ENTREVISTA

Care Santos: «Mi padre, de Camas, me puso Macarena pero en Cataluña era un nombre rarísimo»

A la autora nacida en Mataró, ganadora del Nadal con «Media vida», le encanta la Semana Santa y se cabrea «mucho» si escucha a un catalán decir que los andaluces son vagos

La escritora catalana Care Santos, ganadora del último premio Nadal ELENA BLANCO

JESÚS ÁLVAREZ

Care Santos, autora de diez novelas («Habitaciones cerradas», entre otras) ganó el pasado 6 de enero el Premio Nadal por «Media vida» , un libro donde retrata a través de las vidas de cinco amigas a una generación, la de su madre, que tuvo que adaptarse desde los usos y educación retrógradas de la dictadura franquista a la España de la Transición que aprobó el divorcio y que las liberó de muchas opresiones y acabó sentándolas con matrimonios formados por dos chicos o dos chicas.

La autora catalana (Mataró, 1970) habla con ABC de su novela pero también de sus orígenes sevillanos, de la Semana Santa de Sevilla , de cómo aprendió a hacer gazpacho para su marido y sus tres hijos y de cómo combate los falsos tópicos que se extienden sobre andaluces y catalanes, a los que ve «muchas más cosas parecidas que diferencias».

-La novela transcurre durante la semana en la que se aprobó la Ley del Divorcio, la última de julio de 1981. ¿Fue tan importante esta ley para la generación de su madre?

-Fue muy necesaria. Seguramemente una de las leyes de la Transición que más cambió la vida de la gente y permitió hacer cosas hasta entonces impensables. Esa generación tuvo una educación muy machista y anticuada y tuvo que adaptarse a un cambio importante.

-La mayoría de esas mujeres fueron educadas para asumir dos únicos roles: el de madre y el de esposa

-Sí, las apartaron de cualquier papel intelectual o laboral y las retrotrajeron al siglo XIX. Esas mujeres fueron las relegadas de la sociedad, que las forzaba a ducharse con el camisón puesto y para las que ponerse unos pantalones era un atrevimiento. Y de eso han pasado a sentarse en una mesa con su hija y dos amigos gays que están casados. Ese es un camino muy largo sobre todo si partes de lo que le contaban las monjas a mi madre en el colegio, citando un párrafo de la Biblia: «El día que hombres y mujeres se comporten igual llegará el apocalipsis».

-¿Y su madre se adaptó?

-Sí, se adaptó bastante bien y es bastante moderna: ella misma lo dice.

-A los hermanos varones se les educaba entonces e una manera muy distinta. Su generación, la que ahora tiene entre 45 y 55 años, fue seguramente la primera que recibió la misma educación que ellos.

-Si no la primera, de las primerísimas. Fuimos las que empezamos con la EGB que curiosamente es una ley del franquismo en 1970, el año que yo nací. Esa ley igualó las enseñanzas que tenían que recibir chicos y chicas. Da vértigo pensar en eso.

-Usted estudió en un colegio de monjas. ¿Qué recuerdos tiene de él?

-No tengo quejas de las monjas pero sí de la mediocridad de la educación que recibi. Lo descubrí con estupefacción cuando llegué a otro colegio en Secundaria y vi que mis compañeros varones sabían muchas cosas que yo.

-¿Como qué?

-Matemáticas, por ejemplo. Yo siempre fui una alumna de muy buenas notas, bastante repipi e incluso repelente y cuando llegué al otro colegio directamente nos perdonaban ejercicios de matemáticas de los que no teníamos ni idea. Y pasé de sacar sobresaliente a llevarme cuatro suspensos en la primera evaluación. Me sentí muy humillada y decepcionada.

-Las mujeres que hoy tienen 45 años, la edad de las protagonistas de su novela: ¿lo tienen más fácil o más difícil para ser felices? Da la impresión de que todo se les ha complicado mucho.

-En mi generación no hemos querido renunciar laboralmente a nada y tampoco a tener una vida familiar. Es inevitable compararnos con nuestras madres y ellas lo tuvieron un poco más fácil en ese sentido. Nos hemos quedado con todo lo malo y tenemos, por tanto, cosas que aprender: a delegar y a compartir tareas en la casa con nuestras parejas.

-¿Su pareja las comparte?

-Sí, pero eso ha requerido un aprendizaje. A su generación las madres no les permitían a los varones ni hacerse la cama. Es alucinante de donde venimos aunque quiero pensar que las nueva generaciones no serán así. A mí no va a venir desde luego ninguna nuera diciendo que mi hijo no sabe poner una lavadora.

-Ha escrito muchos personajes masculinos pero le pusieron el sambenito de que solo escribía novelas para mujeres. ¿Con «Media vida» ha querido darles la razón por una vez a los que opinan esto?

-Todos escribimos para mujeres porque la mayoría de los lectores son mujeres, pero se ha exagerado mucho esto y no sé ya si resignarme. Yo nunca he escrito en mi vida para la mitad de la población. Y éste tampoco es un libro para mujeres aunque sea un libro sobre mujeres.

-¿La lectura y la literatura se ha convertido en España en algo elitista, para minorías, como puede pasar en un futuro no muy lejano con los periódicos impresos?

-No nos engañemos, siempre lo ha sido. Hace un siglo por el analfabetismo y ahora leer sigue siendo un privilegio porque va a repelo de muchas cosas, de nuestra manera de vivir, de nuestra manera de entretenernos y de entretenimientos más fáciles pero menos alimenticios que requieren menos concentración y se adaptan mejor a la velocidad de la vida que llevamos. Pero yo sigo pensando en la gente que es capaz de parar y leer, aunque solo sea una hora. Gente que busca silencio y no mirar pantallitas. Poder desconectarse de toda esas cosas me parece un privilegio porque la mayoría no puede hacerlo.

Care y Macarena

-Publicó su primer libro a los 25 años. ¿Fue demasiado pronto?

-Sí. Porque era malo. Lo escribí con 18 años y a esa edad es imposible ser buen narrador; otra cosa es que a esa edad tú te sientas más escritor que Shakespeare. Yo me sentía entonces más escritora que ahora, pero por supuesto me arrepiento de haberlo publicado.

-Ha dicho alguna vez que la soledad voluntaria es una de sus aficiones. ¿Eso tiene algo que ver con ser madre de familia numerosa?

-Escribir es una tarea solitaria y a un escritor tiene que gustarle la soledad, si no será muy desgraciado y terminará dejando de escribir. Si te complicas tanto la vida como yo, es que deseas la soledad como nada en el mundo y cuando la consigues, sabes apreciarla

-¿Su abuela Teresa tiene la culpa de que usted sea escritora?

-Yo tengo dos abuelas, una de Camas y otra de Mataró y mi abuela catalana era una narradora oral impresionante. Yo era parte de su público entregado y aprendí mucho de sus histoiras durante mi primera adolescencia, cuando eres una arcilla especialmente moldeable. Me influyó mucho y me animó a ser escritora. He querido siempre imitarla y también sus temas.

-Ella protagonizó su novela «Diamante azul». ¿Era usted su nieta favorita?

-Una de ellas, espero, pero era la más pequeña, la que estaba junto a ella y la que más la frecuentaba en sus últimos años.

-Su padre era sevillano de Camas.

-Soy catalana pero Sevilla también es mi tierra. Mi padre emigró aquí por amor. Trabajaba en el Monte de Piedad como interventor y conoció a mi madre cuando estaba a punto de casarse con otra mujer y la liaron. Decidió casarse con ella e irse a Mataró, donde vivía. Tengo mucha familia allí y mi mejor amiga es Morón de la Frontera.

-Le gustará la Semana Santa de Sevilla llamándose Macarena...

-Sí, me encanta. Voy casi todos los años. Siempre veo entrar a la Macarena, aunque ahora más veces desde Canal Sur que en la calle.

-¿No le gustan las bullas?

-Aquí le llamamos follón pero sí he estado en ellas. Ahora ya no me apetece tanto. Debe ser por la edad.

-¿Por qué Macarena?

-Mi padre decía que la Trianera era muy guapa pero que la Macarena tenía cara de niña. Y cuando aún no conocía personalmente a mi madre le dijo en una carta que tendría una hija a la que le pondría Macarena.

-Usted.

-Sí.

-¿Y por qué Care?

-Porque llamarse Macarena en Barcelona en los años 70 era complicado, duro. Un nombre con mucha carga y muy raro. La fonética era extraña para un catalán. Cuando yo era pequeña nadie se llamaba Macarena en Cataluña. Mi madre se inventó el Care cuando nací y nadie me llama Macarena.

-¿Ni siquiera cuando viene a Sevilla?

-Cuando voy a Sevilla, sí. Y me gusta presentarme como Macarena. Con los años me he reconciliado con mi nombre aunque ahora ya es tarde para cambiármelo. Tendría que dar muchas explicaciones.

-¿Cómo ve la situación actual en Cataluña?

-Desde pequeña he visto que en Cataluña la situación está polarizada pero ahora lo lo está más porque se ha manipulado por algunos partidos políticos. Yo no soy independentista ni lo he sido nunca pero soy partidaria del referéndum. Votaría en contra y creo que la mayoría de los catalanes también.

-¿Los catalanes y los andaluces somos tan diferentes?

Yo creo que nos parecemos en muchísimas cosas. Queremos vivir en paz, vivir bien, que nuestros hijos tengan un futuro. Yo saco las uñas cada vez que alguien esgrime un tópico sobre Andalucía o Cataluña.

¿Como que los andaluces somos vagos?

-Sí, ese es un tópico que me cabrea mucho y lo combato, cuando escucho a un catalán decir eso de un andaluz. También cuando un andaluz dice que los catalanes somos tacaños.

-Sus padres no hicieron caso de esos tópicos...

-No, aunque mi madre tuvo que enfrentarse a mucha gente porque fue la primera de muchísimas generaciones familiares que se casó con un andaluz. Hubo hasta amigas que dejaron de hablar. En aquella época todo el mundo era más pequeño

-¿Y en la gastronomía también se entendieron bien?

-Sí, aunque costó. Con el gazpacho por ejemplo. Mi madre no sabía lo que era y tuvo que aprender a hacerlo porque a mi padre le encantaba. También con la manteca colorá, el cocido, las espinacas con garbanzos y unas chacinas que nos mandaba mi tío. Yo hago a mis tres hijos un arroz con leche y un salmorejo que están para chuparse los dedos.

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