Yoko Ogawa: «Tratar de privar de libertad a un pueblo acaba derivando en la aniquilación»
La escritora japonesa indaga en los perversos mecanismos de control de los estados sobre sus ciudadanos en su novela ‘La Policía de la Memoria’
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Imaginen que un buen día, al despertarse, han olvidado qué es, y lo que significa, una rosa, una taza de café, el café mismo y hasta las fotografías de su boda. No sólo eso, sino que la desaparición de esos objetos conlleva, también, la pérdida de todas las vivencias a ellos asociadas, recuerdos de una vida que empieza a carecer, así, de sentido. Y que todo ello, además, se debe al autoritarismo de un Gobierno que persigue a aquellos ciudadanos que no pasan por dicho trauma. Por suerte, esta trama es cosa de la ficción... por el momento. En concreto, de la novela ‘La Policía de la Memoria’ (Tusquets), en la que Yoko Ogawa (Okayama, Japón, 1962) explora los perversos mecanismos de control que los estados pueden llegar a desarrollar para controlar a sus habitantes.
—Publicó la novela hace casi tres décadas. ¿Qué ha sentido al volver de nuevo a ella y, sobre todo, después de todo lo sucedido en el último año?
—En realidad, tengo la impresión de que los más de veinte años transcurridos desde que escribí 'La Policía de la Memoria' no son apenas relevantes en términos literarios. Uno puede leer buena literatura que se remonta a mil años atrás y dejarse arrastrar por ella como si se hubiera publicado en nuestros días por primera vez. La sociedad cambia, por supuesto, pero nuestras aspiraciones, nuestros miedos y alegrías son los mismos que hace veinte, cien o mil años. El ser humano no ha cambiado, y por lo tanto la novela, en tanto que reflexión sobre los aspectos más íntimos de éste, mantiene su intensidad original, al margen del flujo social. El coronavirus nos ha obligado a replantearnos lo que dábamos por sentado hasta hace dos días, sobre todo lo que se refiere a las libertades. En este sentido, pueden encontrarse similitudes con la progresiva pérdida de recuerdos que sufren los personajes de La Policía de la Memoria, aunque, como el lector podrá imaginar, no fue mi propósito escribir una profecía del futuro.
—¿De dónde surge ‘La Policía de la Memoria’, cuál fue su inspiración?
—Quería escribir una novela en homenaje a Ana Frank, expresar la impotencia ante la irracionalidad que socava y destruye vidas humanas. Y deseaba describir cómo las personas siguen adelante con sus vidas, con la misma tranquilidad con que lo harían si todo fuera como antes.
—¿Y por qué Ana Frank?
—'El diario de Ana Frank' tiene para mí un especial significado, y, desde que cayó por vez primera en mis manos, en el colegio, lo he releído constantemente. Al igual que la escritura de Ana Frank, mi novela está exenta de perspectivas políticas e históricas y, cuando describo las actividades de la Policía, evito hacerlo desde posturas políticas concretas; me limito a mostrar su funcionamiento como una especie de engranaje ciego, maquinal. Mi foco se dirige exclusivamente a mis personajes en tanto personas que necesitan seguir viviendo y conservando su cotidianidad pese a la progresiva degradación de sus condiciones de vida. En este sentido, es una narrativa emocional, como la de Ana Frank, que escribía dirigiéndose confidencialmente a su amiga Kitty.
—Pese a estar retenida, Ana Frank logró su libertad al escribir su diario. ¿Es esa la mayor facultad de la escritura?
—Como acaba usted de señalar, la escritura de aquel diario se convirtió para Ana en su único y exclusivo reducto de libertad, conquistado en el angosto espacio de aquel refugio. Las palabras consiguen trasladar al lector a lugares y épocas distantes, o al corazón de otras personas con unos valores completamente diferentes y que, tal vez, no tengan nada que ver con uno mismo. Por medio de las palabras, uno puede incluso adentrarse en el alma de personajes ya fallecidos. No es infrecuente que tanto la lectura como la escritura proporcionen una honda sensación de libertad.
—Un diario está repleto de esas pequeñas cosas, cotidianas, que vuelven extraordinario lo ordinario. ¿Entiende usted así la literatura?
—Tratar de expresar en palabras un aspecto de la realidad de modo completamente fidedigno se me antoja una tarea cercana a lo imposible. El lenguaje es una especie de herramienta un tanto inadaptada para describir el mundo; y tal vez sea eso lo que le otorga la capacidad de penetrar hasta niveles más profundos y extraer otro mundo en principio inaccesible, oculto bajo los sustratos superficiales del primero. Supongo que el origen de la literatura deriva de la frustración generada por la contradicción de perseguir con palabras una verdad que no se deja atrapar. Escribir es, para mí, cohabitar con dicha contradicción y tratar de apresar y expresar con palabras la realidad huidiza.
—La protagonista de la novela que está escribiendo la narradora de ‘La Policía de la Memoria’ pierde su voz, se la arrebata su profesor de meacnografía. ¿Qué debe hacer un escritor para preservar su voz?
—La voz del autor está en su estilo. Algunos autores tienen la habilidad de cambiar dicha voz en función de la novela que escriban, a veces de manera caprichosa. Lo importante es no caer en la desidia de un estilo artificioso. El escritor debe preguntarse si el lector puede adentrarse en su novela y penetrar hasta sus estratos más profundos. La única manera de tener una voz propia consiste en no desatender eso.
—¿Qué reflexiones pueden hacerse en este momento sobre los intentos de ciertos países por controlar a los ciudadanos, por privarlos de derechos esenciales como la libertad?
—Tratar de privar de libertad a un pueblo acaba derivando en la aniquilación. Privar de libertad a los ciudadanos es un hecho constante en la historia de la humanidad, y el sufrimiento infringido a Ana Frank por parte de la maquinaria del nazismo alemán es, por desgracia, un ejemplo entre otros muchos. Que se repitan semejantes necedades requiere una reflexión urgente, y la reflexión debe empezar por uno mismo.
—¿Cómo alcanza un autor la libertad?
—El escritor es libre ante su obra. Si uno no pudiera escribir libremente, la escritura dejaría de tener sentido. Uno no escribe para su editor ni para cualquier persona con poder. En el Japón contemporáneo dispongo de toda la libertad para ejercer mi tarea de escritora, pero, lamentablemente, no siempre ha sido así. Debemos nuestra libertad actual al sufrimiento de las generaciones que nos han precedido y que han luchado por ella. Es vital que no lo olvidemos.
—¿Cree en el compromiso político del escritor, del creador, del artista? ¿Debe hacer públicas sus opiniones?
—No me considero una escritora que suela hacer públicas sus opiniones y convicciones personales. Mi modo de expresión es la novela y es ahí donde digo lo que pienso que debo decir.
—Rodeados, como estamos, de ‘fake news’ y mentiras que son deliberadamente mostradas como verdades por ciertos políticos, ¿vivimos en una especie de sociedad de la vigilancia?
—Siento perplejidad ante la disposición de grandes sectores de la sociedad a dar crédito a noticias que carecen de fundamento. La facilidad, cada vez mayor, para acceder a la información ha llegado unida a un progresivo aumento de la incapacidad para discernir la verdad o la pertinencia de la misma. Pese al mundo cada vez más vigilado en que vamos viéndonos inmersos, la literatura no ha perdido su capacidad de evocar y emocionar a quien sepa apreciarla. En la literatura todavía se encuentra uno de los últimos y más sólidos reductos de libertad que nos quedan.
—¿Qué forma tiene ahora el autoritarismo político, qué rostros lo encarnan?
—Adopta la forma de una serpiente que repta silenciosa hacia nosotros.
[Empieza a leer 'La Policía de la Memoria', de Yoko Ogawa]