Ensayo

Francisco Robles: «Para el friki de la sillita de los chinos la Semana Santa es una cabalgata»

El escritor y columnista de ABC publica «Frikis de capirote», continuación de su aclamado «Tontos de capirote», que también se reedita

Francisco Robles junto a las Setas de la Encarnación J. M. Serrano

Jesús Morillo

En 1998, Francisco Robles era un profesor de instituto que acaba de debutar editorialmente con «Tontos de capirote» , un libro que le granjeó el éxito por una refrescante aproximación literaria a la Semana Santa , en la que recuperaba ese reírse con la fiesta tan sevillano y que tiene sus antecedentes en Antonio Núñez de Herrera o el propio Antonio Burgos .

En julio de aquel año este escritor sevillano se asomó con motivo de ese libro por primera vez a las páginas de ABC de Sevilla y veintidós años después es una de las firmas de este periódico , con una carrera literaria en la que se ha llevado premios como el Ateneo de Sevilla de novela. Ahora publica «Frikis de capirote» , junto al rescate de «Tontos de capirote» , en la editorial El Paseo , en el que da cuenta de una evolución de la fiesta marcada, sobre todo, por la aparición de las redes sociales .

¿Por qué ha tardado más de veinte años en publicar la continuación?

Porque no quería encasillarme en ser un escritor de Semana Santa y exprimir un limón que era muy ácido pero que si se exprimía mucho se podía convertir en algo pesado y «jartible».

Mantiene que el teléfono móvil ha convertido al tonto en friki de capirote. ¿La diferencia entre ambos es que el primero disfrutaba en la intimidad de la Semana Santa y el segundo lo proclama en Instagram?

La Semana Santa es un reflejo de la sociedad de cada momento y por eso pervive. Vivimos en una sociedad mucho más exhibicionista que la de finales del siglo pasado. La gente se exhibe en internet, donde muestra cosas que antes no enseñaba ni a los amigos. Por ejemplo, su domicilio, su casa, sus aficiones, lo que come...

Y eso en una ciudad casi nadie invita a su casa y se vive en la calle.

El sevillano no invita a nadie a su casa y ahora la exhibe en internet. Y con la Semana Santa ha pasado lo mismo. Antes estaba el tonto de las vivencias, que iba contándolas, pero ahora ya no hace falta, la pone en un «selfie». Te haces un «selfie», lo subes a las redes y todo el mundo se entera de lo que ha hecho ese individuo que ya no es un tonto, sino un friki porque es un exhibicionista.

«Las redes han hecho que un individuo no sea un tonto de capirote, sino un friki, porque es un exhibicionista»

¿El friki del «selfie» es quizás el caso más extremo?

Es uno de los más extremos y el más exhibicionista. En la Semana Santa la mayoría de los protagonistas van tapados. El nazareno, el costalero… los rostros se ocultan para que resplandezca la fiesta. El friki es justo lo contrario. No solo va a cara descubierta, sino que se hace una foto y se erige en el protagonista. Porque no hace una foto de la fiesta sino que se hace la foto de sí mismo y la fiesta es el escenario.

¿Otro friki extremo puede ser el de la sillita de los chinos?

Ese friki encarna la nueva manera de ver y vivir la Semana Santa, que ha pasado de ser una devoción a una afición.

Usted mantiene que para este friki la Semana Santa tiene más de cabalgata que de procesión.

Para el friki de la sillita de los chinos la Semana Santa es una cabalgata, en la que está atento a los aspectos externos de la fiesta: la música, el espectáculo, las chicotás de diseño, la coreografía cofradiera… y a la vez está con la radio como el que está escuchando carrusel deportivo, en este caso carrusel cofradiero. Todo eso conforma una forma de mirar que tiene más que ver con la afición, con el espectáculo que con una fiesta en la que se conjuga lo íntimo con lo exterior, que ha sido siempre la Semana Santa.

¿Las redes sociales han terminado de espectacularizar esta fiesta?

Las redes sociales están fagocitando la Semana Santa. De hecho, en una fotografía de hace veinticinco años ves a los tontos de capirote viendo la cofradía y hay unos cuantos que hacen fotos. Ves una de ahora y están casi todos haciendo fotos con el móvil y hay unos cuantos que están viendo la fiesta. Se han invertido los términos.

«Hace casi veinticinco años no era tan fácil como ahora reírse con la Semana Santa, que no de la Semana Santa»

En uno de los capítulos finales retrata a unos padres que van a comprar una talla de una virgen para que la vistan sus hijos. Como diría Paco Gandía, ¿eso es verídico?

Eso es real. Hay padres que van a determinados comercios sevillanos a comprarles a los niños «vírgenes de 70», que ese es su nombre, que los niños van a utilizar para vestirlas, ponerle su coronita, ponerlas en besamanos…

Los dos volúmenes de la serie editados recientemente por El Paseo ABC

Futuros priostes…

Futuros priostes o vestidores, que desde chiquititos están siendo educando en eso, lo que te da una idea que la Semana Santa se convierte en el caso de los niños y de los mayores en un juego, en algo que sirve para llenar el ocio. Vivimos en la sociedad del ocio y la Semana Santa forma parte de él.

¿Y donde queda la devoción?

Queda en una parte que, afortunadamente y por ahora, sigue siendo sustancial, que vive la Semana Santa con sus sentimientos, cada uno de forma libre, relacionados con la fe, la religiosidad, las costumbres, con la familia, la memoria propia y colectiva, los amigos… Pero al lado de eso y en muchos casos por encima de eso están el ocio, la afición, el espectáculo, matar el tiempo, la exhibición… Ahora esos mundos están en paralelo, pero la tendencia es que el mundo de la afición supere al mundo de la devoción.

Junto a estos frikis recupera «Tontos de capirote», ¿cómo lo ve más de dos décadas después?

Lo que me dicen es que siguen vigentes. El tonto de capirote ha cristalizado en el rancio, que vive la ciudad, sis ritos, sus tiempos... es elegante, discreto y se ríe de sí mismo por lo bajini. El friki es distinto. Es un exhibicionista, le gusta el ruido, la cámara, presumir...

«El capillita es más abierto, generoso y tolerante de lo que creen los rancios de la modernidad»

En aquel libro recuperó ese reírse hasta de su sombra ¿Ahí reside su carácter pionero y pervivencia?

Por lo que gente con criterio me dice, ahí había un vacío. Hace casi veinticinco años no era tan fácil como ahora reírse con la Semana Santa, que no de la Semana Santa. Ese punto de vista humorístico fue una aportación, porque entonces lo que se escribía había caído en un automatismo de tal calibre que siempre era lo mismo y se obviaba lo que pasaba en la calle, donde parecía que todo el mundo estaba rezando, cuando en realidad todo el mundo iba a su obsesión y a su neurosis, y había uno contando nazarenos, otro con las chicotás...

Y marcó el inicio de una manera de abordar la Semana Santa que otros, con mayor o menor fortuna, han seguido hasta la actualidad.

Fue una apuesta arriesgada, la gente podría habérselo tomado mal, pero se lo tomó muy bien, porque el capillita es más abierto, más generoso y tolerante de lo que creen los rancios de la modernidad, que también existen. Tendré que escribir algún día un libro sobre los rancios de la modernidad, porque los modernitos en Sevilla son tremendamente rancios. Hacía falta esa renovación, reírnos de nosotros y poner las cosas en su sitio.

Recuerdo de aquel libro la estampa de esa madre que iba con su plástico a ponerse detrás del Gran Poder para protegerse de la cera de los cirios, una imagen que, afortunadamente, ha pasado a la historia.

En estos veinticinco años la Semana Santa ha cambiado mucho. La incorporación de la mujer ha sido uno de esos cambios silenciosos que sirven para adaptar la fiesta a la actualidad. Cuando publiqué el libro todavía había algunos capillitas antiguos que decían que las mujeres en la Semana Santa tenían tres misiones: planchar túnicas, hacer torrijas y parir nazarenos. Eso hoy es imposible que la gente lo mantenga. Ha sido uno de los grandes cambios de la Semana Santa.

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