Cuarentena literaria

Novelas de amor, sencillas y tiernas para hacer frente al coronavirus

Sin tragedia no hay historia y sin amor no hay adolescencia: los mejores textos para atrapar a los jóvenes en la lectura

Fotograma de la saga «Crepúsculo», basada en las novelas de Stephanie Meyer ABC

Fernando Iwasaki

Cuando Shakespeare decidió que Julieta estuviera a punto de cumplir catorce años y que Romeo apenas pasara de los dieciséis, coronó el pastel de las historias de amor con una cereza imprescindible: la juventud de los enamorados trágicos . Desde entonces el postre ha cambiado muchas veces -helado, bizcocho, merengue o bavaroise- pero la cereza siempre ha sido la misma: los enamorados trágicos deben ser jóvenes. ¿Y por qué trágicos? Porque sin tragedia no hay historia .

Por eso Shakespeare añadió un elemento más: la muerte. Si Romeo y Julieta no hubieran muerto, la suya habría sido una aventura calentorra como tantas, pero la muerte perfumó de erotismo aquel amor no consumado y así -desde 1597- la historia de los jóvenes enamorados trágicos no ha dejado de reescribirse.

De niño descubrí un libro maravilloso en la biblioteca de mi colegio: El amor de los dioses y de los héroes (1961) del barcelonés Noel Clarasó . Ahí descubrí muchas leyendas que releídas años más tarde intuí materias primas de Romeo y Julieta, como la historia de Faón y Safo y sobre todo el mito de Hero y Leandro , ambos presentes en las Heroidas de Ovidio . Shakespeare conocía muy bien la obra de Ovidio, como lo demuestra que la protagonista de Mucho ruido y pocas nueces también se llamara Hero, por no hablar del poema Hero y Leandro de su contemporáneo Christopher Marlowe . Por lo tanto, el núcleo de la célula madre del amor en la literatura -Romeo y Julieta- tiene un genoma grecolatino.

Todas las novelas de amor forman parte de una tradición en cuyo extremo más remoto palpitan Shakespeare y los mitos griegos. A veces los amantes son trágicos porque ella está casada ( Madame Bovary , Ana Karenina , El primo Basilio o La Regenta ) y en otras porque el tiempo y las adversidades los separan ( El amor en los tiempos del cólera ). Más original, Stendhal creó un personaje cuyo problema era que amaba demasiado ( La Cartuja de Parma ) y Stefan Zweig escribió sobre amar cuando ya es demasiado tarde ( Viaje al pasado ).

Por eso las novelas de amor que hechizan a los adolescentes también se basan en clásicos, aunque los enamorados sean trágicos porque ella sea normalita y él más bien vampiro, porque la escritora Stephenie Meyer ha reconocido que cada uno de los volúmenes de su saga «Crepúsculo» se inspiraron en un clásico. A saber, Orgullo y prejuicio (Crepúsculo), Romeo y Julieta (Luna Nueva), Cumbres Borrascosas ( Eclipse ) y La Tempestad (Amanecer), lo que nos permite añadir a Jane Austen y Emily Bront ë entra las autoras clásicas del amor en la literatura, al igual que Edith Wharton, Charlotte Brontë, Katherine Mansfield y muchas otras, genuinas creadoras de un acervo literario sentimental del que se han nutrido miles de autores de un género que además de lectores tiene militantes que reseñan, recomiendan, crean webs y pregonan a los cuatro vientos la aparición de novedades.

Sólo una cosa me extraña: como el concepto de juventud se expande tal como aumenta la expectativa de vida, las novelas románticas comienzan a ser invadidas por protagonistas en base 4 que pronto convertirán la cereza en una pasa. Pero como ya expliqué antes, el género da para pasteles, tartas, galletas, helados, merengues y bizcochos con escasa o mucha miel, almíbar, cremas, gelatinas y chocolate, porque lo importante es leer, disfrutar y fantasear como habría hecho Emma Bovary si hubiera tenido Tinder .

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación