LITERATURA

Jesús Maeso: «El olivo es el nexo de unión de los pueblos mediterráneos»

Jesús Maeso de la Torre, en 'Oleum, el aceite de los dioses' tiende un puente entre Jerusalén, Roma, Córdoba y Alejandría con el aceite como protagonista

El novelista Jesús Maeso. Antonio Vázquez

Andrés G. Latorre

Que Jesús Maeso de la Torre (Úbeda, 1949) publique una nueva novela es una triple buena noticia. En primer lugar, porque el autor invita a quien le hace la entrevista a un generoso desayuno; en segundo, porque éste motiva una larga charla con un novelista culto y afable que es gran conversador de lo grave, lo ligero, lo humano y lo divino; y en tercero, y que termina justificando las otras dos razones, porque ofrece al gran público la posibilidad de disfrutar de una joya del que está considerado (pese a que él rechace el término) como uno de los mejores novelistas históricos en lengua castellana. En su última obra, ‘Oleum, el aceite de los dioses’ (HarperCollins) hace un recorrido por el mundo del Mediterráneo del Siglo I, unido por la espada de Roma, el idioma de los griegos y, sobre todo, por la magia del aceite

La primera pregunta es obligada, ¿cómo le ha afectado la crisis del coronavirus?

Como lector, estupendamente. Antes podía leer un libro al mes y en este tiempo he leído una media de nueve. Y como escritor, he podido aprovechar tanto el tiempo que casi he terminado una continuación de ‘ Comanche ’. Eso sí, como padre de ‘Oleum’, hemos tenido más contratiempos, porque el libro iba a salir a finales de marzo, con su promoción por distintos lugares de España, y al final se ha publicado casi en junio.

¿Tiene una dificultad extra el que haya tantos personajes distintos (algunos reales y otros ficticios) en distintas civilizaciones y con modos tan dispares de entender el mundo en ‘Oleum’?

Requiere un trabajo extra de arqueología histórica. Es verdad que la documentación de Roma, una de las etapas del protagonista, la tenía ya trabajada de otras dos novelas ( ‘Las lágrimas de Julio César’ y ‘El auriga de Hispania’) pero el resto ha sido apasionante, como si siguiera el camino del protagonista, que evoca el viaje de ‘Jasón y los argonautas’. De ahí que en un momento, adopte ese nombre, Jasón de Séforis.

Llama la atención que el personaje sea un levita de la Jerusalén que conoció Jesús de Nazaret, ¿por qué se decidió a utilizar este contexto?

Porque me resultaba muy estimulante el emplear estos lugares y personajes como Pilatos, Caifás o San Pablo fuera del contexto católico tradicional. Aunque en la novela hay mucho de los primeros cristianismos y de cómo adaptan el mensaje de un profeta que nunca pensó en los gentiles.

Aparecen Jerusalén, Roma, Córdoba, Alejandría... y como nexo de unión, además del protagonista, el aceite.

Es que el aceite tenía una carga simbólica y una utilidad práctica tremendas en la época. Con el aceite se iluminaban las casas, se honraba a la divinidad, se curaban heridas, se ungía a los muertos. Y, por supuesto, se alimentaba a la población. El aceite era tan importante en el Mediterráneo que el olivo era signo común para los judíos y para los romanos.

¿Cómo es posible que el personaje, siendo esclavo, pueda tener esa buena posición con sus amos romanos?

Porque el aceite era ya un gran negocio en Roma. La Bética era una de las regiones más apreciadas del imperio precisamente por su capacidad para hacer rico a quien pudiera aprovechar su capacidad de producción. Nuestro protagonista era en Jerusalén Ezra ben Fazael Eleazar un oleario, un experto en el manejo el aceite para hacer perfumes, antídotos y ungüentos. En la Bética, con el nombre de Jasón de Séforis, se pide de él que consiga que los olivos de la familia Annea den aceite de calidad y abundante. Y respondiendo a su pregunta, los romanos apreciaban el talento viniera de donde viniera. Si un esclavo era culto, se aprovechaba esa capacidad y, si hacía méritos, podía terminar siendo un liberto. Romanos inmortales como Horacio o Plauto fueron esclavos.

«La Bética era una de las regiones más apreciadas del Imperio porque su aceite enriquecía a quienes podían gestionarlo»

Vuelve a recurrir en la novela a su particular técnica de introducir las acotaciones en la propia narración, prescindiendo de los pies de página.

Es algo de lo que a veces he tenido que convencer a algún editor. Prefiero sacrificar un poco de la pulcritud del discurso para que el lector entienda un término o pueda apreciar una curiosidad sin necesidad de romper la lectura con los pies de página. Y sin remitirles a glosarios al final, que creo que son un castigo cuando se sigue con interés un libro.

¿Qué descubrirán los lectores de ‘Oleum, el aceite de los dioses’?

Por encima de las curiosidades (como que Jesús era un fariseo y que éstos eran, por así decirlo, los más puros frente a los corrompidos saduceos, que ostentaban el poder), que el Mediterráneo en aquella época estaba más conectado de lo que pensamos y que la mayor parte de la población, incluidos los romanos, se entendían entre ellos en un griego coloquial, el koiné.

En este libro Cádiz, Gades, tiene un papel más discreto que en sus anteriores novelas.

Sí, es cierto, aparece sólo en unas cuantas referencias, en especial a los marineros y, sobre todo, a su puerto. Sí quiero reivindicar que era el principal punto de partida de las ánforas de aceite a todo el imperio; a veces, pensamos que de Gades sólo salía garum.

Me decía al principio que su próxima novela será una segunda parte de ‘Comanche’.

Más que una segunda parte, es una continuación de la historia de los dragones del rey en la remota Alaska. Pero le corrijo, no será ésta la próxima, sino una novela sobre Teodora, la mujer de Justiniano. Se llamará ‘La crisálida’ y narra la historia de una mujer fascinante que llegó a ser tremendamente poderosa partiendo de unos orígenes muy humildes. Un ejemplo perfecto de feminismo en el siglo V.

Precisamente en ‘Oleum’ hace usted una reivindicación de dos mujeres. Una, la madre de Séneca, Helvia Albina, y la otra, Salomé, hijastra de Herodes.

Helvia Albina fue una mujer ejemplar que, como lamentó su hijo en ‘Consolación a Helvia’, no pudo estudiar filosofía porque se negó su marido, pese a su demostrada inteligencia. Y Salomé ha sido señalada durante siglos como la responsable de que decapitaran a Juan, ‘el Bautista’, pese a que, como ella misma lamenta en la novela, a las mujeres en aquella sociedad no se las tenía en ninguna consideración.

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