Lady Gaga, elogio de la normalidad

La cantante se disfraza de diva convencional en su regreso a Barcelona, única parada española de su gira europea

Lady Gaga, elogio de la normalidad Kevin Mazur

david morán

A la tercera, dicen, va la vencida, pero cada nueva visita de Lady Gaga es un poco más desconcertante que la anterior. Así, mientras que sus dos anteriores actuaciones en la ciudad estuvieron marcadas por un punto de locura y disparate bastante entretenido, lo que pudo verse anoche fue una versión con recortes de aquellos conciertos. Vacas flacas para una artista que, instalada siempre en el filo del exceso, reapareció a Barcelona dispuesta a convertir el reciente «Artpop» en un suerte de bisagra entre el cabaret ligeramente disfuncional y el concierto de pop de masas de toda la vida. Rareza contra convencionalismo. Mucho pop, sí, pero arte, el justo.

Quizá por aquello de no llevarle la contraria a las flojas ventas de su tercer trabajo, el Palau Sant Jordi de Barcelona, única parada española de su gira europea, no se acabó de llenar y se veía un trecho de pista por llenar frente a ese gigantesco escenario coronado por un vistoso sistema de pasarelas que se abrían paso a través del público. Fue ahí donde la estadounidense empezó a construir su nuevo hábitat vestida como de tarántula y rodeada de un cuerpo de baile que parecía salido de una secuela de «Mad Max» y también desde donde empezó a despedirse de su pasado para ondear la bandera de «Artpop».

Acompañada por una banda de cinco músicos que realzaba el perfil eléctrico de todo aquello tocaba, Lady Gaga se explayó con «G.U.Y» y «Donatella» y a la altura de «Venus», con su base juguetona y sus bailarinas fosforescentes, ya había convertido el recinto en una inofensiva zona de recreo regada de confeti y decorada con unas gigantescas flores de cartón piedra. Poca cosa, la verdad, para alguien que había hecho de la provocación su razón de ser y que se transforma ahora en un suerte de gurú pop, lanzando mensajes de autoafirmación y convenciendo a sus fans de las infinitas posibilidades de la vida.

Así, cada vez más cerca de un estrellato pop homologable, la estadounidense se lanzó al público mientras la banda vestía «Manicure» de rock grueso, revolucionó los biorritmos de la noche soltando del tirón «Just Dance», «Poker Face» y «Telephone», se exhibió con voz y piano en «Dope» y se emocionó leyendo un mensaje de un fan, al que invitó a subir al escenario para cantarle el «What’s Up»? de Four Non Blondes. Momentos emotivos y de celebración comunal que, sin embargo, mandaron a paseo el ritmo de un concierto que ya había llegado a su ecuador a trompicones.

«Olvidaros de eso»

«Sé que mañana pasa algo político aquí, pero olvidaros de eso esta noche», dijo la cantante mientras, sentada al piano, pasaba el rato acariciando «Born This Way» y se preparaba para intentar enderezar el rumbo de la noche con «Judas», una peluca verde y un tanga de cuero. «Sexxx Dreams», con sus calambrazos eléctricos de alto octonaje, retomó la senda de «Artpop» y abrió de par en par las puertas al modesto cabaret sintético de «Mary Jane Holland» -unas cuantas sillas en escena y poco más-, prueba más o menos definitiva de que la imaginación de Lady Gaga -o, quién sabe, puede que su presupuesto- ya no es la que era. Con «Alejandro» se volvió a disfrazar de diva convencional, un papel que interpretó de memoria disfrazada de Cher en «Bang Bang» (My Baby Shot Me Down) y que ya no abandonaría ni en «Bad Romance» -cambio de modelito a vista de todos incluido- ni en la final y definitiva «Gipsy». La normalidad, en efecto, era esto.

Lady Gaga, elogio de la normalidad

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