Morrisey: el hermoso monstruo
El polémico excantante de The Smiths presentó en Madrid su nuevo disco con lleno absoluto
A Morrissey hay mucha gente que no le soporta. Normal, dadas las continuas polémicas, dislates y excesos ligados al excantante de The Smiths, quien no ha tenido reparos en declarar públicamente, entre otras barrabasadas, que «los chinos son una subespecie» o que la música techno «es el refugio de los deficientes mentales». Y pese a ello, el Palacio de los Deportes de Madrid se encontraba ayer lleno hasta la bandera, con todas las entradas vendidas desde hace días.
No importa lo que diga o haga, porque hasta sus detractores desembolsaron los más de 50 euros por la curiosidad de verlo en directo. Y allí estaban todos, los que le adoran como uno de los cantantes y compositores pop vivos más brillantes del siglo XX, y quienes le desprecian por su excesivo ego, su insoportable narcisismo, su incontenible odio hacia todo y, sobre todo, por no haber conseguido alcanzar nunca en solitario el nivel de su antigua y celebérrima banda. Dos mundos apasionadamente divididos, que se fundieron en uno en cuanto sonaron las primeras notas de «The Queen Is Dead», con dos gigantescas pantallas en las que podía verse a la Reina de Inglaterra haciendo una peineta. El bueno de «Moz» disparaba rápido su primer dardo. Y solo hicieron falta esos segundos y los primeros compases de la canción que parió junto a Johnny Marr en 1986, para comprobar la pasión que todavía despierta la banda de Manchester. Su legado continúa inmarcesible treinta años después, a pesar de que, en vida, jamás consiguieran grandes éxitos ni ventas millonarias.
Pero Morrissey, aunque duela en prendas decirlo, ha conseguido ser algo más que The Smiths (al igual que The Smiths no hubieran sido lo mismo sin él). Fue fácil comprobarlo ayer con todo el auditorio gritando y cantándole al techo «I´m Throwing My Arms Around París» o «I Have Killed Me», éxitos ambos de sus diez discos en solitario. Se le odia y se le ama a partes iguales, pero una cosa no puede negársele: su peculiar y dulce voz, junto a sus delirantes y corrosivas letras, han marcado a más de una generación desde principios de los 80, haciendo que sus conciertos no sean un espectáculo cualquiera.
En el de anoche apareció el «jefe», como fue presentado por uno de sus músicos, con una camisa roja y parapetado por una banda uniformada con una especie de equipación de fútbol en la que podía leerse «Mad in Madrid». Nada que ver con las que tres días antes les había hecho ponerse a sus secuaces, con un gran «Fuck Harvest» dedicado al sello que ha editado su último trabajo, «World Peace Is None Of Your Business», del que ha sido despedido tras sus quejas ante la mala promoción. Pero Morrissey nunca abandona ni su exceso de verborrea, ni sus críticas. Ayer no iba a ser una excepción. Sonaron «The Bullfighter Dies», su excesivo alegato antitaurino con ese aire pseudo-español; la genial «Everyday Is Like Sunday», que el público coreó con entusiasmo con una imagen de Kate Middleton y el Príncipe Guillermo sobre un letrero que decía «United Kingdom Dumb»; o las desagradables imágenes de un matadero a pleno rendimiento, mientras sacaba a pasear su condición de vegetariano radical, con una versión de la mítica canción de The Smiths, «Meat Is Murder», donde cantó eso de «la carne que fríes tan caprichosamente/ no es suculenta, sabrosa o agradable/ es la muerte sin razón/ y la muerte sin razón es asesinato». Así es él.
Llevábamos cinco años esperándole y la noche se hizo corta, pero acabó de la mejor manera posible, con un guiño, de nuevo, a su antigua banda. Primero con la preciosa «Asleep», con ese piano sobre el que sobrevuela la voz de Morrissey, y después con «How Soon Is Now?», en la que nos jura y perjura que él también «es humano y necesita ser amado». ¿Quién lo iba a decir? «Cuando escucho a alguien decir que soy un poco excesivo (lo que es una manera amable de decir que eres “insoportable”), entiendo por qué lo piensan. Yo me digo a mi mismo que, es cierto. Si no lo fuera, no me iluminarían los focos», escribe en su polémica autobiografía. Ahí es nada. Genio y figura.
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