciendo consolas, sintetizadores y recuerdos con «Numbers», «Computer World» y «The Man Machine» y se embarcaron durante más de dos horas en una travesía de nostalgia sintética convenientemente actualizada por el aparato audiovisual.
Nuevos pellejos para viejas canciones que siguen explicando la prehistoria de la electrónica y enmarcado la historia de una banda ya sea persiguiendo el automóvil de «Autobahn», chapoteando en la colores chillones de «Radioactivity» o adentrándose en ese mareante «Electric Cafe», sigue sacando petróleo de sus fantasías mecánicas y su retórica tecnológica.
Interés renovado
Nada sustancialmente nuevo, es cierto, en ese universo de cortocircuitos, cables cruzados e idas y venidas a través de «The Model», «Neon Lights» o «Airwaves» que llevan habitando desde hace varias décadas, pero si algo consigue el ensalmo del 3D es renovar el interés y, sobre todo, realzar ese encanto trotón e hipnótico. No había más que ver al público jaleando la exhibición de ritmo de «Tour de France» o celebrando la aparición de los humanoides de «The Robots» para darse cuenta de que Kraftwerk siguen siendo un portento de fiabilidad.
Al final, puede que haya quien encuentre algo desfasadas la odas de romanticismo tecnológico de «Aéro Dynamik» o «Techno Pop» y sus eslóganes sintéticos, pero si algo ha conseguido la banda alemana -o, mejor dicho, lo que queda de ella- es haber pasado de imaginar el futuro desde su isla creativa de los setenta a reinventar su pasado sin renunciar a la esencia de trabajos como «Trans-Europe-Express», «The Man Machine» o «Computer World». El triunfo del hombre y también de la máquina.
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