Novedad editorial
Díaz Conde: «Soy el mismo joven de hace treinta años que sacrificó mucho por un poco de magia»
El escritor ha publicado su nueva novela, «La locura de la señora Bale» (Algaida)
Edmundo Díaz Conde (Orense, 1966) vuelve a dar otra vuelta de tuerca a su ya extensa producción narrativa con una nueva novela, «La locura de la señora Bale» (Algaida), una historia de mucha pasión e intriga, salpicada con elementos paranormales, que se ambienta en el Londres victoriano.
En esta nueva novela nos transporta al Londres de mediados del XIX, pero la ciudad no es un mero escenario sino algo más, ¿no es así?
El Londres victoriano fue la primera gran urbe moderna. Me interesaba que ese Londres gótico, fílmico, de pesadilla, vibrase al compás de las emociones de mis criaturas. En una novela romántica al uso, la ciudad se habría puesto a los pies de los amantes, en una novela histórica al uso, sería víctima de descripciones profesorales, y en un thriller… pero, ay, cómo me aburren las novelas románticas y las históricas y los thrillers. No hay lectores bastantes para el número de thrillers que se escriben. Y, no obstante, confieso que escribí este libro para que conmoviera a lectores ávidos de historias intensas; pero también para combatir en su propio terreno, con sus mismas armas, a los thrillers elementales que pueblan nuestro mercado y me desesperan.
Ha plasmado una historia de suspense donde nada es lo que parece y en la que el lector tendrá que poner mucho de su parte para tratar de averiguar qué le sucedió a Rebecca Peabody.
«La locura de la señora Bale», diría, es una historia de emociones, un cuento de personajes zarandeados por sus miedos y su fe, sus ternuras y miserias. El punto de vista narrativo es lo que puede y debe orientar la curiosidad del lector con ganas de juego; pero la intriga es la espina dorsal. En nuestra sociedad adolescente y desmemoriada, la intriga se erige en la princesa de todo cuento. Nos rendimos a ella. Aun así, lo que salpica de sangre una buena historia es el corazón de sus personajes.
Importancia de la pasión
La pasión vuelve a ser un elemento vital en esta nueva novela suya, algo que ya viene tratando desde hace muchos años en cada una de sus obras. Incluso en un pasaje un personaje se pregunta que «qué es una mujer apasionada más que un pedazo de espíritu que se modela con lágrimas y con sangre».
La vida, me parece, exige pasión, inconsciencia, mentiras, egoísmo, determinación… Eso gusta a la vida, que no se mueve limitada por cargas morales. Creo que la tensión que se establece entre lo que la vida quiere y los hombres buscan desemboca, trabajosamente, en juegos mentales como la ciencia, el arte, la moral o el erotismo.
¿Piensa que esta es una novela de personajes? Hábleme un poco de la relación que se establece entre Rebecca y Ashley Bale.
A mediados del siglo XIX, Rebecca Peabody y Ashley Bale, según la narradora, son un matrimonio de clase alta, con luces y sombras que iremos descubriendo. Una noche, después de una disputa familiar, Rebecca fallece en circunstancias inquietantes, no sin antes hacerle jurar a su esposo que, si por azar, ella muere antes, él intentará contactar con su espíritu. A partir de aquí, Ashley, fiel a su juramento, publica en el Times un anuncio prometiendo una gran recompensa al primer médium que logre comunicarse con el espíritu de ella. Entre otras, desde luego, prevalece la duda de si Rebecca se suicidó o fue asesinada aquella noche funesta.
En el libro abundan los diálogos más que las partes narradas. ¿Qué es lo que ha buscado con este recurso?
Como tú bien sabes, en las novelas no todo es muy deliberado. Además, yo sigo siendo un lector enfermizo de teatro. Para hacerle justicia al asunto, no creo que haya grandes narradores que no sean grandes dialoguistas; como no creo que haya grandes narradores que no sean humoristas. Y cuando asisto a los diálogos embrutecedores, vocingleros y tediosos de la mayor parte de las películas y series españolas actuales, más aún recurro al teatro, también al nuestro.
Publicación antes del estado de alarma
¿Cómo lleva el hecho de haber publicado esta novela justo antes de que se decretara el estado de alarma en toda España?
Con una especie de aturdido asombro. Y con las lamentaciones indispensables. Y con verdadera aversión hacia las frases hechas y los trending topics del tipo: «Guarden los abrazos que no pueden dar». Por otro lado, con urticaria ante la sensibilidad almibarada de las cámaras y los presentadores de las televisiones.
El elemento paranormal también tiene un papel destacado en esta historia, ¿por qué?
Porque Londres no era sólo la capital en donde muchos depositaban su esperanza de industrialización y progreso; era la capital de los trances pos-mortem, la sociedad que creía en el mundo de los espíritus y en los veladores sordomudos. He aquí la contradicción. Y hay otra razón o anécdota. Cuando el gran Houdini, el escapista de renombre internacional, sufrió la muerte de su madre en 1913, anunció una recompensa pública al médium que contactase con su espíritu. Esa anécdota me puso en acción.
Después de tantos años dedicados a la literatura y de ganar importantes premios como el Ateneo de Sevilla, ¿qué es lo que más le motiva a la hora de seguir dedicándote a la escritura? ¿Alguna vez se has planteado ser escritor a tiempo completo?
Tus dos preguntas me inquietan. En cuanto a la segunda, ¿es que no soy eso que dices, a tiempo completo?: Pero si hasta sufro pesadillas con manuscritos inéditos… Ciertas noches, como todo profesional sobrepasado por su oficio, tomo notas a oscuras, y por la calle, cuántas páginas no habré devorado en el trayecto que media entre el Parque de María Luisa y la calle San Luis, a unas cuarenta o cincuenta páginas hora. ¿Qué me motiva? Lo de siempre: La memoria de las palabras, la lírica y la épica de las buenas ficciones, su verdad, la complicidad con el lector hambriento de consuelo. El escalofrío. Sigo siendo el mismo joven de hace treinta años que sacrificó mucho por un poco de magia.
¿Por qué ha tardado casi cinco años en publicar una nueva novela?
Por si acaso.
Detrás de todo gran escritor debe haber también un gran lector. ¿Qué libros le han apasionado en los últimos tiempos?
La chispa surge, en mi caso, con un cinco por ciento de los libros leídos, máximo. De entre las 250 lecturas del año pasado, me deslumbraron entre cinco y siete libros. En lo que llevamos de éste, hablemos de «Tanto días felices» de Laurie Colwin, «Karoo» de Steve Tesich, «El año del pensamiento mágico» de Joan Didion, «Claus y Lucas» de Agota Kristof, o los «Diarios» de Iñaki Uriarte. Leer es mucho más dedicado e intelectual que escribir. En nuestro país (que es más artístico que intelectual), escribe una audaz mayoría; y lee sólo una tímida minoría. Algo ligeramente patético. La nuestra es una tierra supersticiosa, que aún teme o se aburre con la lectura.
¿Qué obra de otro autor le hubiera gustado escribir?
Demasiado orgulloso para la sana envidia y demasiado perezoso para la otra como soy, no sabría decirte; pero guardo y guardaré siempre lealtad y admiración hacia mis maestros: La persecución obsesiva de la verdad de Thomas Bernhard, la humanidad y el don para la intriga de Simenon, la pasión elegante de Stefan Zweig, el humor certero de John Fante, la ambición incomparable de Nabokov o la sencillez mágica de Rulfo.
¿Cree que en las series de televisión es donde más se puede encontrar hoy en día el talento narrativo que desde hace años le falta al cine?
Espero que no te refieras a las españolas. Es clásico responder que sí; pero responderé que no, necesariamente. ¿Dónde están hoy nuestros jóvenes narradores ambiciosos? Pues los hay. Me consta. A menudo, los mejores no pueden salir, asfixiados por una atmósfera social que no propicia la cultura, y que subestima las ansias de superación y la fe en los sueños. Los españoles, me atrevo a decir, hemos sido cachondos y descreídos por mucho tiempo. Un país con nuestro talento natural, pero cuyas piedras angulares son el turismo y el ladrillo, no es el más acogedor para ciertas inquietudes. Habría que ir pensando en cambiar poco a poco nuestros modelos económicos y educacionales. Y formular este deseo no es pecar de fatalismo.
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