He venido a Magaluf a hablar de mi libro
Durante tres días, el Festival de Literatura Expandida reunió decenas de escritores y artistas en una localidad que representa todo lo contrario, y que los organizadores quieren resignificar más allá del sol y la playa y el alcohol

Piénsenlo así: este jueves, decenas de escritores y escritoras de muy distintas partes han llegado a casa y han dicho: cariño, me voy a Magaluf a hablar de mi libro. Y como en las mejores excusas, no mentían.
Así que aquí estamos, en un hotelazo, el INNSiDE Calviá Beach (los anglicismos los perdona la geografía), que alberga a algunas de las más afamadas plumas de la literatura actual y a un montón de gente que viene a la piscina, una piscina inverosímil y desmesurada que une dos torres de habitaciones. Un arco del triunfo (del turismo).
«Yo vengo de vacaciones, pero me pasaré por el festival, aunque sea a por una cerveza», dice un hombre despistado y en bermudas. ¿No empiezan así todas las grandes historias?
«Siempre me invitan a cosas como esta», confiesa Chuck Palahniuk, autor de 'El club de la lucha' y un largo y riquísimo etcétera.
La idea es una marcianada, pero en la Tierra, esto es, en Mallorca. Es el fruto de un matrimonio extraño entre una cadena hotelera, Meliá, y una librería de barrio, la Rata Corner de Palma, célebre por su imaginación. El objetivo del romance es resignificar Magaluf, o algo así, y el resultado es un contraste que no imaginó ni Dickens. Se llama Festival de Literatura Expandida. Dura tres días. Vienen más de seis mil personas. Hace sol.
En la entrada del hotel hay un puesto que vende libros hasta altas horas de la noche. También una mesa para las firmas y una cama doble, porque nunca se sabe. Es viernes, y mientras Laura Sam rapea y/o recita («aunque parezca triste / hay una luz que se resiste / necesito ver el vuelo de los pájaros») centenares de jóvenes caminan buscando algo, tal vez el fuego.
Los letreros de neón dibujan una ciudad imposible. Sin cambiar de calle (Avinguda de l'Olivera) te tropiezas con el Coco Bongos, el Victory's, el Jokers Club y el Showgirls (no es broma). Hay otro que se llama Moon (siempre hay un Moon) y la oferta gastronómica no se queda atrás. En un palmo tienes un McDonald's y un Burger King y un KFC. Pero sobre todo tienes el Ding Dong Kebab. ¿Cómo no entrar? Luego doblas la esquina y, por lo que sea, te encuentras una cruz roja: The British Surgery.
Los taxistas saludan en inglés, las gaviotas beben agua de las piscinas y el alcohol aún es barato (el mundo está lejísimos, la inflación también). Es un poco como Las Vegas, pero en el Mediterráneo. Y aquí lo que te juegas es una resaca. Es decir, la vida. O peor: la dignidad.
Este es el sitio en el que Miquel Ferrer, de Rata Corner, vislumbró un festival literario, como si el vislumbrar fuera un deporte, una apuesta, un reto (es imposible no pensar en un hipotético 'sujétame el cubata, lo tengo, libros en Magaluf').
El año pasado se celebró la primera edición del sarao, que tenía como estrella invitada a Irvine Welsh ('Trainspotting' y tantas otras novelas). El hombre, por lo visto, acabó enamorado de la piscina. «Estoy como en mi luna de miel», dicen que dijo, en plena epifanía. Este año han traído a muchas más figuras. A Caitlin Moran ('Cómo ser mujer'), a Elif Batuman (finalista del Pulitzter con 'La idiota'), a Palahniuk. «Yo escribo porque tengo que ir a una fiesta al menos una vez a la semana», soltó este ante el público. Al fin todo tenía sentido. Al fin.
«¿Dónde íbamos a estar mejor que en Magaluf? Queríamos salirnos del contexto, explotar este lugar, que está lleno de contradicciones, de mala fama… En Magaluf hay mucho más que Punta Ballena [epicentro del desenfreno, no se lo pierdan]. Aquí viven cinco mil personas todo el año. Queríamos mostrar eso, recuperar zonas que solo eran turísticas. Ahora mismo hay más mallorquines en Magaluf», aseguraba Ferrer.
(Un dato nada baladí: con la misma pulserita que abrías la habitación tenías barra libre cerveza).
Todo fue muy raro, muy genial, muy a la vez. Una mujer contaba sus intensidades: «Reconozco que tengo fantasmas». Al lado, un niño devoraba baos de pato. En el pasillo, una limpiadora tarareaba a Bad Bunny. En el escenario, Elif Batuman charlaba con Gloria de Castro sobre la decolonización y la liberación sexual femenina. Y en alguna parte alguien agonizaba y pedía un agua mineral sin gas. De esto último no hay pruebas pero tampoco dudas.
A la que te despistabas aparecía Jorge Martí (de La habitación roja) y se marcaba un concierto en acústico. Era bonito. Hacía calor. Mirabas arriba y ahí estaba la piscina, transparente, enorme, icónica, infinita. Y abajo las colas larguísimas para conseguir una firma.
A Ray Loriga se le veía contento, en su salsa (la cerveza, el cigarro): «He estado en sitios muy exóticos para la literatura a lo largo de mi vida. He estado en una feria de libros en Miami, que tampoco es… Ahí, con Ricky Martin y la pandilla. Y vengo de Costa Rica, de hablar de libros en el Caribe. No es la primera vez que me suceden cosas extrañas». Y a reír.
Más nombres que pasaron por Magaluf: Marta Sanz, Elvira Sastre, Meryem El Mehdati, Daniel López Valle, Anna Freixas, Flavita Banana, Eugenia Tenenbaum, Carlos del Amor, Abraham Boba…
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Hubo quien no salió del hotel: error. En la contradicción estaba la gracia, el encanto, el sentido. Por la noche ibas por ahí y solo veías posibles crónicas de sucesos. O un documental de Netflix. O una novela negra que terminaría presentándose en el festival, cerrando un círculo perfecto y vicioso.
Por el día, en cambio, la calle era un festival de chanclas y calcetines y bañadores y bikinis. Era otoño, pero también verano: veroño. La playa estaba más concurrida que la presentación de Chuck Palahniuk, en la que no cabía un alfiler. Quizás esto signifique algo. O quizás es solo que en Magaluf la vacación se resiste a morir.
«¡Y yo también!», se le escuchó a Loriga.