Elvira Navarro: «La memoria del trauma es la memoria más poderosa»
La escritora publica 'Las voces de Adriana', una novela que es a la vez una reflexión sobre la memoria familiar y un análisis de la muerte cercana y una vuelta al pasado, que siempre cambia como cambia la mirada
También de la muerte nacen cosas. Por ejemplo: hace diez años Elvira Navarro sufrió una pérdida en su familia, una pérdida que no fue la última (nunca lo es), y durante mucho tiempo ese dolor estuvo ahí, rondándola, igual que una sombra o un ... fantasma. Pero ahora ese dolor forma parte de una novela, 'Las voces de Adriana' (Literatura Random House), que es a la vez una reflexión sobre la memoria familiar y un análisis de la muerte cercana y una vuelta al pasado, que siempre cambia como cambia la mirada. «De repente tomé conciencia de lo que es la desaparición de los universos que ya no están cuando muere una persona. Lo que tú creías sólido de repente se evapora, los pilares de tu vida se evaporan. Pero esta no es una novela de duelo, es una novela sobre la muerte, sobre el aprendizaje de la muerte», dice. Y añade, al poco: «Sobre la muerte propia no vamos a poder hablar nunca, porque vamos a estar muertos. Pero tenemos una aproximación a lo que es la muerte a través de la gente que queremos y fallecen. El shock de la protagonista, el motivo del libro, el motor, es el acercamiento a la muerte por primera vez. La conciencia de la muerte por primera vez, que siempre es dolorosa».
La historia es así: Adriana es una mujer que vive ya sin madre y sin abuela, y su padre acaba de sufrir un ictus y ella empieza a cuidarlo. Y mientras tanto evoca su pasado. ¿Es inevitable eso, volver la vista atrás cuando nos sacude la vida? «Lo que tenemos a mano lo damos por hecho, y cuando desaparece es cuando empezamos a pensarlo. La protagonista del libro, ante la ausencia, va a buscar lo que antes había. Es una manera de no perderlo. Cuando tenemos algo no necesitamos salir a buscarlo, porque lo tenemos, pero cuando deja de existir solo nos queda la recreación, el volver. Pero es un movimiento condenado al fracaso porque finalmente todo desaparece», añade, con esa contundencia con la que construye su obra. ¿Escribe desde la verdad o desde dónde? «Como casi todos mis libros, este tiene un poso autobiográfico. Casi siempre escribo a partir de algo que me ha pasado, pero ese algo lo reelaboro diez años después. Primero la memoria hace un primer trabajo de ficcionar (la memoria es muchas veces ficción), y sobre esa ficción de la memoria yo añado más ficción», explica la autora.
La memoria es el eje de la narración, que termina lejísimos, allá en la Guerra Civil, porque los traumas, sostiene Navarro, también se heredan. «La memoria del trauma, en las familias, es la memoria más poderosa. Nos encallamos en los hechos dolorosos, no en los más felices. ¿Qué es lo que más genera relato? Cuando nosotros hablamos mucho de una cosa es porque intentamos, de alguna manera, solucionar esa cosa. Porque nos produce dolor. Porque es un problema. Rara vez en una familia se acallan las tragedias. La tragedia se cuenta. Te la cuenta tu abuelo, tu tía, etcétera. Y todo eso forma parte de la mítica de la familia, y el trauma pervive. Al menos en tres o cuatro generaciones esa memoria pervive». ¿Pero no se olvida, no se supera? «Un hecho trágico no se resuelve, se queda ahí como hecho trágico. Como mucho uno puede intentar vivir con ello… Y finalmente seguimos viviendo, porque el tiempo hace su labor».
En este libro, esa memoria familiar del dolor se materializa como un coro de voces, casi al modo de una tragedia griega. Y cada una de esas voces añade capas a un relato que se va distanciando de la realidad, pero no tanto. «El mecanismo de transmisión de la memoria coincide con el mecanismo de la ficción: para transmitir un dolor que ocurrió hace sesenta años es necesario inventar. Los hechos que nos llegan quizás no son los hechos que ocurrieron. Pero el dolor que nos llega sí es el dolor que tuvo lugar. Por eso cuando nuestros abuelos han sufrido tragedias los nietos van a contarlas: porque de alguna manera ellos también se han sentido dolidos por eso que ocurrió». ¿Y no es eso la literatura, al cabo? Un recuerdo, una rebelión contra el olvido, una transmisión de la experiencia que ya no tenemos a nuestro alcance. «Para mí la memoria es literatura. Y la memoria es relato. No es otra cosa: es lo que tú te cuentas una y otra vez. Porque solo podemos recrear cosas que acontecieron a través del relato. Necesitamos la memoria para vivir, para transmitir el conocimiento de una generación a otra. No somos una tábula rasa: los humanos necesitamos esos relatos porque aprendemos el mundo a través de las palabras. Sí, quizá el origen de la literatura sea la memoria».
En ese ambiente pesado que es el de la muerte reciente, el de la enfermedad del padre, la protagonista reflexiona sobre qué es cuidar a un hombre que después de un ictus sigue fumando, que se niega a seguir la rutina de caminatas exigidas por el médico. «A priori parece fácil saber qué es cuidar. Pero no es algo tan sencillo. A mí me interesa hasta dónde llega el cuidado y hasta dónde la imposición. Porque el amor a veces se confunde con lo que nosotros pensamos que es bueno para el otro y tratamos de imponerlo. Y yo creo que hay que respetar la voluntad de las personas. Es lícito llevar la vida que se quiere. Y además: vivimos en un mundo donde se nos dice todo el tiempo cómo tenemos que cuidarnos: ir al gimnasio, hacer deporte, comer sano… Y luego resulta que hay gente sanísima que se muere pronto, y bebedores que viven más que Matusalén».
Al final, esta mujer llega a la conclusión de que lo que ha perdido, y esto es una tragedia, es la ligereza, la levedad, una cierta despreocupación. «La ligereza es necesaria para la vida. Cuando estamos más alegres vivimos con mucha ligereza. Y la ligereza no es necesariamente superficialidad, es darle a las cosas una importancia relativa, no dejarte aplastar por ellas, mirarlas con distancia. Y a veces la perdemos. Aunque hay momentos que necesitan gravedad, que requieren un peso... Pero el espíritu de la ligereza es alegre. Cuando estamos felices las cosas no pesan. Nosotros mismos pesamos menos», remata Navarro.
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