Zenobia, una gran mujer bajo el frondoso árbol de Juan Ramón
Emilia Cortés publica la biografía «La llama viva», una contrastada reivindicación, con multitud de datos y sorprendentes detalles, de una de las autoras más excepcionales de nuestra edad de plata
Pocos investigadores, no ya el público común y corriente, han reparado en la figura de Zenobia Camprubí (1887-1956) más allá de su papel como «mujer de» Juan Ramón Jiménez , y menos aún se han dedicado a leerla o a escarbar en la apasionante vida que tuvo antes de conocer al Nobel. Y eso es algo que a Emilia Cortés siempre la ha llevado por la calle de la amargura. Bien es cierto que desde 2002 está entregada, en cuerpo y alma, a reivindicar la importancia de Zenobia, a la que, a estas alturas, conoce como si fuera un antepasado familiar de esos que no dan disgustos, sino alegrías.
Pero, tras haber publicado todo su epistolario –el último volumen, el que abarca hasta la Guerra Civil , acaba de aparecer, en una edición de la Residencia de Estudiantes –, Cortés seguía teniendo una deuda pendiente con Zenobia, le debía algo más. De ahí que decidiera ponerse a escribir «La llama viva» (Alianza Editorial), una biografía que es mucho más que el repaso meramente testimonial de toda una vida: es una contrastada reivindicación, con multitud de datos y sorprendentes detalles, de una de las mujeres más excepcionales de nuestra edad de plata, que quedó eclipsada por el genio inalcanzable de Juan Ramón . «A mí me sigue pareciendo una persona fascinante, y por eso decidí plasmarlo en la biografía, porque el gran público no la conoce, y ese es el que debería conocerla, porque es una mujer de una gran valía», explica Cortés.
La autora reconoce que, durante todo este tiempo, Zenobia ha estado oculta por el momento histórico que, como a muchas otras mujeres, le tocó vivir, «pero, además, al tener como pareja a Juan Ramón , que es un árbol frondosísimo, ella caía bajo esa sombra». Eso, claro, a Cortés la indignaba, por lo que decidió «sacarla fuera para que se viera cómo es» realmente. «Hay investigadores que la conocen en cierta forma, pero quienes se quedan con la coletilla de que era enfermera o comparsa de Juan Ramón… ¡a la porra! Zenobia fue el eje, el equilibrio de Juan Ramón en su vida y en su obra, ese es un mérito que hay que reconocerle», reclama, con vehemencia, la autora de la biografía.
Sin Juan Ramón , Zenobia habría sido, a juicio de Cortés, «una fiera como era y habría hecho un montón de cosas, como hizo con él». Cosas que trascienden su importante labor al lado de su marido, a cuya obra se entregó sin reservas, convencida de su inmensa valía. «Ella trabajó una barbaridad al lado de la obra de Juan Ramón, ordenando poemas, preparando antologías… No se ve en toda su amplitud». Criada en un ambiente propicio para las artes, con especial dedicación a la literatura, Zenobia escribió desde bien chica e, incluso, llegó a publicar artículos en la edición estadounidense de la revista «Vogue» .
Una negocianta
Cuando conoció a Juan Ramón, no dejó de escribir, sólo ordenó sus prioridades, como mujer honesta, inteligente e intuitiva. «Vio el potencial que tenía el poeta, se dio cuenta de lo que había delante y reconoció que la valía era de Juan Ramón . No le importó aparcar lo suyo y se volcó en él». Eso sí, Zenobia no renunció nunca a su vida... ni a sus negocios. A Estados Unidos exportó cerámica, libros, antigüedades, muebles... «Era una negocianta, donde pensaba que iba a ganar dinero, allí se metía. Tenía visión de futuro, es algo muy novedoso», reflexiona Cortés. Tan novedoso como que una de sus facetas más interesantes fue la inmobiliaria: Zenobia alquilaba pisos en el madrileño barrio de Salamanca, los decoraba con los muebles de su propia tienda y los alquilaba. Sin olvidar que fue la primera traductora al español de Rabindranath Tagore , lo que la unió, para siempre, a Juan Ramón.
La pareja se conoció en la primera semana de julio de 1913. En octubre de ese año, Tagore ganó el Nobel de Literatura y Zenobia «rápidamente», según advierte su biógrafa, se puso a leer «La luna nueva» en inglés. Fascinada, tradujo algunos poemas para enseñárselos a Juan Ramón, que estaba decidido a conquistarla como fuera y allí «vio la senda para llegar a ella»: publicó el libro, con las traducciones de Zenobia, en la Residencia de Estudiantes. «La enredó en el buen sentido», bromea Cortés, y así se inició uno de los más bellos romances de la literatura española. «Él la respetó muchísimo y ella fue muy consciente de que Juan Ramón la necesitaba, en ningún momento fue una mujer sometida», remata Cortés. Y ahora, por fin, la vemos sólo a ella, en su individualidad.